La habitación del enfermo Rey Viserys estaba impregnada de un silencio pesado, interrumpido solo por el sonido ocasional de los suaves susurros del viento que entraban a través de las ventanas entreabiertas. Rhaenyra, con el corazón apesadumbrado, observaba a su padre desde una distancia prudente. La enfermedad lo había consumido lentamente, transformando al robusto rey en una sombra de lo que solía ser. Su cuerpo, una vez fuerte y vigoroso, ahora parecía ser una piel arrugada sobre huesos frágiles. Cada vez que él tosía o se movía, el dolor parecía reflejarse en los ojos de su hija, quien sentía un peso casi insoportable en su pecho.
Daemon, por su parte, estaba claramente inquieto. Su paciencia se estaba agotando mientras su mirada se dirigía a Rhaenyra con una mezcla de frustración y urgencia. No podía entender por qué las discusiones con Viserys se manejaban con tanta delicadeza. Para él, la situación era clara: Aemond no debía casarse con Naerys, y no había tiempo que perder en charadas diplomáticas. La idea de tener que tratar con Viserys como si fuera un niño de cinco años lo exasperaba. Daemon deseaba una solución rápida y directa, y no estaba dispuesto a aceptar más dilaciones.
En ese momento, la voz de Naerys cortó el silencio. "Abuelo," dijo con una dulzura que contrastaba con la gravedad de la situación. La joven, se acercó a Viserys. El anciano rey, a pesar de su estado debilitado, mostró un destello de alegría al verla.
"Mi pequeña Naerys," saludó Viserys con una sonrisa nostálgica, su voz rasposa y débil. "Ya te han comentado de mi petición y..."
Naerys lo interrumpió, su voz apenas un susurro pero cargada de resolución. "Me casaré, abuelo. Haré lo que quieres." La pequeña sonrisa en sus labios era casi imperceptible, pero estaba llena de una comprensión sincera. Naerys había visto el sufrimiento de su abuelo y no podía ignorar la verdad en las palabras de Aemond sobre la salud de Viserys.
Alicent, que había estado observando desde su asiento, se levantó de manera brusca al notar que Aemond seguía a Naerys. Su mirada se posó en él, pero Aemond, sintiendo la presión de la situación, desvió su mirada con rapidez. El príncipe estaba ansioso por evitar que Alicent descubriera el papel que había jugado, incluso indirectamente, en la decisión de Naerys. El deseo de que el rey no se enterara de cómo se había logrado convencer a su nieta era evidente en su actitud.
Mientras tanto, Rhaenyra y Daemon intercambiaron miradas de profunda inquietud. Daemon, con la mandíbula apretada y el puño cerrado, estaba a punto de avanzar hacia Aemond para exigir respuestas sobre cómo había logrado cambiar la decisión de Naerys. Sin embargo, Rhaenyra le hizo un gesto para que se detuviera, señalando con un gesto preocupado el estado frágil de su padre.
"Gracias a los dioses, voy a tener la oportunidad de ver a mi familia unida," dijo Viserys con una sonrisa que reflejaba tanto la gratitud como el anhelo de ver la reconciliación de su familia antes de su partida inevitable.
Naerys, asintió y tomó la mano de su abuelo con firmeza. "Tienes que estar presente, abuelo. No me quiero casar sin tu presencia," dijo con una sinceridad que tocó el corazón de Rhaenyra.
Viserys, sintiendo el calor de la mano de su nieta en la suya, susurró con una ternura, "No te voy a fallar, mi pequeña." Sus ojos se encontraron con los de Rhaenyra, y agregó, "La boda se hará cuanto antes. Alicent ya ha visto todo, solo faltaba la presencia de Naerys."
Rhaenyra, con el ceño fruncido, miró a su hija con preocupación. "Padre, debemos hablar también con Naerys. La verdad es que también nos tomó de sorpresa su repentina aceptación," dijo con voz firme pero cargada de comprensión. Su mirada se posó en Naerys, buscando respuestas.
La decisión de dejar a Viserys, Alicent y Aemond solos en la sala para discutir los detalles, permitió que la tensión en la habitación se disipara solo momentáneamente. Naerys, con su porte altivo pero su corazón agitado, miró a Aemond. Su rostro no revelaba ni una pizca de la felicidad que se esperaría de una joven prometida. Con una actitud fría, se volvió y salió de la habitación sin mirar atrás, su paso firme pero su corazón pesando con la carga de la decisión que acababa de tomar. Mientras sus padres la seguían, Naerys recordó las palabras de Aemond, resonando en su mente como un eco implacable: "Es una lástima que tus caprichos sigan dejando a un lado a los demás." Esa frase había sido un golpe bajo.
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𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧 | 𝐀𝐓
FanfictionLa inocencia de Naerys la convierte en la joya más preciada de Rhaenyra, quien, a pesar de su deseo de forjar hijos fuertes, no puede evitar proteger a su pequeña de los peligros del mundo. Envolviendo a Naerys en un manto de amor, Rhaenyra intenta...