Su indiferencia seguia

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Habían pasado ya dos semanas desde que comenzamos el último año de prepa, y mi zorreador seguía ignorándome como si no existiera. Cada vez que me cruzaba con él, solo podía preguntarme qué estaba haciendo mal. ¿Acaso ya se había enterado de lo que sentía por él? La duda me carcomía por dentro, y el silencio entre nosotros era insoportable. Sentía su mirada fría cada vez que nos cruzábamos, y eso solo intensificaba mi dolor. No podía evitar pensar en aquellos momentos que compartimos, las risas, las bromas, los días en los que parecía que nada podría separarnos. Pero ahora... todo lo que me quedaba eran recuerdos. Mi mayor miedo se estaba cumpliendo: me estaba convirtiendo en una completa desconocida para él.

Ese día, estábamos en clase de Cálculo, una asignatura que nos costaba mucho a mi amiga, a mí, y a la mayoría del salón. De pronto, mi amiga se levantó de su asiento para hacerle una pregunta al profesor. Fue en ese momento cuando un perro callejero, un Husky con fama de ser bravo, se metió al salón. Los murmullos comenzaron y varios compañeros, riéndose, me decían que usara mis "habilidades con los animales" para sacarlo. La verdad es que me daba un poco de miedo intentar controlarlo, sabiendo que el perro era agresivo. Pero, por otro lado, ahí estaba mi zorreador, y no quería fallar frente a él.

Intenté hablarle al perro, pero apenas hablé, el Husky corrió hacia otro lado del salón. Mis compañeros empezaron a reírse, y de reojo vi que él también lo hacía. Una sonrisa que hacía mucho no veía en su rostro... aunque no era por mí, sino por la situación. Uno de mis compañeros también intentó sacar al perro, pero fracasó, lo que provocó más risas en el salón, incluida la de mi zorreador.

En ese momento, el perro pasó cerca de nuestra fila. Mi amiga estaba hablando con el maestro y mi zorreador se había sentado en su lugar, justo detrás de mí. Cuando vi que el perro se acercaba, llamé a mi zorreador por su nombre, apenas un susurro temeroso, y le pedí que levantara los pies para que el Husky pudiera pasar sin incidentes. Pero no obtuve respuesta. No sé si lo dije muy bajo o si simplemente me estaba ignorando, como siempre. Al ver que no me contestaba, decidí no insistir. El silencio, una vez más, fue como una daga en el pecho.

Después de eso, mi amiga regresó y me pidió que le preguntara a la amiga de mi zorreador que también era mi amiga— por un ejercicio que no habíamos entendido. Me daba muchísima vergüenza, porque en cualquier momento él podía regresar y sentarse a su lado, justo donde tendría que pasar yo. Pero no tenía opción. Cuando ella comenzó a explicarme, sentí una mirada fría clavada en mí. No me atreví a girarme del todo, así que solo miré a mi amiga de reojo, tratando de concentrarme en lo que decía. Pero entonces la vi. Estaba muerta de la risa. Y en ese momento lo supe. Estaba ahí, justo detrás de mí. No había nadie más que me pusiera tan nerviosa de esa forma. Era él.

La vergüenza me invadió por completo. Me sentía tan expuesta. Cuando mi amiga terminó de explicarme, tuve que pasar frente a él para regresar a mi lugar. Y, sin querer, nuestras piernas se rozaron al hacerlo. Sentí un escalofrío recorrerme. Me senté lo más rápido que pude, intentando disimular lo nerviosa que me sentía, pero mi corazón seguía latiendo como loco. Me sentía atrapada en una mezcla de vergüenza y tristeza.

Poco después, la amiga de mi zorreador me pidió que le tomara una foto a su trabajo. No quería volver a pasar frente a él, no después de lo que acababa de suceder. Pero no tenía elección. Le dije que le pasaría mi celular y ella, sin pensarlo, se le dijo a él para que lo tomará. Lo vi tomarlo y por un instante me quedé congelada. Cuando me lo devolvió, nuestras manos se rozaron. Dos veces, su piel tocó casualmente mi celular... y aunque fue algo insignificante, para mí significó todo.

Me quedé en silencio el resto de la clase, intentando calmar el torbellino de emociones que se había desatado dentro de mí. Mientras tanto, él seguía allí, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos. Y yo, una vez más, me quedaba con la sensación de que lo había perdido, aunque nunca lo tuve del todo.

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