Mi cumpleaños

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25 de junio. El día después de su cumpleaños, un día que había comenzado con una mezcla de expectativas y desencantos. Compartíamos el mismo signo zodiacal, una conexión que para mí significaba mucho. Sin embargo, mientras él recibía múltiples felicitaciones en Instagram, yo me encontraba en la sombra de su celebración, sin la misma atención.

En la escuela, la jornada empezó con normalidad. No era muy conocida, así que las felicitaciones para mí fueron escasas, limitándose a los mensajes de queridas amigas y amigos. A pesar de ello, intenté mantener una actitud positiva. Aunque nadie parecía recordar mi cumpleaños, traté de actuar como si nada fuera diferente.

La sorpresa llegó cuando dos de mis amigos se acercaron para darme un cálido abrazo. Uno de ellos, que normalmente evitaba el contacto físico, me sorprendió aún más con su gesto. Sin embargo, la verdadera prueba de mis sentimientos llegó cuando el grupo de amigos de mi zorreador se acercó. Temía que la conversación girara en torno a él, pero, para mi sorpresa, simplemente querían saber si era mi cumpleaños porque habían visto felicitaciones en Instagram. Cada uno me abrazó y me felicitó, lo que, aunque agradecida, también intensificó mi tristeza.

A lo largo del día, mi frustración creció. Sentía que había quedado como una tonta por abrirme tanto con él y no recibir ni siquiera un simple "feliz cumpleaños" de su parte. Hablé con mi amiga sobre lo que sentía, explicándole cómo me había sentido al no recibir siquiera un mensaje suyo. Sus amigos más cercanos, al parecer, habían sido más atentos que él, y eso solo sumó a mi desánimo.

Más tarde, mi amiga y yo decidimos ir al salón para buscar su bote de agua. Cuando abrimos la puerta, me encontré con una escena inesperada: mi zorreador estaba allí, sentado en un mesabanco. Su mirada brillaba con una sonrisa que, en otro momento, me habría alegrado, pero en ese instante me sentía indignada. Mi amiga, ajena a la situación, siguió adelante, y yo me quedé allí, paralizada por una mezcla de emociones.

De repente, sentí que extendió los brazos hacia mí. Sin pensarlo, me acerqué a él. En ese momento, nos abrazamos sin decir una sola palabra, como si pudiéramos comunicarnos a través del silencio. El abrazo se sintió eterno, como si en ese instante el resto del mundo se desvaneciera y solo existiéramos nosotros dos, a pesar de la multitud que nos rodeaba.

El abrazo fue tan intenso y prolongado que intenté separarme, ya que no estoy acostumbrada a recibir tanto contacto físico. Sin embargo, su fuerza y calidez me mantenían cerca. El momento fue tan especial que me arrepentí de no haber sido yo quien iniciara el abrazo. Cuando finalmente nos separamos, me dirigí rápidamente al mesabanco con mi amiga. Mi corazón estaba tan lleno de emoción que casi no podía contenerlo.

Ese abrazo, sincero y lleno de significado, se convirtió en el mejor abrazo de mi vida. Mi amiga, al ver mi reacción, me grabó mientras mi rostro reflejaba la emoción y el enrojecimiento causado por el momento. Mi zorreador había ganado aún más de mi corazón con ese gesto tan inesperado y sincero. Era un recuerdo que atesoraría, un abrazo que no solo había marcado mi cumpleaños, sino también el valor de sus sentimientos hacia mí.

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