Capítulo 11

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Antes de partir, Ginger pidió hablar conmigo en privado. Lo hizo luego de que Malcolm Mallory le exigiera irse. Deseaba estar segura de que estaba en este lugar por mi propia voluntad o era coaccionada a estarlo. Motivada por el apoyo recibido de parte de la familia Mallory, acepté.

Alfred no se iría sin agotar hasta el último recurso para hacerse volver. Me lo hizo saber a través de mensajes de texto, exigiéndome volver por mis propios medios; de no hacerlo, cargaría en mi conciencia lo que sucedería en adelante en quienes me protegían.

Me permitieron hablar con ella en el estudio, siendo Alice y Patrick los últimos en irse. Alice tuvo que hacerse de mucha fuerza para arrastrar a un Patrick y sacarlo. Antes de partir se quedó viéndome en silencio y asiente.

Decir la verdad significó un gran esfuerzo, del que no me arrepiento. El miedo a que él o alguno de los suyos salieran heridos, por mi culpa, me hizo alertarle. En mi cabeza jamás estaba que él me apoyara y menos que se negara a que me fuera.

—Ya estamos solas. Sé breve.

Aún existen cosas por contar y me refiero concretamente a todo lo que involucra a mi madre. Mencionar que la vi, significaba dar detalles que sacarían a la luz mi amistad con su hermano y padre.

Faltan un par de cosas que aclarar antes que le hable sobre Jaken y Landon. Algo me dice que, sin importar que o como se lo diga, Patrick va a enojarse.

—Un poco osco y burdo en los bordes, pero sabe llenar esos pantalones. Me imagino que algo importante hay debajo de esas ropas sucias.

Desconozco que odio más, si el tono despectivo en que se refiere a Patrick o la sonrisa lasciva que mantuvo hacia él en toda la reunión. El castigo más grande para Alfred Vass, debería ser ella. Una mujer que conoció en un bar, una zorra astuta que se acostó con medio pueblo, sin embargo, siento que es poco.

Inspiro una gran bocanada de aire y cierro los ojos, sin dejar de soñar que algún día Alfred Vass será un mal recuerdo.

—¿Qué deseas? —pregunto con la mirada puesta en la puerta cerrada empuñando las manos al sentirla sonreír.

—¿Es él verdad? —pregunta —el que te hizo violar tu regla de no durar mucho en un lugar.

Desvío la vista de la puerta cerrada y la miro a ella, de piel trigueña, cuerpo exuberante y vestida como si acabara de salir de una pasarela, desentona en el aire. Ella puede tener mi edad y Alfred puede parecer su padre, algo que no parece importarle.

—¿Qué tan buen amante es? —increpa, divertida.

Supongo que es mejor vender tu cuerpo a un solo hombre que a cientos en un mes. Sobre todo, si te gusta la buena vida y los lujos. Se cruza de brazos, sonríe y alza el mentón. Viéndome como si ante ella tuviera al ser más significante del mundo y correspondo su sonrisa.

—En serio te crees la gran dama —me burlo —es increíble lo que tres trajes finos pueden disimular en una puta.

Si le ofende mi comentario, no lo demuestra, su sonrisa no se borra de sus labios e incluso llega a hacerme un guiño cómplice. Cruza sus brazos meciendo sus caderas de izquierda a derecha. No hay duda que es una chica hermosa, aunque, rodeada de una sombra oscura.

— Puedo darte unos trucos para retenerle, —ofrece y al verme sonríe —¡Por Dios! No puedo creerlo—su sonrisa se amplía al decir aquello—No has logrado conquistarle ¿Estoy mal?

Escanea mi cuerpo de arriba abajo, apoyando una mano en el mentón y negando como si fuera la más experta.

—Tu ropa es horrible, eres hermosa, pero eso no es suficiente —chasquea ambos dedos ignorando mi rostro aburrido al escucharla darme trucos —necesitas chispa...

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