𝟏𝟗

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La mañana había comenzado como cualquier otra en Desembarco del Rey. Aunque no era la primera vez que Aemond se ausentaba de los desayunos que su madre, la reina Alicent, había ordenado. De hecho, su ausencia se había convertido en un hábito que a Alicent le causaba una profunda repulsión. Cada día, observaba con creciente amargura cómo su hijo, aquel que alguna vez fue su mayor orgullo, ahora la ignoraba para priorizar a su esposa. Los planes de venganza, las promesas de lealtad y las esperanzas de justicia parecían haberse desvanecido del rostro de Aemond, diluyéndose en la suavidad de los gestos que ahora dedicaba únicamente a Naerys.

En la habitación del matrimonio, el silencio se rompía únicamente por la respiración entrecortada de ambos, un ritmo acompasado que marcaba la intimidad compartida. Con un suspiro tembloroso, Aemond se separó lentamente de Naerys, permitiéndose un instante de calma tras el frenesí de la pasión. Los dos se acurrucaron desnudos bajo las sábanas de seda, con la cercanía habitual que había llegado a ser una necesidad para él. Como de costumbre, Aemond rodeó con su brazo la cintura de Naerys, acercándola a su pecho, mientras ocultaba su rostro en la curva de su cuello y hombro. Depositó un beso suave, casi reverente, en su piel, como si en ese pequeño gesto quisiera expresar todo lo que no se atrevía a decir en palabras.

En estos momentos de absoluta intimidad, Aemond se permitía ser él mismo. Había dejado de usar el parche en su ojo cada vez que Naerys estaba a su lado, un gesto que no pasaba desapercibido para ella. Fue entonces cuando Naerys comprendió que Aemond le había mostrado el secreto más oscuro de su corazón, aquello que siempre había mantenido oculto tras su fría máscara de desprecio y arrogancia. Sin el parche, Aemond revelaba lo que realmente era: un hombre marcado, no solo físicamente, sino también emocionalmente. 

Mostrar su rostro completo, desprovisto de la falsa seguridad que el parche le otorgaba, era una fuente de angustia para él. Temía, más que cualquier otra cosa, que Naerys pudiera rechazarlo, que la visión de su cicatriz avivara en ella el miedo o el rechazo. Durante años, había soportado las burlas constantes de Aegon, soportado la humillación y el dolor, pero con Naerys todo era diferente. Con ella, podía ser vulnerable, y esa vulnerabilidad era tanto un alivio como un riesgo.

Por su parte, Naerys había empezado a confiar en la nueva versión de Aemond que ella misma había comenzado a moldear. Sabía que, de alguna manera, tenía el poder de influir en él, de suavizar los bordes afilados de su resentimiento y odio. Sin embargo, en su interior persistía la incertidumbre, la sombra de su familia y la lealtad que les debía. Sabía bien que la enemistad era inquebrantable.

El odio que Aemond sentía hacia su madre, Rhaenyra, y hacia sus hermanos siempre estaba latente, como una amenaza silenciosa que algún día podría obligarla a elegir. Y, en lo más profundo de su ser, Naerys ya conocía cuál sería su decisión. Aunque Aemond era su esposo, aunque compartían una intimidad que pocos entendían, su lealtad permanecía con su madre, con Rhaenyra, la legítima reina, y con su hermano, el heredero del Trono de Hierro. Era una certeza dolorosa, una espada de doble filo que llevaba consigo, sabiendo que algún día podría ser la causa de su ruina o de la de Aemond.

"¿Nae?" susurró Aemond, su voz apenas un murmullo contra la piel de su cuello. No hizo ningún esfuerzo por alejarse de ella; en cambio, su agarre en su cintura se hizo más firme, un gesto protector y posesivo al mismo tiempo. "Nae..."

Naerys parpadeó, volviendo al presente al sentir el calor de la respiración de Aemond en su cuello. Sus pensamientos, que se habían perdido en reflexiones, volvieron lentamente al ahora. Se acomodó en la cama, manteniéndose cerca de él, aunque dejó escapar un suspiro prolongado.

"¿Sí?" respondió finalmente, con una voz suave y algo distraída, consciente de que había perdido el hilo de la conversación.

"Te pregunté si quieres venir conmigo a cabalgar", repitió Aemond, su tono más claro ahora, aunque con un toque de diversión en su mirada. "Hemos salido tantas veces a montar dragones que creo que hasta ellos empiezan a esconderse para evitar ser molestados. Están cansados de nuestros paseos interminables."

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora