Saga: Petrovic
Libro: 3
En un mundo donde el destino y la magia se entrelazan, Zinerva una lobita café sin manada, se ve envuelta en la profecía que predice una guerra descomunal liderada por cuatro Alfas Puros. Su simple atracción hacia estos cuatr...
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| Alexander |
Observo cómo ella escribe mientras su tutora le explica cómo sostener mejor el lápiz. Es su tercer día con ella. Admito que estuve dudando de sus métodos de enseñanza, ya que en tres días esta es la primera vez que escribe. Pensé que desde el día uno estaría enseñándole a escribir, pero los días pasados solo la puso a pintar, dibujar e incluso colorear, además de memorizarse el alfabeto tanto en español como en inglés. Estoy presente en todas sus clases. A pesar de haber elegido a los candidatos para ser sus posibles profesores, no me confío. La única persona en la que un macho debe confiar es su hembra; el resto son extraños. Nunca terminas de conocer a una persona, no importa los años que pases a su lado, y lo más importante, ellos pueden cambiar.
Una persona o ser puede cambiar sus creencias completamente con los años, incluso sus gustos. Además, al final del día, nadie es un santo; todos buscamos nuestro propio bienestar, de forma consciente o inconsciente.
Su tutora, Adeline, fue mi profesora por un par de años cuando estaba en la secundaria. Esa hembra siempre fue fría y tosca, aunque al parecer cambió. Supongo que el hecho de que en ese entonces era un macho joven, revoltoso y desobediente no me ayudaba a ganar su amabilidad. Nunca fue mala conmigo, tuvo paciencia, aunque algunas veces sí me dio mis buenos coscorrones, ya que tenía permiso de mi padre para hacerlo si me lo merecía. Pero, a final de cuentas, fue la única profesora que me hizo sentir como lo que era en ese entonces, un cachorro, no el futuro Alfa al que debían respetar y temer; solo una cría que no sabía nada del mundo y a la cual tenía la obligación de enseñarme.
Cuando finaliza la clase, salgo de mi pequeño escondite para evitar que se alargue su despedida. Al parecer, mi musa entabló una bonita amistad con la profesora. No me disgusta eso, solo es que mi musa le empieza a hablar de mil cosas, al punto de que la pobre señora se tiene que quedar, si es posible, una hora más. Y eso pasa después de todas las clases. La profesora nunca se niega a responder y hasta ahora ha sido muy amable con ella, pero no debemos abusar de su paciencia; ella también tiene un compañero y una vida que debe atender. No le voy a quitar dos horas extras cuando ya pasa cuatro en mi casa.
—Alfa, Luna —dice la profesora, haciendo su pulcra reverencia antes de retirarse.
Mi musa la despide agitando su mano con una hermosa sonrisa plasmada en su rostro. Me alegra ver que por fin se está adaptando a su nueva vida. Ya no se la pasa encerrada en mi dormitorio; ahora se arregla y espera ansiosa cada clase.
—Tengo una sorpresa para ti —puedo jurar que sus ojos se iluminaron.
—¿Dónde está? —se acerca a mí para dar una vuelta completa a mi alrededor, buscando algo.
—Es demasiado grande para tenerlo encima, pero si me acompañas, te la enseñaré —ella de inmediato agarra mi mano apenas la extiendo hacia ella.
Es la primera vez que soy correspondido. Nunca tomaba mi mano. No me quiero hacer ilusiones; una parte de mí sabe que su curiosidad es muy grande y probablemente es lo que impulsa esta muestra de confianza, pero la otra parte, la parte pequeña, quiere engañarse creyendo que nos toma de la mano porque ya confía en nosotros y tal vez nos quiere.