32.

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| Alexander |

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| Alexander |

— Deja tus jueguitos, no puedo creer lo que hiciste — se acerca a mí y yo sonrío.

— ¿En serio no puedes creerlo? — me burlo — Te está empezando a fallar el cerebro si piensas que también les voy a regalar a mi mate, fue suficiente con dejarles el gran territorio que tienen y el puesto que por derecho me pertenece, deberías estar feliz porque no empecé una guerra que estoy seguro ganaría — ella se tensa y mis sospechas se confirman.

— No creas que me quedaré con los brazos cruzados — yo me río.

— Haz lo que quieras, abu, yo tomé lo que me pertenece de la mejor forma, si quieres empeorar las cosas toda la culpa recaerá sobre ti cuando tome la manada que también me pertenece y decapite al trío que tanto proteges — ella me mira mal y solo desaparece.

No me preocupa que mi musa haya escuchado la conversación, en mi dormitorio no entran los sonidos a menos de que le pongas seguro a la puerta por dentro o la dejes abierta.

Me mantengo el resto del día y la noche en la sala, no pienso agobiarla, no tengo apuro de forzar nuestro vínculo, apenas amanece preparo su comida, le inyecté algunas vitaminas que necesita, Liam me consiguió el expediente de ella, es un error tener documentos importantes a simple vista y en lugar tan obvio, esos cachorros me decepcionan cada día más.

Entro a mi dormitorio encontrando a mi musa envuelta en mis sábanas, me siento a su lado y ella se mueve, pero no puedo verla, con cuidado quito la sábana encontrando su rodilla, me río cuando se tapa, pero al menos se saca la sábana del rostro, me fijo en sus escasas pequitas.

— ¿Recuerdas nuestro trato? — ella jala el plato al interior de la sábana y se vuelve a tapar.

Espero paciente, es obvio que no tendré un día aburrido con ella, es joven y por ende hiperactiva, curiosa y traviesa. Cuando alza la sábana simplemente empuja el plato vacío y yo lo agarro para colocarlo en la mesa de noche.

— Supongo que nadie quiere salir hoy — me levanto de la cama sin dejar de mirarla.

— ¡Salir! — en menos de un segundo ya no tiene la sábana encima y está en frente de mí.

— No te alejes de mí — ella asiente — ahí está tu ropa, te espero afuera — no le doy tiempo a replicar y me salgo de mi dormitorio.

Al abrir ella la puerta me quedo estático, lleva una camisa manga corta de color marrón que le queda muy ceñida, como una segunda piel, incluso sus pezones se marcan y un short suelto negro.

— ¿Estoy bonita? — me sonríe.

— Bellísima — logro murmurar.

Tendré que cambiar mis planes y llevarla a un lugar menos concurrido, dejo de mirarla y comienzo a caminar, ella me sigue, cuando salgo de la casa ella se queda en el marco de la puerta observando al exterior, esta vez le ordené a mis muchachos que se mantuvieran ocultos.

Zinerva: Legado de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora