LA DAMA DE ROJO

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Eran las diez de la mañana cuando me desperté. Brook seguía a mi lado, dormida y boca abajo, como le gustaba. Me encantaba verla así, desnuda y enredada en las sábanas, con el cabello esparcido alrededor. Decidí no hacer mucho ruido, así que me incliné y empecé a darle pequeños besos en la columna, uno tras otro.

—Vamos, fiera —le susurré—, arriba o llegaremos tarde al bautizo de los gemelos.

Empecé a acariciar su espalda con suavidad mientras le daba esos pequeños besos. Brook empezó a moverse, despertando lentamente.

—¿Pero qué hora es? —preguntó, aún medio dormida y con una voz adormilada que me resultaba irresistible.

—Las diez —le respondí, sin dejar de acariciarla.

—Tengo sueño... —se quejó, arrastrando las palabras como si estuviera en un estado entre sueño y vigilia.

Verla así, despeinada y aún desnuda, me encantaba. Era como si estuviera descubriendo una parte de ella que solo yo podía ver. Su queja, tan parecida a la de una niña, me hizo sonreír.

—Lo sé —dije mientras me inclinaba para besarle la nuca—, pero tenemos que ponernos en marcha.

Brook estiró la mano hacia mí y se giró un poco, sonriendo a medias.

—Unos minutos más —dijo con un puchero—. ¿Qué pasa si llegamos tarde?

—Nada, solo que la madre de los gemelos se preguntará dónde estás. 

—Ya, ya —dijo, con la voz todavía arrastrada y ojos entrecerrados—. Déjame cinco minutos más.

Ya se estaba haciendo tarde de verdad, así que Brook se metió en la ducha de la habitación mientras yo me dirigía a la de mi antigua habitación para darme una rápida ducha. Me puse un conjunto elegante pero informal: una camisa blanca de lino, unos pantalones chinos oscuros y unas zapatillas de Hugo Boss. Quería estar cómodo pero también presentable para el bautizo de los gemelos.

Cuando salí de la ducha, me encontré con Brook ya vestida, lista para salir. Llevaba un vestido rojo corto, justo por encima de la rodilla, con unos botines negros que le quedaban perfectos. Había complementado el look con un bolso pequeño negro y se había hecho una trenza de lado que le daba un aire sofisticado.

—Estás impresionante —le dije mientras entraba al vestidor—. ¿Ya estás lista?

Brook se giró hacia mí con una sonrisa.

—Gracias, si ya estoy lista.

Justo en ese momento, cuando bajamos, las chicas estaban esperándonos en la sala. Al ver a Brook, sus rostros se iluminaron.

—¡Brook, estás guapísima! —exclamó Mara—. Pero un toque de maquillaje no vendría mal. Algo para resaltar un poco más los labios y los ojos.

Vega asintió con entusiasmo.

—Sí, solo un toque, nada exagerado.

Yo me acerqué a Brook y, tomando su mano, dije con firmeza:

—No le hace falta nada de eso. Ella es perfecta sin maquillaje. 

Brook me miró con una mezcla de admiración y diversión. Las chicas se rieron, sabiendo que no había manera de convencerme de lo contrario. Así, salimos juntos, listos para el bautizo. La elegancia de Brook y mi estilo relajado hicieron que estuviéramos preparados para cualquier cosa que nos esperara ese día.

Brook y yo llegamos al restaurante Rivers, ubicado a las afueras de Nueva York, donde se celebraba el bautizo de los gemelos, Gema y Aaron. El lugar estaba decorado de manera sencilla pero elegante, con mesas adornadas de flores blancas y toques dorados. A medida que nos acercábamos a la entrada, vi a Sara, la madre de los gemelos y empleada del Dark Wells, que se acercaba con una sonrisa amplia.

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