36.

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| Alexander |

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| Alexander |

Me aseguro de que cada uno esté bien vigilado. Sabía que esto pasaría tarde o temprano, pero no estaba en mis planes tener que llevarlos hacia ella. Quería encerrarlos y eventualmente negociar, pero mi musa es muy convincente; no puedo decirle que no a nada de lo que me pida. Es mi Luna, nunca me atrevería a negarle algo.

Respiro profundo antes de entrar a la casa. Mi corazón aún está acelerado, pero no es un problema, ya que siempre se me descontrola cuando estoy con ella. Seguro no lo verá como algo raro. La busco en la sala, pero no está. Acaba de ocultar su olor, siempre es precavida. Voy a la cocina, es su lugar favorito; aun cuando le digo que todo lo que ve le pertenece, agarra comida a escondidas cuando no es la hora de comer. 

La encuentro de espaldas revisando el refrigerador. Tiene una bata que apenas tapa lo necesario; la peor tortura es saber que no hay nada debajo.

—¡Concéntrate! —ordena mi lobo, y sacudo mi cabeza. Él tiene razón.

—Te tengo una sorpresa —ella de inmediato se da la vuelta.

Deja caer el paquete de galletas. Me acerco a ella, sin pensarlo la cargo para llevarla a nuestro dormitorio. No puedo esperar; el rico cosquilleo se esparce por mis dedos hasta mi pecho. Aunque ya no es tan fuerte como al principio, me sigue provocando lo mismo. La dejo en nuestra cama; estamos muy pegados. Ella se separa, tal vez no le guste que esté lleno de sangre y otras cosas, o será el hecho de que no llevo ropa. No tuve tiempo, vine apenas terminé de inmovilizarlos.

—¡¿Dónde están ellos?! —sus ojos se vuelven de color miel.

No hemos empezado y ya los celos me están consumiendo. Está más preocupada por ellos que por mí, aun estando empapado de sangre, aunque no es la mía, pero ella no lo sabe.

—¿Recuerdas nuestro trato? —no quiero que por la emoción se le olvide. Ella asiente de inmediato, sus ojos vuelven a su color normal—. Lo haremos en frente de ellos. —Ya habíamos hablado de eso, pero una cosa es decirlo y otra es que ella quiera hacerlo.

—Lo haré, bajo las condiciones que acordamos —sonrío.

—Yo cumplí mi palabra, pero ellos me atacaron y no me quedó de otra que defenderme; los tuve que inmovilizar —ni siquiera sé por qué me estoy justificando.

Esto lo hablamos; prometí no atacarlos ni empezar una pelea, pero con la condición de que me puedo defender si ellos lo intentan. Aunque no quiero ser el malo ante sus ojos, no deseo que me deje de querer o que me tema.

—¿Estás bien? —su pregunta me toma desprevenido; pensé que solo estaba pensando en ellos.

—Sí, recibí algunos zarpazos de Antosha, pero ya me curé —aseguro agachando la cabeza para que no me vea. Siento la cara caliente, tal vez esté rojo.

Zinerva: Legado de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora