𝟏𝟕

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Naerys miraba el plato de comida que Cassia había dejado frente a ella con la vista perdida. El aroma del caldo se extendía por la habitación, pero a Naerys le resultaba distante, como si todo a su alrededor se desvaneciera en un manto de silencio pesado y asfixiante. Se sentía abrumada, cansada, como si la soledad la estuviera despojando lentamente de su vitalidad. Esa soledad, profunda y persistente, la estaba consumiendo desde adentro, dejándola sin fuerzas para luchar contra la melancolía que la invadía.

Cassia,  la observaba con preocupación. Era la casi sexta vez esa semana que la princesa rechazaba cualquier intento de alimentarse. Con voz suave, le susurró: "Por lo menos un poco de este caldo, princesa".

Pero Naerys solo negó con la cabeza sin siquiera voltear a verla, hundiéndose de nuevo entre las sábanas y dándole la espalda a la realidad que la acosaba. El peso de su tristeza parecía inconmensurable, como si cada fibra de su ser estuviera luchando por mantenerse en pie en un mundo que ya no le ofrecía consuelo.

Cassia suspiró, su mirada reflejaba la impotencia que sentía al ver a su señora en tal estado. Con un nudo en la garganta, se dispuso a recoger el plato cuando las puertas de la habitación se abrieron suavemente. Aemond entró con su andar firme, y su mirada, siempre tan aguda y penetrante, se posó de inmediato en el plato que seguía intacto. Una sombra de preocupación cruzó su rostro, aunque su expresión permaneció en control.

"¿De nuevo?" preguntó en voz baja. Sabía la respuesta antes de que Cassia pudiera siquiera responder.

"He hecho lo posible, mi príncipe, pero la princesa no tiene hambre", contestó Cassia con un deje de disculpa, sosteniendo el plato con resignación. "Voy a traerle algo de frutos picados. Quizás eso..."

"No", la interrumpió Aemond con suavidad, pero con autoridad. "Déjame el plato. Yo intentaré que coma algo". Tomó el plato de sus manos, asegurándose de no derramar ni una gota. Luego la miró. "Diles que nadie nos moleste. Que solo entren si es absolutamente necesario, como si estallara una guerra, o si vienes a dejar el plato con los frutos para mi esposa".

Cassia hizo una breve reverencia antes de salir, cerrando las puertas tras de sí con un cuidado extremo para no perturbar el frágil ambiente de la habitación. Aemond permaneció quieto por un momento, observando a Naerys, quien seguía acurrucada, ajena al mundo. Sus hombros se veían frágiles bajo la luz tenue que se filtraba por las ventanas, y su respiración era lenta, casi imperceptible.

Cassia asintió con una ligera reverencia antes de salir de la habitación, cerrando las puertas detrás de ella con suavidad para asegurar que nadie los interrumpiera.

El ambiente en la estancia se tornó pesado. Aemond vaciló, sus ojos recorrieron la figura de Naerys con preocupación. Avanzó lentamente hacia ella, como si cada paso demandara un esfuerzo mayor al anterior. Depositó el plato con cuidado sobre el mueble junto a la cama, el sonido de la cerámica rompiendo el silencio momentáneamente. 

Se sentó a su lado, ocupando un pequeño espacio en la cama, y extendió su mano con gentileza, sus dedos rozando la curva de la cintura de Naerys. La caricia fue tan ligera como una brisa, un intento desesperado de restaurar la conexión rota entre ellos.

"¿Puedes al menos probar lo que han preparado para ti?" preguntó Aemond, su voz baja pero cargada de una sutil súplica. Observó a Naerys esperando que su voz pudiera perforar la barrera de indiferencia que ella había levantado entre ambos.

"No." La respuesta de Naerys fue tan corta como fría, casi mecánica. Aemond esbozó una leve sonrisa, una mueca que no alcanzó sus ojos, consciente de que su pregunta había recibido la respuesta que temía.

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora