La noticia de que su familia había llegado en la noche emocionó a Naerys profundamente, un sentimiento de euforia contenida llenaba su pecho. Sin embargo, el sol apenas comenzaba a asomarse sobre Rocadragón, y ella sabía que había tareas que no podía posponer. Tenía que alimentar a los mellizos, lo cual impedía que pudiera salir de inmediato de su habitación y correr a los brazos de su madre y hermanos. La urgencia por verlos chocaba con sus responsabilidades como madre, y sentía una mezcla de alegría y frustración agolpándose en su pecho.
Aemond, observaba la situación en silencio mientras terminaba de ajustarse los guantes de cuero negro. Su mirada, siempre calculada, se suavizaba al posarse sobre Naerys, pero también detectaba el peso de la presión que ella sentía. Había insistido más de una vez en querer estar presente durante la reunión que su madre, Rhaenyra, encabezaría esa mañana. No era solo una cuestión de reencuentro familiar; en esa reunión, se debatirían los linajes y raíces de sus hermanos... y, por extensión, las suyas también. La legitimidad de los hijos de Rhaenyra siempre había sido objeto de murmuraciones venenosas en la corte, y aunque Naerys ya era una mujer casada, madre de dos hijos y esposa de Aemond, la sombra de esos juicios seguía persiguiéndola.
"Nae, tranquila," murmuró Aemond al acercarse a ella con pasos firmes. "El mundo no se acabará porque no vayas a esa reunión. Quédate aquí, con ellos. Verás a tu familia cuando todo termine."
Naerys, quien estaba ajustando la manta que cubría a uno de los mellizos, levantó la mirada, sus ojos brillando con un leve toque de tristeza. "Pero quiero estar con ellos," insistió, sus palabras saliendo con un susurro quebrado, el peso de sus emociones comenzando a hacer mella en su voz.
Aemond se inclinó hacia ella, con la serenidad de alguien que conocía el campo de batalla mucho mejor que el salón de una corte, pero también con la suavidad de un esposo que había aprendido a leer las emociones en los ojos de su mujer. "Lo estarás. Además, han dicho que posiblemente se queden para la comida... incluso para la cena. Los tendrás para ti sola, ¿te gusta la idea?" Sus palabras eran un susurro suave, cálido, con una promesa escondida tras cada sílaba.
Naerys volvió su mirada hacia los pequeños, que comenzaban a agitarse en su cuna. Rhaegar, siempre más calmado, balbuceaba y sonreía, sus ojos brillantes e inquisitivos, tal como Naerys lo había sido de bebé, cuando Rhaenyra la acunaba en los pasillos de Rocadragón. Por otro lado, Daenys, más impaciente, comenzaba a patear la suave manta que la envolvía, sus pequeñas manos agitándose con desesperación, demandando la atención inmediata de su madre. El contraste entre los mellizos siempre le arrancaba una sonrisa a Naerys, pues era un reflejo de las dualidades en su propia vida.
Finalmente, Naerys asintió, resignada pero reconfortada por las palabras de Aemond. No podía ignorar sus deberes como madre, y en el fondo sabía que su esposo tenía razón.
Aemond respondió con un gesto de ternura: inclinándose hacia ella, depositó un suave y corto beso en sus labios antes de girarse para salir. Pero no sin antes acercarse a la cuna de Daenys, quien levantó los bracitos hacia su padre con desesperación. Aemond la levantó con facilidad, acunándola en sus brazos como si fuera el tesoro más preciado del mundo.
"Tendremos que manejar sus emociones o será una pequeña llama de fuego", dijo Aemond con una risa suave, mirando a Naerys con ojos brillantes. Era un tono de voz que solo usaba con sus hijos, que hacía que Naerys sonriera. Aemond siempre parecía distinto cuando estaba cerca de los pequeños, su dureza habitual se desvanecía por completo. Con cuidado, colocó a Daenys en los brazos de Naerys, asegurándose de que estuviera bien envuelta en su mantita.
"Listo", dijo, acariciando la pequeña cabecita de su hija antes de dirigirse hacia la salida. "Vendré tan pronto se acabe todo esto. Mientras tú estás con tu familia, yo me quedaré con ellos".
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𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧 | 𝐀𝐓
FanfictionLa inocencia de Naerys la convierte en la joya más preciada de Rhaenyra, quien, a pesar de su deseo de forjar hijos fuertes, no puede evitar proteger a su pequeña de los peligros del mundo. Envolviendo a Naerys en un manto de amor, Rhaenyra intenta...