𝟏𝟒

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El rey Viserys, debilitado por su enfermedad, descansaba en su imponente cama de columnas talladas, rodeado por las sombras de su recámara. Los tapices que narraban las glorias pasadas de la Casa Targaryen colgaban silenciosamente de las paredes, siendo testigos mudos de su pena.

"No ha venido a visitarme," susurró Viserys con tristeza, sus ojos apagados clavados en la puerta cerrada. Sus palabras eran apenas un murmullo, un eco de su antaño poderosa voz. "¿Estás segura de que ella está bien? Tal vez deba levantarme e ir a verla."

Alicent, se inclinó hacia él, su expresión de preocupación perfectamente ensayada. "No, tú aún no puedes, estás mejorando y si ahora te ocurre algo podrías caer de nuevo," respondió, su tono suave y persuasivo. "Al parecer Naerys ha tenido cosas más importantes que hacer que venir a visitar a su abuelo."

Viserys frunció el ceño, una sombra de la autoridad que una vez había sido suya asomando en su mirada. "Tráela, mañana mismo quiero verla aquí, es una orden, Alicent."

"Sí," susurró Alicent, obligándose a sonreír. "Tengo que ir a buscar a Helaena, vendré a verte más tarde." La reina se levantó con gracia, su vestido arrastrando suavemente el suelo de piedra mientras se dirigía hacia la puerta.

Al salir de la habitación del rey, la sonrisa de Alicent se desvaneció al instante. Sus pasos resonaron firmes y decididos en los fríos pasillos del castillo. Sus ojos verdes, normalmente llenos de dulzura fingida, brillaban ahora con un enojo helado mientras buscaba por todos los rincones del castillo a Aemond. El castillo estaba en silencio, roto solo por el ocasional crujido de la madera o el distante murmullo de las conversaciones de los sirvientes.

Finalmente, lo encontró en el patio de entrenamiento, su figura esbelta y musculosa destacando en medio de los soldados que practicaban. Aemond se movía con la gracia y precisión de un depredador, cada golpe de su espada un testamento a su destreza marcial. Al escuchar la llamada de la reina, se detuvo a regañadientes, sus ojos llenos de molestia y resignación.

"Por órdenes de la reina," dijo el mensajero, su voz temblando ligeramente. Aemond lanzó una última mirada a Sir Cristón antes de seguir a Alicent de mala gana, su expresión endurecida mientras entraban nuevamente al castillo.

"¿Tu esposa al final se dignará a bajar a comer con nosotros? Ya van más de tres semanas que se la pasa en su habitación, sus sirvientas la atienden como si fuera la reina," se desquitó Alicent, sin medir sus palabras.

"Ha estado con Helaena y en la biblioteca, madre. Le he permitido que tome sus alimentos en su habitación," respondió Aemond con seriedad.

"¿Qué? ¿Ahora tú la complaces? ¿Sabes lo que eso ocasionará? ¿No te has puesto a pensar acaso si realmente ha estado con Helaena o en la biblioteca?" Las palabras de Alicent estaban buscando sembrar la duda en su hijo.

Aemond se alejó, tratando de no dejarse afectar por las palabras de su madre. Había estado enfocado en su entrenamiento y preparación, pero la repentina decisión de Naerys de alejarse y encerrarse en su habitación le había desconcertado. Sin embargo, él sabía perfectamente a dónde iba y con quién estaba. Observaba cómo se movía entre la cocina, su habitación y la de Helaena. Incluso las había visto regresar juntas a la biblioteca después de pasar por la cocina. Aunque no comprendía la actitud silenciosa y reservada de Naerys, no dudaba de su fidelidad.

"Si crees que ella está haciendo algo indebido, entonces iré a verla ahora mismo para decirle que vuelva a tomar las comidas con nosotros," respondió Aemond con simpleza, intentando calmar las inquietudes de su madre.

"Tu padre quiere verla," continuó Alicent, susurrando como si el aire mismo pudiera traicionarla. "Se está preguntando sobre ustedes y su matrimonio. Simplemente le dirás que Naerys no tiene la capacidad de quedar en cinta con facilidad. No mencionarás nada del té. Tu padre quiere que ambos tengan hijos, pero no voy a permitir que arruine tu vida."

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora