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| Antosha |

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| Antosha |

«Sí quiero, Alfas»

Sus palabras aún resuenan en mi mente. Ese pequeño destello miel en sus ojos fue bello, pero lo que realmente me está volviendo loco es ese rico aroma que se intensifica cada vez más. Su pequeño corazón late como un tambor. Mi vista cae en sus labios gruesos, ella traga y yo la beso. No es tímida conmigo; creo que ella no tendría ese concepto que se adquiere de la sociedad. Cuando me separo, bajo hacia su abdomen. Ella lleva un short y una camisa de tirantes finos. Cuando coloco mis dedos en su cadera, se tensa.

—Tesorito, nunca te haría daño. Si no quieres, solo dilo. —Sus ojitos se enfocan en mi rostro, luego en mis manos, hasta que ella se relaja.

—¿Voy a tener cachorros? —se ve preocupada. Mi lobo suelta un pequeño chillido, le duele que no quiera tener cachorros con nosotros.

—No, tesoro, esta es otra forma de intimar. Voy a utilizar mi boca aquí —doy un suave toque en su pubis—. No habrá nada de penetración, lo prometo.

—¿Duele?

—Para nada, confía en mí.

—¿Cómo se llama lo que harás?

—Sexo oral. —Ella ladea un poco la cabeza y asiente.

Ella lo mira y él le sonríe. Eso parece calmarla. Comienzo a bajar su short lentamente hasta que lo saco. Se lo doy a él, quien lo toma, y yo agarro sus muslos. Empiezo a dejar besos desde su tobillo hasta su rodilla. Admito que no sé bien lo que estoy haciendo ni por qué decidí hacer esto; solo me duele en el alma que ella se entristezca, y sé que esto la calmará o, al menos, hará que se olvide de eso por un rato, si lo hago bien. Aunque sé que él no me dejará hacer algo que la asuste o dañe.

Cuando termino con su otra rodilla, su aroma comienza a inquietar a mi lobo.

—¡La debemos marcar! —gruñe, y yo tengo que contenerme y utilizar algo de fuerza para evitar que él tome el control. Comienzo a besar sus muslos, ignorando su orden; no es el momento, y no sé si podré contenerme cuando lo haga.

Cuando ya repartí besos por cada parte de sus gruesas piernas, me encuentro más duro que nunca. Es obvio cuánto cambió su cuerpo, sobre todo donde dejé los besos. Mi tesorito está tomando la forma de una tierna pera. Es fascinante; siempre me la imaginé delgada.

Beso sobre la tela, ella suelta un suave ronroneo. Él se acerca, y maldigo cuando mete su mano debajo de su camisa para quitarle el sostén. Yo quiero hacerlo; su pequeño pecho me vuelve loco. Puedo ver la silueta de sus pezones, pero, lamentablemente, la camisa es de un color oscuro. Aprieto sus muslos, pero los ojos de ella están en él. Gruño cuando él la besa justo en su marca, haciendo que ella tiemble.

—Aprovecha para comenzar a estimularla, está relajada —dice.

En otras circunstancias no me dejaría mandar por él, pero, aunque no quiera admitirlo, él es experto, al menos más que yo. Rompo con cuidado la tela, no quiero asustarla. La boca se me hace agua al ver su pequeña raja. Pensé que encontraría un pequeño arbusto, pero no es así. Hay vello, pero no llega ni a ocho milímetros. No sé quién le enseñó a depilarse.

Zinerva: Legado de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora