Capítulo 31

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Sentía mi vida como si estuviera en un espiral, en cuyo final se mostraba un agujero oscuro y tenebroso. Mis emociones fueron mutando, sorpresa, rabia y tristeza. Este último sentimiento vino de la mano de la resignación.

Todo apuntaba que estaba destinada a caer en las garras de Alfred y Ginger. El que las autoridades aún no arrestaran a Simons y Amaia se paseara por el pueblo como si nada hubiera pasado, acabó por destruir mi poca libertad.

Ingresé en una monotonía absurda, despertar, asearme, comer y encerrarme en la habitación. Empezaba a ser una carga molesta para todos y lo odiaba, tanto o más de lo que me odiaba a mí, a Alfred y todo aquel infeliz que le ha dado el poder que hoy ostenta.

El insomnio se hizo parte de mi rutina y las cavilaciones en búsqueda de soluciones, igual. El sueño aparecía por instantes robados durante el día y en las noches se negaba a hacerme compañía.

En medio de aquel ambiente de autocompasión, odio, tristeza e insomnio empecé a recordar mi vida en el Nevill. Lo traje a la luz, sentada en el balcón, viendo la luna darle paso al sol y a este iluminar todo el valle que rodeaba El Mallory.

Los momentos con Margot, sus enseñanzas de costura, bordados, cocina y todo lo que abarcaba ser una buena ama de casa. Pensando que lo hacía por el cariño que nos unía, que, a futuro, sería la que tuviera a cargo el manejo de la casa, obedecía y seguía cada uno de sus consejos.

Reviví su traición, resultando más dolorosa que en aquel tiempo. La mujer, que era hoy día, entendía que cada uno de sus actos fue planeado. Margot no me adiestraba solo para ser la dueña y señora de la mansión.

Existía algo más oscuro y tenebroso. Me preparaba para ser la esposa de Percy Simons, eso me hacía odiarla aún más. Si es que eso era posible.

Y los más de diez empleados a cargo de la mansión. En búsqueda del tal anhelado sueño, no contaba ovejas, buscaba una cicatriz en mi cuerpo y evocaba el instante en que fue realizada. Un acto convirtió mi mente en un rompecabezas de diminutas piezas, cada una de ellas con un recuerdo y dolor diferente.

Y la certeza que el dolor nunca se iría, ni los recuerdos o lo vivido en ese lugar.

Mis fosas nasales empiezan a percibir el inconfundible aroma de Patrick, mucho antes de que sus brazos me arropen y su cercanía haga saltar a mi corazón como loco.

—Iremos a buscar unas reses extraviadas ¿No quieres venir?

Mi negativa le hace soltar un suspiro mientras me pega con fuerza contra él y deja besos en mi cuello.

—¿Segura? —insiste —no has ido a esa zona del rancho, la vista es maravillosa.

—¿Vas a tardar?

—Es posible, todo depende de que tan lejos se hayan ido. —responde rozando su barba contra mi cuello, ocasionando un cosquilleo en todo mi cuerpo —quedarás sola.

—¿Jaken?

—Ya está montado sobre Black —sonríe al decirlo —luce como un niño en su primera excursión.

—Es lo que para él representa este sitio —admito.

Giro mi rostro encontrándome con el suyo sonriente. Acaricia mi rostro con sus nudillos y su sonrisa da paso a la preocupación.

—Lamento haberte dañado tu paz —se excusa —de saber que te iba a asustar, buscaría otra solución.

—No eres tú el que me roba la paz —le corrijo —Alfred y Simons, lo hacen.

—Una razón de más para no dejarte sola —se sienta en la cama y tira de mí obligándome a hacerlo —necesitamos manos extras.

—¿Cómo se perdieron esas reses? —deseo saber.

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