El juego de la indiferencia...

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Hoy se cumplía la tercera semana desde que empezamos el último año, y han pasado dos semanas y un día desde que regresamos a la escuela. En estos meses, he notado que mi zorreador ha comenzado a comportarse de manera extraña. Su indiferencia me ha afectado profundamente, pero ¿qué podía hacer al respecto? No había nada concreto para reclamarle, así que mi dolor se ha mantenido en silencio. Lo que me mantiene en pie es mi amor por él; aunque mis sentimientos son un enredo de odio y amor, nada ni nadie puede cambiar lo que siento. Él se ha convertido en mi todo, en el centro de mi mundo.

Hoy, nos tocó practicar en el taller de la escuela. Su equipo estaba justo detrás de mí, así que él estaba a mi espalda. No podía evitar voltear cada vez que tenía la oportunidad. Con las batas blancas, el cubrebocas y la cofia que llevábamos, solo sus bellos ojos y sus cejas pobladas, tan perfectas, eran visibles. Cada vez que giraba mi cabeza, su mirada se me cruzaba, y me costaba resistir la tentación de mirarlo.

En uno de esos momentos, un compañero se situó detrás de mí, y su presencia me provocaba una mezcla de incomodidad y miedo. Sentía su vibra negativa, y mi amiga y yo nos manteníamos alerta. No podía evitar tomarla del brazo cada vez que sentía su fea presencia cerca, y ella hacía lo mismo, compartiendo mi inquietud.

De repente, sentí un susurro que me hizo poner la piel de gallina. Era una voz que reconocía instantáneamente: mi amado zorreador estaba susurrando. El miedo que sentía en ese momento me paralizó; no quería moverme ni girar la cabeza. Finalmente, me atreví a mirar hacia atrás, y allí estaba él. ¿Estaba alucinando, o era el calor dentro del taller lo que me estaba engañando? Era, efectivamente, mi zorreador, quien me estaba hablando. Mi corazón latía con fuerza, y traté de ocultar toda la emoción que sentía.

Después de tanto tiempo sin decir un simple "hola", decidí darle la espalda e ignorar su intento de conversación. Mi sobresalto había sido causado por el miedo de pensar que el otro compañero incómodo era quien había hablado. Al sentir el toque de su voz, me puse tensa y pegué un pequeño brinco.

En ese momento, él me dijo suavemente: "No tengas miedo", con un tono tan dulce que me hizo temblar. Aunque su voz era reconfortante, no respondí. En lugar de eso, él me picó las costillas en un gesto juguetón por ignorarlo, y yo, en un impulso, me volteé para hacer lo mismo. La tensión y el nerviosismo se mezclaron con el juego, creando una atmósfera ligera entre nosotros.

Mi amiga observaba la escena con una sonrisa en el rostro, claramente consciente de la emoción que estaba viviendo. Probablemente estaba sonrojada, aunque el cubrebocas ayudaba a ocultar mis mejillas sonrojadas. A pesar de mi intento de mantener la calma, el corazón me latía con fuerza, y no podía evitar sentirme emocionada. Todo lo que había pasado en ese momento era un recordatorio de cuánto significaba para mí, y ese pequeño intercambio fue suficiente para iluminar mi día.

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