Recuerdo aquel día con una claridad que parece desafiar el paso del tiempo. Fue uno de esos momentos pequeños, pero tan llenos de significado que lograron tocar lo más profundo de mi alma.
La rutina escolar nos había llevado a salir en el camión, y si mal no recuerdo, nuestra excursión era para ver a los caprinos. Mi amiga y yo nos acomodamos en los primeros asientos, riendo y charlando, disfrutando de la simplicidad del momento.Todo iba bien hasta que él, mi zorreador, se sentó a mi lado. En un primer instante, traté de seguir adelante con mi actitud habitual, esforzándome por ignorar que la persona que más amaba estaba justo a mi lado. Sin embargo, él parecía tener un propósito claro: llamar mi atención. Cada uno de sus movimientos, por pequeño que fuera, parecía diseñado para romper la barrera de mi indiferencia.
Recuerdo cómo, en un momento, estiró su mano hacia mí, haciendo que nuestras pieles se rozaran apenas. Yo me hacía la desentendida, pretendiendo que no me afectaba, pero mi corazón estaba en un torbellino de emociones.
A pesar de mi esfuerzo por parecer impasible, era evidente que él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Cada vez que lo miraba, su rostro se iluminaba con una sonrisa sutil, que parecía decirme que él también sentía lo que yo sentía.
En uno de esos momentos, nuestros ojos se encontraron en una mirada fija y cargada de significado. Fue un instante en el que el mundo a nuestro alrededor desapareció, y solo existimos él y yo, atrapados en una conexión que no necesitaba palabras. Mi pecho se apretó con una mezcla de ansiedad y amor, deseando que el momento nunca acabara.
Más adelante en el viaje, mientras miraba distraída hacia el paisaje que se deslizaba por la ventana, sentí su mirada posada en mí. Aunque me hacía la que no notaba su presencia, en realidad, moría de amor en cada instante. La tensión entre nosotros era palpable, y mi corazón latía con fuerza cada vez que sentía su presencia tan cerca.
Entonces, en un acto que me sorprendió por su ternura, estiró su mano y tocó mi cara. Fue un toque ligero, casi etéreo, en la punta del perfil de mi nariz. No era como él solía ser, famoso por su actitud tosco y a veces irritante; este gesto era diferente, mucho más delicado, como si quisiera demostrarme una faceta de él que solo compartía conmigo. Ese simple contacto me hizo sentir como si estuviera flotando en una nube de ilusión.
Sentía que no podía evitar enamorarme más, que cada momento compartido con él solo alimentaba mi ilusión. Le pedí a mi amiga, con una urgencia casi desesperada, que no me abandonara en ese momento. Sentía que estaba viviendo un sueño, uno del que no quería despertar. Cada instante con mi zorreador era un regalo que atesoraba profundamente, y temía que, si ella no estaba a mi lado, perdería la capacidad de apreciar la magia que estaba ocurriendo a mi alrededor.
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Enemies to Lovers
Storie d'amoreEn un día de San Valentín, mi mundo dio un giro inesperado al conocer a "Zorreador", un chico de la preparatoria que inicialmente despertó en mí sentimientos de desdén y antipatía. Sin embargo, todo cambió cuando una simple solicitud de ayuda desenc...