Las pisadas de las sirvientas resonaban por los largos y fríos pasillos, moviéndose de un lado a otro con una rapidez inusual. Sus rostros reflejaban el nerviosismo que las dominaba, sabiendo que un nuevo miembro estaba por unirse a la familia real, un acontecimiento que traía consigo tanto alegría como ansiedad.
Aemond Targaryen, quien había pasado la mañana entrenando en el patio, no imaginaba que el momento llegaría tan pronto. Al dejar a Naerys en su cama esa mañana, confiaba en que aún faltaban varias semanas para que el parto se presentara. Sin embargo, los gritos provenientes de la habitación de Naerys y la agitación del personal no dejaban lugar a dudas: el momento había llegado. Los dolores de Naerys comenzaron apenas una hora después de que Aemond partiera, y por fortuna, Cassia, la sirvienta más anciana y de mayor confianza, se había mantenido vigilante junto a su señora. Fue ella quien alertó a todos cuando la situación cambió repentinamente.
"Ha entrado en labor de parto", anunció el maestre con voz grave mientras cerraba las puertas de la habitación de Naerys tras de sí. El eco de sus palabras recorrió los pasillos, haciendo que los nervios se intensificaran aún más. Los gritos de Naerys, desgarradores y llenos de dolor, traspasaban las gruesas paredes de piedra, erizando la piel de todos los presente
Aemond llegó corriendo a la puerta, su corazón latiendo con fuerza en su pecho, pero justo cuando estaba por entrar, una figura conocida se interpuso en su camino. Alicent, su madre, lo detuvo con una mano firme y una mirada decidida. A pesar de la urgencia que sentía, el tono de su madre era inamovible, cargado de la autoridad que siempre había ejercido.
"No vas a entrar ahí" dijo Alicent con firmeza, sus ojos verdes centelleando con la dureza de quien está acostumbrada a dar órdenes que no se discuten. "Ese no es un lugar para un príncipe. Ella está haciendo lo que le corresponde como esposa."
"Pero está asustada" intervino una voz suave. Helaena, su hermana, quien sostenía en sus brazos varias mantas, había llegado también con la intención de ayudar. A pesar de su habitual calma, sus ojos reflejaban preocupación. Ella conocía a Naerys, sabía que esto no estaba sucediendo como debía. "Le faltaban semanas aún, eso dijo el maestre." Helaena miró a su madre con súplica. "Se asustó cuando los dolores comenzaron. No estaba preparada."
Aemond, rígido y silencioso como una estatua de mármol, mantenía la mirada fija en la puerta cerrada. Sabía que Helaena tenía razón. Naerys estaba asustada, lo había visto en sus ojos en los últimos días, aunque ella había intentado ocultarlo. Había visto ese temor silencioso que no se podía disimular. Y ahora, con su parto adelantado, la incertidumbre se cernía como una sombra oscura sobre ambos. El maestre había hablado de semanas, no de días, y Aemond no podía evitar preguntarse qué había sucedido. ¿Por qué ahora? ¿Qué había precipitado el nacimiento de su hijo antes de tiempo? Y aunque él no lo sabía con certeza, el mayor miedo de Naerys era perder a su bebé, una posibilidad que la aterraba más que cualquier batalla o enfrentamiento en el campo.
"Por favor...", la voz de Naerys se escuchó a través de la puerta, quebrada y desesperada. Un lamento que rasgaba el corazón de Aemond, incapaz de mantenerse firme ante tal suplica. "Necesito a mi esposo", suplicaba, su voz fluctuaba entre la fortaleza y la fragilidad, como si se sintiera abandonada en medio de la tormenta. "¡Aemond!" El grito, aunque apagado por las gruesas paredes, alcanzó a cada alma en el pasillo, como una flecha directa al corazón de su marido.
Aemond no pudo soportarlo más. Con un movimiento brusco y decidido, jaló su brazo del agarre firme que su madre, Alicent, había mantenido sobre él, como si intentara impedir que cruzara la línea hacia la habitación. Abrió la puerta con fuerza, ignorando la mirada de desaprobación de Alicent, quien apenas ocultaba su enojo. Aemond no se preocupaba por eso en ese momento; lo único que importaba era Naerys, su esposa, y el dolor que estaba sufriendo.
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𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧 | 𝐀𝐓
FanfictionLa inocencia de Naerys la convierte en la joya más preciada de Rhaenyra, quien, a pesar de su deseo de forjar hijos fuertes, no puede evitar proteger a su pequeña de los peligros del mundo. Envolviendo a Naerys en un manto de amor, Rhaenyra intenta...