Capítulo 15

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Magdalena Mallory, había llamado la atención en la exposición. No existe nadie que no hubiera caído en el hechizo de la chica rubia de ojos verdes. Un olvido por parte de mi padre en cambiar los nombres de los expositores, era el causante de que Luisa, fuera señalada como mi hermana. Un detalle que inicialmente quiso cambiar, pero que olvidó al estar rodeada de Caballos.

A un colibrí en un jardín repleto de flores me recordaba Luisa en la exhibición. La reacción de todas las diferentes delegaciones ante su irrupción era de sorpresa, que se esfumaba en segundos cuando empezaba a hablar.

Era curiosa, divertida y con un buen manejo del tema equino. Distinguió sin problema cada ejemplar, Andaluz, pura sangre, inglés, árabes, Mustang, etc. ganándose con esto la admiración y respeto en todos.

"—Tengo un andaluz, se llama Delilah. Sí. Delilah, como la canción."

En adelante, la conversación fluía sin problemas y su interlocutor olvidaba que era una intrusa en su espacio. Mis intentos por atajar sus correrías, fueron imposibles, rindiéndome a su exceso energía, me dediqué a vigilarla desde mi espacio. Convencido de que acabaría por cansarse y regresaría a darme una mano.

¡Iluso! Luisa fue dotada de una energía inagotable, una capacidad de absorción e información ilimitada y una facilidad para hacer amigas. En dos horas, había logrado lazos que Magdalena o yo en los diez años que llevábamos acudiendo a este evento.

Amaba a los caballos, un sentimiento que podía proyectar y compartir sin problemas dentro de los presentes. Compartir con los presentes la imagen de su yegua en su móvil, trajo como era de esperarse un par de propuestas.

Si pensaba que aquello le obligaría a regresar a mi espacio, estaba equivocada, todo lo contrario. Lo hizo el segundo día, agitada, con las mejillas coloradas, pequeñas gotas perladas de sudor cubriendo todo su rostro y una noticia.

—Compraré dos caballos. —dijo.

—¿Tienes como comprarlos? —fue mi pregunta preparando a Deacon para su entrada.

—Sí. —respondió con los ojos brillantes y una sonrisa radiante.

—Ok. —dejo un instante de cepillar a Deacon y le observo —¿Puedo saber qué harás con dos caballos?

—Un carruaje —responde sonriente, decido ignorar ese comentario y me centro en los detalles.

—¿Qué tipo de caballos? ¿Edad, raza, rancho, dueño?

Responde a cada pregunta con facilidad, no tartamudea o duda de la decisión tomada, haciéndome entender con ese gesto, que sabe lo que quiere. Al final de la conversación debo admitir, la persona con la que hace negocios es de confianza y el trato entre los dos es limpio. Aunque la suma apostada por esos ejemplares es una pequeña fortuna y se lo hago saber.

—¿En serio posees esa cantidad? —insisto.

Ante su silencio la busco, la encuentro rebuscando en su móvil, su dedo pulgar pasa veloz por la pantalla. Sonríe al alzar el rostro y me muestra la imagen parcial de un documento notarial con una cifra.

—Solo por curiosidad—suspiro —¿Por qué dos?

—Por qué no me alcanza para los tres —me observa preocupada y bufa.

—¿Para el carruaje? —aclaro y ella afirma.

—Quiero una cuadriga.

—¿Para? —se alza de hombros sin dar una respuesta y suspiro —te quedarás sin dinero.

—Siempre he querido recorrer América ¿Qué mejor que en un caballo?—ingresa ambas manos en su vaquero y me observa sería — ¿Puedo trabajar en el rancho?

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