adios

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Estaba en la entrada de la escuela, absorta en mis pensamientos, observando cómo los estudiantes se hiban y se despedían entre risas. De repente, escuché una voz que me hizo detenerme en seco. Era él, mi Zorreador. Mi corazón dio un vuelco al reconocer su tono, y mi mente se llenó de imágenes de todos los momentos en los que había deseado escucharlo.

Cuando se acercó, sentí una mezcla de nerviosismo y emoción. Era como si el mundo a nuestro alrededor se desvaneciera, dejando solo ese instante entre nosotros. Y entonces, en un susurro que me llegó al alma, se despidió de mí. Pronunció mi nombre, ese nombre que siempre había detestado, pero con él, sonaba tan diferente. En sus labios, sonaba hermoso, como si le diera un nuevo significado.

En ese momento, comprendí que empezaba a amar que lo dijera. Había algo en su voz, en la manera en que me miraba, que transformaba todo lo que antes me molestaba en algo dulce, algo que anhelaba escuchar una y otra vez. Era un instante simple, pero en su sencillez, me dejó una chispa de esperanza. Quizás, solo quizás, había una conexión entre nosotros que iba más allá de lo que había imaginado.

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