Amar a Quien No Me Ama...

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El sueño que había tenido era hermoso, un reflejo de lo que siempre había deseado: estar junto a él, mi Zorreador, sentir su cercanía y, por un momento, creer que quizás me veía de la misma manera en que yo lo veía. Pero al despertar, esa calidez se desvaneció rápidamente, dejando solo el frío de la realidad. Una realidad que, como siempre, me recordaba lo lejos que estaba de ser la persona que él amaba.

Fue mi amiga quien me hizo aterrizar en esa cruel verdad, al contarme algo que, en el fondo, ya temía pero nunca quise aceptar. Según lo que le habían contado a mi amiga, mi Zorreador estaba actuando raro, pero no por mi amor hacia el, sino por una chica chaparrita y güera. Esa chica, que parecía tan lejana de mí, había captado su atención de una manera que yo jamás lo había logrado. Y lo más hiriente de todo era que, mientras él la miraba con interés, ella no lo pelaba. Esa indiferencia, la misma que él me mostraba a mí, ahora la vivía él por alguien más.

Mi amiga, siempre tan sutil, había indagado un poco más. Le preguntó a una de las amigas de esa chica si hablaba con él, y la respuesta fue como un golpe directo al corazón: sí, hablaban todos los días. Esa simple afirmación me dejó sin aire. Era la confirmación de que él estaba más cerca de ella de lo que yo jamás había estado. Cada conversación, cada mensaje que intercambiaban era una barrera más entre él y yo, separándonos aún más de lo que ya estábamos.

Lo que más me dolió fue enterarme de que, en algún momento, él le había mandado una flor anónimamente. Una flor amarilla. Ese gesto, por pequeño que fuera, significaba tanto. Que él, en su forma silenciosa y discreta, la amaba de una manera que yo jamás conocería de su parte, hacia mi.

Una vez más, la vida me demostraba que él no tenía ningún tipo de interés en mí. Que yo no era más que una espectadora de su vida, alguien a quien jamás miraría con los mismos ojos con los que miraba a otras. Me dolía tanto que casi no podía soportarlo. Sentía cómo mi corazón se rompía en mil pedazos, cada fragmento cayendo más y más hondo en un abismo de desilusión. Y lo peor era que esto no era algo nuevo. Había sentido muchas veces ese rechazo, esa falta de reciprocidad. Siempre había sido así: amar a lo que no me amaba, desear lo que no podía tener.

Quería llorar. Sentía cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos, listas para caer, pero no podía permitirme el lujo de llorar. No podía mostrar mi debilidad, no con mi familia alrededor. No quería que vieran que una simple desilusión amorosa me estaba destruyendo de esta manera, que el dolor que sentía por un amor no correspondido me estaba consumiendo por completo. Tenía que mantenerme firme, mostrar que todo estaba bien, aunque por dentro me estuviera desmoronando.

Pero la verdad era que lo seguía amando, a pesar de todo. A pesar del dolor, a pesar de que amaba a otra, a pesar de que me hacía tanto daño. Lo amaba con todo mi ser, con cada parte de mi alma, y no podía dejar de hacerlo. Daría todo por él. Si lo necesitara, le daría mis órganos, mi sangre, mi vida entera. Él se había convertido en mi todo, en la razón por la que seguía adelante, por la que enfrentaba cada día. Incluso aunque nunca pudiera estar conmigo de la manera en que yo deseaba, él seguía siendo la razón de mi existencia.

Y ese amor, ese amor no correspondido, me estaba destruyendo. Sentía cómo mi alma se rompía en cada rincón, en cada grieta que ese rechazo había dejado. Era un sufrimiento que no podía describir completamente, porque era tan profundo y tan constante que me acompañaba en cada momento. Amar a alguien que no te ama es como vivir en un ciclo interminable de esperanza y desilusión, donde cada pequeño gesto es un rayo de luz, y cada momento de indiferencia es una tormenta que arrasa con todo.

Me sentía vacía, rota en todos los sentidos posibles. Ya no quedaba nada en mí que no estuviera marcado por el dolor. Cada pensamiento, cada sueño, cada vez que cerraba los ojos, él estaba ahí, en el centro de mi universo, pero nunca a mi alcance. Era como si él fuera el sol, y yo, una simple estrella distante, orbitando a su alrededor sin jamás poder acercarme lo suficiente. Cada vez que intentaba alcanzarlo, me encontraba con el mismo muro de indiferencia, de frialdad, de falta de interés.

Pero aún así, no podía dejar de amarlo. A pesar de todo el sufrimiento, a pesar de todo el dolor, lo amaba con una intensidad que me asustaba. No sabía cómo dejar de hacerlo, cómo desprenderme de ese amor que me estaba consumiendo. Porque, a pesar de todo, él seguía siendo la razón por la que me despertaba cada día, la razón por la que seguía luchando. Y aunque ese amor no correspondido me estaba destruyendo, no podía imaginarme la vida sin él.

...

No aguanté más; era demasiado el dolor. Algunos pensarán que es ridículo, pero me dolía en el alma que él no pudiera verme de la manera en que deseaba. Durante todo el día, tuve que contener las lágrimas, pero al caer la noche, el peso de mis sentimientos se volvió insoportable. Me ahogaba en mis propios llantos, incapaz de respirar, como si el aire que entraba en mis pulmones estuviera cargado de tristeza.

Quería gritar, pero el silencio de mi habitación solo hacía eco de mi desconsuelo. Todo lo que anhelaba era sentirme amada por él, aunque solo fuera por un instante, aunque solo fuera en un sueño. Pensaba en cada sonrisa que compartíamos, en cada palabra que cruzábamos. ¿Por qué era tan difícil dejarlo ir? ¿Por qué su indiferencia me golpeaba como un puño cerrado en el pecho?

Mientras las lágrimas caían, me sentía perdida, atrapada en un laberinto de emociones que no sabía cómo deshacer. Todo en mí anhelaba ser vista, deseada, amada. Pero la realidad era dura y fría; él estaba allí, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. La desilusión se convertía en mi compañera constante, y la esperanza, un susurro distante.

Aquella noche, al mirar por la ventana, deseé que las estrellas pudieran escucharme. Con cada parpadeo en el cielo, pedí un poco de fuerza para seguir adelante. Pero, en el fondo, sabía que el verdadero desafío no era amar a quien no me amaba, sino aprender a amarme a mí misma en el proceso.

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