𝟏𝟖

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Naerys había regresado a la rutina en el castillo tras una temporada de reclusión, un periodo que marcó la distancia entre ella y Aemond, así como el creciente descontento de Alicent. Sentada a la mesa familiar, su lugar estaba reservado al lado de Aemond, como lo dictaban las formalidades, pero el ambiente era tenso. Habían transcurrido casi dos semanas desde que Naerys decidió dejar el refugio de su cama, pero no había duda de que las cosas ya no eran como antes. Alicent, con su expresión severa y mirada que apenas contenía su frustración, parecía más afectada que nunca, evidenciando que las reglas que había intentado imponer sobre Naerys habían sido ignoradas por Aemond.

Aemond, por su parte, mantenía su semblante sereno, incluso mientras se aseguraba de que Naerys se alimentara correctamente. Observaba cada bocado que ella tomaba, atento a su bienestar como si quisiera redimirse de los errores pasados. Su comportamiento revelaba una mezcla de protección y arrepentimiento, intentando mostrar que su única preocupación era su esposa, que nunca más la lastimaría. Sin embargo, la distancia entre ellos seguía presente, palpable en los gestos contenidos y en la falta de intimidad. Los contactos físicos se reducían a abrazos fugaces o besos ligeros, siempre iniciados por Aemond, mientras que Naerys permanecía distante, sin buscar acercamientos ni siquiera para un abrazo.

El silencio en la mesa se rompió cuando Alicent, terminando un bocado, lanzó una pregunta cargada de reproche, su voz impregnada de desdén controlado. "¿Cuál es la razón por la que tu esposa llega nuevamente tarde?" Su tono no dejaba lugar a dudas sobre su desaprobación.

Aegon, sentado con una postura despreocupada, no pudo contener una sonrisa de diversión. Para él, las frecuentes indirectas entre su madre y Naerys eran un entretenimiento más, una distracción en las largas y monótonas cenas familiares. Sabía que cada vez que esas dos compartían mesa, las tensiones aflorarían con comentarios punzantes que él disfrutaba observar.

Aemond, sin inmutarse, desvió la mirada hacia su madre y respondió con la misma sencillez calculada que siempre usaba en esas ocasiones. "Naerys no tenía vestidos adecuados, así que pedí que trajeran las mejores telas para que pudieran hacerle vestidos a medida. Estaban tomando sus tallas."

Antes de que Alicent pudiera replicar, Naerys decidió cambiar el tema, ignorando deliberadamente tanto a ella como a Aegon. "Por cierto, Helaena, Aemond consiguió el color café claro que tanto querías para tu bordado." La voz de Naerys fue suave, su atención completamente centrada en Helaena.

Helaena, quien hasta ese momento había estado sumida en sus pensamientos, levantó la vista hacia Naerys y le dedicó una sonrisa cálida, sincera. Su gesto fue un silencioso agradecimiento.

"¿Todos los días traen telas?", inquirió Alicent con voz dura, cada palabra cuidadosamente afilada para herir, "Porque esta no es la primera vez que Naerys llega tarde a esta mesa". La reina mantenía su mirada fija en la joven, esperando con desdén una respuesta que la pusiera en su lugar.

Naerys, lejos de sentirse intimidada, esbozó una sonrisa ladina que apenas ocultaba su satisfacción. "Vyrenth ocupa mi tiempo, majestad", replicó con una calma casi provocativa, "Es que le encanta volar y estuvo tanto tiempo encerrado que sus alas necesitaban estirarse"

El dragón de Naerys, Vyrenth, representaba mucho más que una simple montura. Era un símbolo de poder, de libertad, y para la reina Alicent, una constante fuente de irritación, pues significaba que la joven Targaryen ponía sus propios deseos y caprichos por encima de las expectativas impuestas. Alicent entrecerró los ojos con desaprobación visible y se inclinó hacia adelante, como si su próxima frase pudiera borrar de un plumazo la insolencia de su nuera.

"¿Ahora ese dragón es tu prioridad?", su voz era afilada. "Tu prioridad debe ser tu esposo", añadió con frialdad, buscando reestablecer el control de la situación.

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora