Saga: Petrovic
Libro: 3
En un mundo donde el destino y la magia se entrelazan, Zinerva una lobita café sin manada, se ve envuelta en la profecía que predice una guerra descomunal liderada por cuatro Alfas Puros. Su simple atracción hacia estos cuatr...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
| Alexander |
Todo queda en silencio por unos segundos. Odio que cada segundo esto se complique. Muerdo mi labio y me siento en el borde de la cama. Nada está saliendo como lo imaginé; supuse que esta situación sería más fácil, pero ahora debo dejar que ellos laman la marca, mi marca, la que acabo de hacer con mis colmillos. Lo único que me ata a ella y evita que ellos quieran luchar conmigo a muerte.
Volteo mi cabeza para mirarla. Ella, simplemente por existir, me trae paz. Me deleito observando las pequeñas manchitas de su rostro, esas pequitas; son pocas, pero todas están concentradas en su nariz y parte de sus pómulos.
—Alex...— Arman intenta hablar, pero le gruño.
—¡Mi nombre es Alexander Tremblay! — Tengo que cerrar los ojos para que no me lleguen esos recuerdos por culpa de esa palabra. — No vuelvas a llamarme por un diminutivo o acortar mi nombre.
Todo vuelve a quedar en silencio. No somos amigos, ni siquiera podría decirse que conocidos; si ellos me han visto más de tres veces en la vida, sería un milagro.
—Alexander, sabes que es lo mejor para ella que todos lamamos tu marca. Entendemos que la acabas de marcar y seguro estás sufriendo un ataque de posesividad, y no queremos provocarte para que sientas celos, pero... — Anakin toma el mando de la conversación, pero no dejo que le dé tantas vueltas.
—Mis celos se pueden ir al infierno si la salud y comodidad de ella están en juego — murmuro mientras froto los costados de mi cabeza con la yema de mis dedos. Me está dando una jaqueca.
— ¿Eso es un sí? — cuestiona Anakin, y asiento sin saber si ellos pueden ver desde aquí ya que estoy sentado de espaldas a ellos.
Siento cómo la cama se hunde y volteo para ver cómo Anakin ya está en la cama. Con cuidado se coloca encima de ella; Arman agarra la cabeza de mi musa para suavemente voltearla hacia un lado y dejar su cuello expuesto. Puedo ver cómo los colmillos de los tres sobresalen de sus labios. Mi lobo se mantiene extrañamente tranquilo; es como si confiara en ellos. Cuando Anakin comienza a lamer, yo me preparo para tirarlo al suelo si intenta marcarla, pero eso no pasa. Se separa y Antosha toma su lugar; al parecer no tienen ningún inconveniente en compartir, incluso se mueven de forma simétrica como si no fueran tres seres diferentes, parecen uno solo. Por último, Arman, que está de pie al lado de ella, se agacha y lame su herida, terminando con mi tortura.
Cuando siento algo tibio en mi pierna, es que me doy cuenta de que estaba clavando mis garras en mis palmas al punto de rasgar mi piel. Sin que ellos me vean, limpio la sangre con mi pantalón.
—Ahora solo hay que esperar — dice Arman.
— ¿Puedo utilizar el teléfono que vi en la sala? — pide Anakin, y yo asiento.
Él sale de mi dormitorio. Veo cómo Arman se acuesta al lado de ella del lado opuesto de donde yo estoy sentado; no me mira y yo dejo de mirarlo. Esto de compartir no es tan sencillo; aunque no siento unos celos enfermizos, sí siento que me pueden quitar el poco afecto que ella me estaba dando.