El rugir de los gritos era ensordecedor, resonando a través de los pasillos de la fortaleza como una tormenta imparable. Los sirvientes corrían de un lado a otro, sin rumbo, intentando poner orden en el caos que se había desatado. Los niños lloraban desconsolados, sus sollozos llenaban la sala con un eco de desespero. Naerys, con el corazón palpitante, buscaba frenéticamente entre la multitud los rostros familiares de su madre y sus hermanos. La sala, antes majestuosa y ordenada, ahora era un torbellino de pánico y confusión. Pero su madre no estaba allí, no había rastro de Rhaenyra.
"¡Naerys!" La voz temblorosa de Jacaerys rompió el caos, atrayendo su atención.
Naerys giró rápidamente hacia su mellizo, encontrándose también con la mirada angustiada de Lucerys. Sin pensarlo dos veces, los tres hermanos se precipitaron el uno hacia el otro, envolviéndose en un abrazo protector. El terror de lo desconocido los unía más fuerte que nunca, intentando formar un escudo humano contra el tumulto que los rodeaba.
Cuando Naerys se giró hacia Jacaerys y Lucerys, ambos se abrazaron con ella instintivamente, buscando protección en medio del tumulto.
"¿Qué ha pasado?" preguntó Naerys con desesperación, temiendo lo peor.
Observó el caos a su alrededor y vio a Aemond, con sangre en el rostro. No mostraba miedo, solo una profunda tristeza y preocupación en sus ojos.
La voz de su abuelo, enérgica y furiosa, resonó desde las escaleras, interrumpiendo el caos que había estallado entre sus hermanos y tíos.
"Jacae, Nae," llamó Rhaenyra, buscando a sus hijos entre la multitud. Corrió hacia ellos cuando vio a Lucerys, el menor, envuelto en sangre. Con manos temblorosas, Rhaenyra levantó la cabeza de Lucerys para examinar la herida. "¿Quién hizo esto?" preguntó con voz firme, aunque llena de angustia maternal.
Fue entonces cuando Aemond, visiblemente alterado, exclamó: "¡Ellos me atacaron!" Naerys se volvió hacia él con incredulidad, y luego miró de vuelta a sus hermanos. Todos comenzaron a hablar a la vez, cada uno defendiendo su versión de los eventos. Naerys se encontró confundida, tratando de discernir la verdad en medio de las acusaciones cruzadas.
¿Realmente Aemond había lastimado a Lucerys, su pequeño hermano? ¿O había sido Lucerys quien había desatado la violencia, causando que una daga encontrara su camino hacia el ojo de Aemond? Las palabras se convirtieron en un maremágnum de emociones y acusaciones, dejando a Naerys atrapada en un torbellino de dudas.
Naerys observaba con ansiedad a su alrededor, deseando que la tensión en la sala no escalara a una pelea más. Sus ojos reflejaban su inquietud, una preocupación que no pasó desapercibida para su abuelo, Viserys, quien se maldecía por haber permitido que su nieta presenciara tal confrontación.
"¡Suficiente! ¡Silencio!" El grito de Viserys resonó por el salón, haciendo que todos se sobresaltaran. Finalmente, el silencio cayó sobre la sala, dejando a nadie más que a él hablar.
"Nos llamó bastardos", susurró Jacaerys, mirando a su madre con ojos cargados de resentimiento. Naerys los miró con confusión, sin entender del todo el peso de esas palabras.
Desde pequeña había escuchado el término "bastardos" con frecuencia, aunque su madre había tratado de protegerla del lado oscuro del mundo. Sin embargo, entendía lo suficiente como para saber que sus hermanos eran el blanco de tales acusaciones. La famosa historia de "La suerte de Naerys" siempre había estado presente en su vida, una narrativa que la rodeaba con un halo de milagro, protegiendo a Rhaenyra de las acusaciones de infidelidad. Aunque no comprendía del todo, Naerys creía que esa misma narrativa había sido una barrera entre ella y Laenor, impidiendo que él la aceptara completamente.

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𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧 | 𝐀𝐓
FanfictionLa inocencia de Naerys la convierte en la joya más preciada de Rhaenyra, quien, a pesar de su deseo de forjar hijos fuertes, no puede evitar proteger a su pequeña de los peligros del mundo. Envolviendo a Naerys en un manto de amor, Rhaenyra intenta...