Capítulo 3. Diciembre de 1946. El reencuentro

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20 de diciembre

Fina no veía la hora de llegar a la casa grande. Al terminar su jornada salió de la fábrica sin tan siquiera esperar a Esther como hacía cada día. El corazón le latía a mil por hora a medida que se iba acercando a su destino. Entró en la casa por la puerta de servicio y se quedó de piedra cuando encontró a Digna (la hermana de la madre de los hermanos de la Reina) y a Marta hablando animosamente y preparando la cena. Sus pasos se detuvieron al instante y sólo pudo quedarse unos segundos en silencio, contemplando la belleza de la rubia. Marta, aunque algo cambiada, estaba más guapa que nunca, si eso era posible. Finalmente, Fina se armó de valor y avanzó hacía el interior de la cocina.

- Buenas noches a las dos. Ambas mujeres se giraron en dirección al sonido de esa voz.

- Fina, buenas noches bonita. Respondió Digna. Marta quedó boquiabierta, aquella chica era Fina, Dios, cuánto había crecido y cómo había cambiado. Mentiría si no hubiera estado todo el viaje de vuelta pensando en aquella chiquilla. A medida que se acercaba más a Toledo, más deseosa de verla se sentía pero aún no era capaz de entender por qué. Desechó esos pensamientos de su mente y se propuso hablar.

- ¡¡¡Buenas noches Fina!!! Saludó con alegría, al fin. En su mente, su voz, sonó demasiado eufórica y quiso controlarse. Se acercó a la joven de cabello largo y moreno y le dio un caluroso abrazo. En la calidez de sus brazos Fina no pudo evitar apoyar su mejilla en el hombro de la rubia aunque el instante pasó de manera fugaz. Marta hizo un paso atrás para observar mejor a la joven.

- Madre mía cómo has cambiado. Has crecido mucho, estás muy alta y muy guapa. Le dijo cogiéndole de las manos y estirando los brazos de la hija de Isidro. Fina no pudo evitar sonrojarse ante las palabras de Marta. Finalmente, con mucho esfuerzo, logró controlar su voz y respondió a la rubia.

- Usted también está muy cambiada y muy guapa. La vida en Francia parece que le sienta muy bien.

- Ufff, no te creas, no es oro todo lo que reluce. Respondió Marta con resignación, agarrando del brazo a Fina y llevándosela hacia la mesa central de la cocina. - Ven, cuéntame qué tal te va todo. Le pidió la rubia. Ambas mujeres se sentaron la una al lado de la otra, mientras Digna continuó con la preparación de la cena.

- Todo bien, doña Marta, trabajo en el almacén de la fábrica desde hace casi un año. Y estoy muy contenta.

- Sí, algo me había comentado mi padre. Que bien, me alegro mucho. Realmente se te ve radiante. Verbalizó la hija del patrón.

- ¿Y usted?, ¿es feliz en Niza?

Fina no había tardado ni tres minutos de su reencuentro en poner el dedo en la llaga. ¿Era feliz en Niza? No, evidentemente que no era feliz. Sólo se limitaba a vivir la vida que le había tocado. Porque cada vez estaba más convencida que aquella no era la vida que imaginaba ni anhelaba de jovencita. El primer año de matrimonio, navegando con Jaime, fue bastante feliz. Pudo recorrer el mundo conociendo lugares y culturas nuevas y disfrutando de rincones maravillosos. Después de instalarse en Niza su vida se volvió muy monótona y aburrida. Tenía algunas amigas con las que salir al teatro, ir al cine o de compras, pero sentía que su vida estaba vacía. No había ilusión, ni alegría, ni nada que le hiciera querer despertarse al amanecer un nuevo día.

- A ti no te voy a mentir. Marta bajó la voz para que su tía Digna no pudiera oírla. - La verdad que mi vida en Niza es muy aburrida. Estoy sola todo el tiempo. La rubia soltó un suspiro de resignación.

Fina no pudo evitar esbozar una triste sonrisa. - Vaya, siento mucho que la vida en Niza no haya sido como esperaba. Pero, siempre puede volver y empezar de nuevo con algo que la haga feliz y le llene la vida aquí.

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