Un abrazo en el sueño

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Esa noche, antes de quedarme dormida, todo lo que deseaba era soñar con él, con mi Zorreador. Quería respuestas, saber por qué se comportaba así, por qué había tanta distancia entre nosotros. Cerré los ojos, dejándome llevar por mis pensamientos, esperando que, entre los misterios del sueño, pudiera encontrármelo una vez más y descubrir la verdad. Y lo logré.

Nos encontrábamos todos los del salón en un lugar que no era la escuela, pero de algún modo, seguíamos juntos, como si estuviéramos en una clase de educación física. A mi lado estaba mi amiga, como siempre , como chicles inseparables. Pero aunque estuvieras ahí, como siempre, mis ojos lo buscaban a él, a mi Zorreador. Sin embargo, no lo veíamos por ninguna parte. Mi corazón, que tantas veces lo buscaba en el mundo real, parecía estar haciendo lo mismo en el sueño, pero él no aparecía.

Al terminar la clase, nos unimos a un grupo de niñas. Aunque no recuerdo exactamente quiénes eran, estoy segura de que eran amigas tuyas de otro salón, esas que se juntaban en los recreos. Se sentía como una escena cotidiana, pero mi mente seguía inquieta, ansiosa por su ausencia. Lo buscaba entre las conversaciones, entre las risas, esperando que de alguna forma apareciera.

Y entonces, de pronto, lo sentí. Esa presencia inconfundible, como cuando en los honores a la bandera sentía que él estaba cerca, aunque no pudiera verlo. Sin que nadie lo anunciara, de repente se acercó a mí y se puso a mi lado. No lo había visto en todo el tiempo, pero ahora estaba aquí. Su cercanía era tan real, tan palpable, que no hizo falta decir nada para que yo supiera que era él. Mi Zorreador. Todo cambió en ese momento.

De pronto, me abrazó. No esperaba que lo hiciera, pero su abrazo fue tan cálido, tan real, que me recargué en su pecho, cerrando los ojos. El mundo a nuestro alrededor empezó a desvanecerse, como si ya no existiera nada más. Solo estábamos él y yo. En medio de ese instante suspendido en el tiempo, mi corazón seguía cargado de preguntas que no podía ignorar, así que le pregunté, casi en un susurro, con todas mis dudas acumuladas:

—¿Verdad que no estabas aquí?

Él me miró a los ojos y, con una voz suave, respondió:

—No, no estaba aquí.

Sus palabras fueron como un eco de todo lo que había sentido. Había estado ausente, tal como lo había sentido desde el inicio. Pero ahora, aunque solo fuera por este instante, estaba conmigo. Su abrazo no se soltó, y por un momento, todo parecía perfecto. No había más preguntas, ni miedos. Solo su abrazo, su presencia.

El tiempo, que se había detenido para nosotros, empezó a moverse de nuevo. Sin previo aviso, se fue. La calidez de su abrazo se desvaneció tan rápido como había llegado. Sentí su ausencia tan fuerte, un vacío que dolía casi tanto como su cercanía había reconfortado.

Tú habías estado observándonos todo el tiempo, aunque yo ni siquiera me había dado cuenta. Entonces, con una sonrisa en los labios, te volviste hacia las demás niñas y dijiste con una expresión que mezclaba sorpresa y satisfacción:

—¡Veeen, si la quiere!

Sus palabras resonaron en el aire, llenando el espacio que él había dejado. Aunque desperté poco después, con el corazón acelerado, aún sentía la presión de su abrazo, la calidez de su presencia, aunque ahora estuviera sola en la oscuridad de mi habitación. Era solo un sueño, pero las emociones seguían presentes, como si se hubieran quedado conmigo. Me levanté sabiendo que, aunque no hubiera estado allí desde el principio, lo había sentido cerca, aunque solo fuera en mi imaginación.

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