𝟎𝟓

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𝐃𝐞𝐬𝐞𝐦𝐛𝐚𝐫𝐜𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐑𝐞𝐲

𝟏𝟐𝟓 𝐝.𝐂

El viento se encontraba en cada rincón del castillo, susurrando a través de las piedras antiguas y los tapices gastados. Era un día nublado, un clima que se había vuelto habitual en los últimos meses. Las nubes grises y pesadas reflejaban el ánimo sombrío de la Fortaleza Roja. La salud del rey Viserys estaba empeorando visiblemente con el paso del tiempo, su rostro cada vez más demacrado y cansado. Le costaba hablar, y la mayor parte del tiempo lo pasaba en cama, su cuerpo envejecido y enfermo se volvía más pesado con cada día que pasaba.

A pesar de su enfermedad, Viserys no dejaba de discutir con Alicent. Sus voces resonaban por los pasillos del castillo. Aemond era el primero en notar estas discusiones, especialmente porque a menudo oía el nombre de Naerys mencionado en medio de las peleas. La última vez que la había visto, Aemond tenía nueve años. Ahora, con diecisiete, se preguntaba cuánto habría cambiado ella, tanto en su aspecto físico como en su carácter.

Cada noche, mientras se recostaba en su cama, su mente vagaba hacia Naerys. ¿La volvería a ver algún día? ¿Ella lo recordaría como su valiente tío o simplemente como el que la había herido antes de desaparecer de su vida? Recordaba con amargura las palabras que había pronunciado cuando se fueron de Rocadragón. Aunque había ganado a Vaghar, el dragón más grande y fuerte del mundo, sus acciones le habían hecho perder a Naerys. Le dolía saber que Naerys siempre pondría a sus hermanos por delante de todos, incluso de él. Aquella noche de hace años había dejado claro dónde estaban sus lealtades.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando se acercó a la puerta de la habitación de su padre. La luz tenue de las velas proyectaba sombras inquietantes en las paredes, y el murmullo de las discusiones se filtraba por la puerta entreabierta. Aemond se quedó quieto, su mirada fija en el interior de la habitación. Podía ver a Alicent, su madre, caminando de un lado a otro, visiblemente alterada. Sus movimientos eran rápidos y agitados, sus manos se movían nerviosamente mientras hablaba con Viserys, cuya figura débil apenas se distinguía entre las sábanas de su cama.

"No estoy de acuerdo," dijo Alicent, girándose hacia Viserys, quien yacía en la cama con la espalda apoyada en la cabecera. 

"Es necesario," respondió Viserys con voz serena pero firme, sus ojos reflejando la carga de sus años y la enfermedad que lo consumía lentamente. "Rhaenyra nos lo ofreció hace años. Es para tener paz en este castillo. Sabes que Naerys es la única que puede traer esa paz," añadió, con la esperanza de volver a ver a su querida nieta y a su hija, cuya ausencia había dejado un vacío en su corazón.

"¿Con Daeron? No voy a traer a mi hijo aquí para cumplir un deber que no le corresponde," replicó Alicent con vehemencia. "La paz vendrá con Aegon y Helaena. Eso es en lo que debemos enfocarnos, solo en eso," añadió, intentando desviar la conversación hacia sus propios hijos.

Viserys suspiró profundamente, sus ojos cansados buscando los de Alicent. "Alicent, mírame. Mis días han empezado a avanzar, y no quiero irme de aquí sin saber que hice el intento de volver a unir a mi familia. Daeron y Naerys tienen la misma edad; una boda no vendría mal," dijo, su voz cargada de la urgencia de un hombre que veía el fin de su vida acercarse. Su deseo de reconciliación era evidente, y en su mente, esta unión podría ser el bálsamo que sanara las heridas abiertas entre los Targaryen.

Aemond, que había estado escuchando en silencio, frunció el ceño al oír la propuesta de su padre. Su mandíbula se tensó, y su mente comenzó a trabajar rápidamente, analizando las implicaciones de esa idea. "¿Daeron y Naerys como esposos?" pensó con incredulidad. La imagen de su joven hermano unido a la hija de Rhaenyra no le traía más que visiones de conflictos y fracaso.

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora