𝟎𝟒

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𝟏𝟐𝟐 𝐝.𝐂

Habían pasado ya dos años desde la muerte de Laenor Velaryon, y su ausencia se sentía como una sombra persistente en el castillo, afectando a todos en la familia. Sin embargo, para Rhaenyra, su partida significó el inicio de una nueva etapa, ya que encontró consuelo y felicidad al casarse con Daemon. Este matrimonio trajo un rayo de esperanza para Naerys, quien veía en Daemon una figura paternal que ansiaba impresionar. La alegría de Naerys se intensificó al ser aceptada por Rhaena y Baela como una más en la familia, lo que le dio fuerzas para intentar ganarse el afecto de Daemon.

Por su parte, Daemon aceptó su rol junto a Rhaenyra, brindándole a ella y a sus hijos la estabilidad y protección que necesitaban en tiempos inciertos. Sin embargo, un conflicto constante entre él y Rhaenyra surgía por la manera en que ella cuidaba a Naerys. Daemon, consciente de los peligros del mundo en el que vivían, reprochaba a su esposa por mantener a Naerys en una burbuja de romanticismo e inocencia. Insistía en "prepararla" para el futuro, temeroso de que Naerys descubriera de la peor manera el tipo de mundo en el que vivían, un mundo lleno de traiciones.

Con el paso del tiempo, incluso Daemon, conocido por su dureza y carácter indomable, sucumbió a la ternura que Naerys emanaba. La joven tenía una forma única de mostrar amor y afecto a toda su familia, desde sus hermanos y hermanas hasta su madre, lo que le recordaba a Daemon lo reconfortante que podía ser el cariño genuino de alguien. A pesar de su carácter, no pudo evitar sentirse conmovido por la dulzura y la inocencia de Naerys, quien a menudo iluminaba su día con su sonrisa.

No obstante, el recuerdo de Laenor todavía pesaba en el corazón de Naerys. A pesar de haber sentido la incomodidad de Laenor en su presencia durante sus últimos días, hubo un momento que se grabó en su memoria: pocas semanas antes de su muerte, Laenor le dedicó una breve sonrisa y le dijo: "Que los dioses se apiaden de tu futuro de la mejor manera". Estas palabras, llenaron a Naerys de una inquietud inexplicable, erizando su piel y sembrando un miedo desconocido en su joven corazón.

Agradecida por la felicidad que Daemon había traído a su madre, Naerys se esforzaba por demostrarle su gratitud. Aunque a veces Daemon parecía abrumado por su constante necesidad de aprobación, en el fondo, se había acostumbrado a la presencia luminosa de Naerys en su vida.

"¿Seguro que mi madre autorizó que podía venir contigo?" preguntó Naerys sin soltar la mano de Daemon.

"No," admitió Daemon con una sonrisa traviesa, sus ojos fijos en su propio dragón. "Pero si lo admitía tus sirvientes no te dejarían venir."

"¿Y por qué venimos hasta aquí?" Naerys miró a su alrededor con curiosidad, sus ojos brillando con emoción.

Daemon hizo una pausa, su mirada se suavizó mientras observaba a Naerys. "Naerys, explícame desde cuándo has estado montando tu dragón y dando vueltas por ahí sin que nadie se entere."

Las palabras de Daemon hicieron que el rostro de Naerys se empalideciera. "Ya veo... al parecer te he descubierto."

"¿Le dirás a mi mamá?" preguntó Naerys, nerviosa, soltando la mano de Daemon para juguetear con sus dedos. "Me aseguré de que Vyrenth me obedeciera y además no volamos muy lejos."

Y era cierto, Vyrenth era un dragón muy hermoso. Cuando fue reclamado por Naerys, todos se impresionaron por la belleza de este magnífico ser, pues parecía haber nacido para ser montado por Naerys.

Vyrenth tenía un porte majestuoso, con escamas brillantes que reflejaban la luz del sol en un espectro de colores que iban del plateado al púrpura, otorgándole un aire etéreo y sobrenatural. Su amplitud era imponente, con alas amplias y poderosas que parecían envolver el cielo cada vez que las desplegaba. Las crestas que recorrían su espina dorsal eran afiladas y elegantes, dándole un aspecto regio y formidable.

𝐍𝐚𝐞𝐫𝐲𝐬 𝐓𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧  | 𝐀𝐓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora