HERIDA

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Subí al coche con Ares y lo llevé hasta el Black Wheels. Durante el trayecto, apenas hablamos; la tensión entre nosotros era palpable. Él se entretenía mirando por la ventana, mientras yo me concentraba en la carretera.

Cuando llegamos a la entrada del club, los dos hombres de seguridad nos reconocieron de inmediato. Uno de ellos, con una sonrisa de reconocimiento, me saludó.

—Buenas noches, Princess. Te estaban esperando donde siempre.

Asentí en silencio, agradeciendo que no hubiera necesidad de explicar nada. Sabían quién era y lo que significaba mi presencia allí.

Ares, visiblemente sorprendido, no pudo evitar preguntar mientras nos dirigíamos hacia la entrada.

—¿Te esperaban?

Le lancé una mirada que esperaba terminara con sus preguntas, pero sabía que no sería suficiente para satisfacer su curiosidad. Caminé hacia la zona VIP, donde siempre me sentaba. La gente nos miraba, algunos con respeto, otros con curiosidad. Sabían quién era yo, o al menos lo que representaba.

—¿Cómo es que te conocen aquí? —preguntó Ares, insistiendo.

—No es de tu interés —respondí secamente, sin detenerme.

Antes de irme, saqué una tarjeta negra con el logo de Black Wheels y se la entregué a Ares.

—Toma esto. Cuando vayas a la barra, muestra la tarjeta —le dije, con un tono serio—. Quédate con tus amigos y disfruta de la noche. Volveré más tarde.

Ares tomó la tarjeta, todavía con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Me dirigí a mi reservado VIP, un lugar donde podía estar sola y manejar mis asuntos con discreción.

Más tarde, unos hombres llegaron al reservado. Era evidente que no estaban allí para disfrutar del ambiente. Yo estaba en una misión de Dark Elite, haciéndome pasar por alguien que podía proporcionarles tiempo y vías para traficar con mujeres y niñas. Mi verdadero objetivo era descubrir si tenían a la hija de un presidente europeo, secuestrada hace unos días porque el presidente no había cedido a sus chantajes.

—¿Tienes lo que pedimos? —preguntó el líder del grupo, un hombre con una mirada fría y calculadora.

—Eso depende —respondí con calma, mirándolo directamente a los ojos—. Quiero ver a la chica primero.

Los hombres se miraron entre ellos, evaluando la situación.

—La tenemos. Pero primero, queremos asegurarnos de que no nos estás tomando el pelo —dijo uno de ellos.

—Si quereis hacer tratos conmigo, me van a enseñar a la chica ahora —exigí, sin ceder terreno.

Uno de los hombres, con una sonrisa lasciva, se acercó más de lo necesario.

—Podríamos llegar a un acuerdo... personal, tú y yo —dijo, deslizando un dedo por mi brazo.

Le devolví una sonrisa fría y sarcástica.

—Lo siento, cariño, pero me gustan los hombres que no necesitan suplicarme.

El hombre frunció el ceño, ofendido, pero no insistió. El líder del grupo intervino, intentando retomar el control de la situación.

Después de un tenso intercambio, accedieron a mostrarme a la chica. Quedamos en encontrarnos en una hora en un almacén abandonado. Los hombres se marcharon, y me dirigí de nuevo a Ares.

—Quédate aquí. Volveré a por ti —le dije, manteniendo mi tono serio.

Ares me miró con preocupación, pero asintió. Sabía que no debía preguntar más. Me dirigí hacia el almacén, preparada para lo que fuera necesario para cumplir con mi misión.

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