𝟎𝟐

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𝐑𝐨𝐜𝐚𝐝𝐫𝐚𝐠𝐨́𝐧

El viento en el rostro de Naerys la hacía estremecerse mientras se encontraba en medio de sus hermanos. A su alrededor, el aire frío parecía susurrar secretos antiguos, y ella se acurrucaba más cerca de Jacaerys y Lucerys, buscando el calor y la seguridad de su cercanía. Su madre, Rhaenyra, los tenía a los tres juntos, protegiéndolos bajo su ala como una dragona cuida a sus crías. La vestimenta negra que llevaban simbolizaba el luto y la solemnidad del momento, añadiendo un peso adicional a la atmósfera cargada de tristeza.

Naerys miraba con curiosidad la expresión de todos a su alrededor, absorbiendo cada detalle con la atención de una niña que está comenzando a comprender las complejidades del mundo que la rodea. Su padre, Laenor, parecía ansioso por salir de ahí. La mirada débil y perdida en sus ojos delataba su deseo de escapar de la realidad que lo rodeaba, una realidad demasiado dolorosa para enfrentar directamente.

Rhaenyra, por otro lado, mantenía la mirada baja, sus ojos oscilando entre sus hijos y el suelo. De vez en cuando, levantaba la vista y le ofrecía a Naerys una sonrisa muy ligera, apenas perceptible, pero que no pasaba desapercibida para su hija. El abuelo de Naerys, Viserys, también compartía esos momentos de conexión visual con ella. Su rostro, marcado por las arrugas de la edad y la preocupación, se iluminaba brevemente cuando sus ojos encontraban los de Naerys.

Sin embargo, Naerys no podía evitar girar su mirada hacia donde estaban Aemond y Aegon. Intentaba ver más allá de los rostros familiares, deseosa de captar la esencia de aquellos que la rodeaban. Pero fue una risa inesperada la que la hizo girar y enfocar su atención en otra dirección.

El hombre que reía frente a ella era Daemon Targaryen. Había oído su nombre un par de veces cuando, por accidente, escuchaba las conversaciones de su abuelo, pero no lo había conocido hasta ahora. La risa de Daemon era desconcertante para Naerys. Él era el viudo reciente, su esposa había muerto dejándolo solo y con dos niñas a su cargo. Naerys, aunque no comprendía del todo el significado de la pérdida, sabía que la muerte de una persona causaba dolor a los demás. ¿Por qué, entonces, Daemon no parecía estar afligido?

Naerys, por su parte, no era consciente de que Harwin Strong había muerto. Rhaenyra se lo había ocultado, sabiendo cuánto estaba Naerys unida a Harwin. Naerys esperaba verlo ahí, sosteniendo sus juguetes, esperándola para jugar como solía hacerlo. La ausencia de Harwin era un vacío que Naerys aún no comprendía del todo, un dolor que su madre intentaba mitigar protegiéndola de la cruda realidad. Pero en este día, envuelta en su luto y rodeada de miradas llenas de secretos y dolor, Naerys comenzaba a percibir que el mundo a su alrededor estaba cambiando, y con él, su propia comprensión de la vida y la muerte.

La despedida se prolongó unos cuantos minutos más. Aemond permanecía inmóvil, observando a Naerys desde su posición. Se preguntaba, una vez más, cómo era posible que Naerys lo considerara valiente. Claro, él hacía cosas para que ella lo viera como fuerte y decidido, pero en su interior sentía que no había demostrado lo suficiente para merecer tal admiración de su parte.

Naerys, con su expresión inocente y su mirada llena de curiosidad, se acercó a Rhaenyra. "Mamá, ¿puedo irme a sentar?" preguntó, sus ojos grandes reflejando la pureza de su intención. "No vendrá Ser Harwin, lo esperaré con mis peluches."

Rhaenyra asintió temblorosa, sus manos apretando el borde de su vestido. La verdad pesaba en su corazón, una verdad que ocultaba por el bien de su hija. ¿Por qué se encontraba en la necesidad de proteger a Naerys más de lo necesario? Sabía que esto la convertía en un blanco fácil para Alicent, quien constantemente la describía como una niña caprichosa y mimada. Sin embargo, Naerys jamás en su vida había exigido nada con egoísmo. Había sido protegida de los pensamientos oscuros y los peligros del mundo exterior.

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora