INTENTANDO ALEJAR A ARES

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Durante el vuelo de regreso a Nueva York, no podía apartar de mi mente lo que había pasado en esa playa de Copacabana. Las palabras de Ares resonaban en mi cabeza, cada una de ellas cargada de una sinceridad que no esperaba. Nunca había visto a Ares tan vulnerable, tan dispuesto a abrirse de esa manera.

Miré por la ventanilla, viendo cómo las luces de la ciudad se iban desvaneciendo mientras ascendíamos. El corazón me latía con fuerza al recordar cómo me había enfrentado a él, rechazándolo no porque no me importara, sino porque tenía miedo de lo que podría significar. Miedo de lo que yo misma sentía.

Había pasado la mayor parte de mi vida construyendo muros, manteniéndome distante, convencida de que así estaría a salvo. Pero ahora, esos muros se tambaleaban como una torre de naipes, y no sabía cómo manejarlo.

Ares era todo lo que nunca creí necesitar, y eso me asustaba más que cualquier misión peligrosa o enfrentamiento a tiros. Era alguien que me veía de verdad, con mis defectos, mis miedos, y aún así quería estar conmigo. Pero ¿cómo podría darle lo que realmente el merecía? Yo no era la chica que iba a cenas románticas ni la que mucho menos podía ofrecer estabilidad.

Mientras el avión cruzaba el cielo nocturno, cerré los ojos e intenté calmar la tormenta en mi cabeza. Tenía que decidir qué hacer, pero la verdad era que no tenía ni idea. Lo único que sabía con certeza era que Ares no iba a rendirse tan fácilmente. Y quizás, en el fondo, eso era lo que más me aterraba: que, por primera vez, no quería que se rindiera.

Cuando desperté horas en mi cama después del largo viaje, todavía me sentía como una mierda. Jager y Nanuk, mis fieles compañeros, me miraban como si supieran exactamente lo que estaba sintiendo. Me dejé caer en la ducha, y mientras el agua caliente corría por mi cuerpo, tomé una decisión. Lo mejor sería alejar a Ares de mi vida. No podía permitir que las cosas se complicaran más de lo que ya estaban.

Tan pronto como estuve lista, me dirigí a la sala de conferencias para hablar con Ethan. Necesitaba que le asignara a otro Enforcer para la seguridad de Ares. Ethan, por supuesto, me pidió una explicación, pero no se la di. Me limité a mirarlo con la misma frialdad con la que afrontaba las misiones. Al final, Ethan aceptó, aunque no parecía convencido, y decidió que Jasper se encargaría de la seguridad de Ares.

Cuando terminé de hablar con Ethan ya era media tarde, así que me fui al gimnasio. Necesitaba liberar toda la tensión que llevaba encima, y no había mejor forma de hacerlo que machacándome hasta que mis músculos no pudieran más. Puse la música a tope y me puse a entrenar sin descanso, intentando dejar la mente en blanco. Pero mi concentración se fue al traste cuando Jasper entró y apagó la música de golpe.

—Te vas sin decir nada y, nada más llegar, Ethan me dice que ahora me voy a encargar yo de la seguridad de Ares. ¿De qué va todo esto, Brook? —preguntó Jasper, claramente cabreado.

Le sostuve la mirada con frialdad. 

—¿Te han dado una orden, no? —Jasper asintió, aunque con evidente irritación—. Pues limítate a  cumplirla.

Intenté salir del gimnasio, pero Jasper me cortó el paso, poniéndose delante de mí. 

—No me vengas con esas Brook. ¿Qué cojones te pasa? Sabes que Ares te necesita, y tú, en lugar de afrontarlo, decides huir. Eres realmente la Reina de Hielo, ¿lo sabías?

Lo miré con una mezcla de rabia y dolor que no estaba dispuesta a mostrar, el sabía que me molestaba que me llamaran así. 

—Que te jodan, Jasper —espeté, apartándolo de un empujón y saliendo del gimnasio.

Pasé por el salón, donde estaban todos, incluidos Ares, Jasper y el resto del equipo, pero no les presté atención. Caminé de largo, sin apenas mirarlos, y me dirigí directamente a mi habitación. Una vez dentro, cerré la puerta con llave y también el balcón, sabiendo que Ares podría intentar entrar por ahí.

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