Capítulo 6. Septiembre de 1954. París II

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23 de septiembre

Marta se dirigió hacia el despacho de abogados que habían redactado los acuerdos con las diferentes galerías francesas. La de hoy, iba a ser la primera de varias reuniones que se alargarían hasta el lunes de la siguiente semana. La idea era volver a Toledo habiendo cerrado todos y cada uno de los contratos de comercialización de los productos de la Reina.

La rubia entró en el despacho de abogados y se dirigió hacia la secretaria, que en ese momento se encotraba de espaldas mirando un archivador.

- Bonjour. Je m'appelle Marta de la Reina. J'ai rendez-vous avec messieurs Moreau et Dupont.

Cuando giró su cabeza hacia la persona que había hablado, Fina estaba ya sin respiración. Sabía que iba a producirse ese momento, pero aún habiéndolo imaginado mil veces, ni su mente ni su corazón estaban preparados para ese reencuentro.

- ¡¡¡Doña Marta!!! Exclamó. Observando como Marta estaba en ese momento ensimismada buscando alguna cosa en su portafolios.

Cuando la rubia levantó la vista al oir una voz tan familiar, su mirada se posó en los ojos color miel que la miraban fijamente. No supo interpretar el significado de esa mirada.

- ¡¡¡Fina!!! ¿Qué haces aquí? Preguntó con una sonrisa que ni quiso ni pudo disimular.

- Ya ve, doña Marta. Trabajo aquí. Soy la secretaria de los señores Moreau y Dupont.

Ambas acortaron la distancia que las separaba y se abrazaron con emoción.

- Ayer conocí a Esther. Comentó Marta separándose de Fina. No tenía muy claro porque era lo primero que quiso decirle. - No me dijo nada de que trabajaras aquí.

- Lo sé, me dijo que estuvo en las galerías. Yo.. yo no le he dicho que usted venía a Paris, por eso ella no le dijo nada. Explicó la morena sonrojándose y sabiendo qué significaba para las dos que le hubiera ocultado a Esther su viaje a París. Fina quiso desviar esa conversación. - ¿Sabe qué? La vi en la calle, no estaba segura de que fuera usted, pero cuando Esther me dijo que había estado en las galerías ya no tuve dudas. Me puse muy contenta cuando me dijeron los señores que tenían una cita con Marta de la Reina. Parece que perfumerías de la Reina está atravesando un gran momento.

Marta asintió ante el comentario final de Fina. - Que casualidad que el bufete dónde trabajas sea el encargado de redactar los diferentes acuerdos que tenemos entre manos. Marta no podía salir de su asombro. - Te voy a pedir una cosa, Fina. Creo que ya es hora que me tutees.

- La verdad es que sí. Ha sido toda una casualidad o tal vez ha sido cosa del destino y nos da una segunda oportunidad. Respondió Fina en tono seductor sin saber muy bien porque había sido tan atrevida. - Claro doñ...digo Marta. Así lo haré -¿Sabes?, me han pedido que esté presente en las reuniones por si es necesario que te traduzca algun concepto que no se acabe de entender. Aunque has vivido en Francia siempre puede haber alguna palabra más técnica que haya que acalarar.

- Me parece perfecto, Fina. Respondió la rubia.

En la mente de Marta se repetían una y otra vez esas palabras de Fina "o tal vez ha sido cosa del destino y nos da una segunda oportunidad". ¿Sería eso?, ¿el destino las había puesto nuevamente en el mismo camino?, ¿qué probabilidades tenían de coincidir a kilómetros y kilómetros de Toledo, después de tantos años? Sacó de su mente esas preguntas y se dispuso a hablar.

- Te va todo muy bien. Afirmó. - No sabes cuanto me alegro, Fina. Marta decía esas palabras de corazón y así las recibió la morena

La reunión fue según lo previsto. Después de varias horas, las negociaciones terminaron por cerrar los acuerdos. Marta estaba feliz y durante esas horas a menudo miraba a Fina sin poder evitar sonreír cada vez que lo hacía. La morena era toda una mujer, sofisticada, interesante y bellísima. Aún no podía creerse que se hubiera encontrado con ella. Finalizada la reunión, Fina invitó a la rubia a cenar a su casa con ella y con Esther. Marta prefirió declinar la oferta alegando que estaba cansada y que tenía que preparar el papeleo para las próximas negociaciones. Fina no insistió más. Sabía que a Esther no le haría ninguna gracia. Y también que Marta no se sentiría cómoda. - Otro día, pues. Dijo la morena. Marta asintió, esbozando una sonrisa.

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