Estaba acostada en el sofá viendo televisión cuando recibí una llamada de Richard. La ignoré totalmente y luego volvió a llamar y a llamar. A la tercera, respondí.
—¿Qué? —dije, con evidente molestia.
—¿Puedes salir, por favor? —su voz sonaba extrañamente seria.
Colgué y, sorprendida, me puse mis pantuflas para salir de casa. Él estaba afuera, vestido informalmente. Ese hombre se veía demasiado lindo vestido informal, parecía como un chirrete pero chirrete bonito.
Caminé hasta donde estaba él, sintiéndome un poco avergonzada. Yo llevaba una camisa ancha y unos pantalones de pijama, junto a esas pantuflas.
—¿Qué quieres? —dije una vez que lo tuve enfrente.
—Me siento muy mal por no haberte felicitado en tu cumpleaños —dijo mirándome a los ojos—. Eres una excelente persona y te compré esto —dijo, sacando unas llaves de auto de su bolsillo.
Abrí los ojos como platos y miré el coche que estaba al otro lado de la calle.
—No lo puedo creer —dije, dando brinquitos de emoción.
—Si algún día decides volver a ser mi asistente, ya tienes en qué ir y venir por si tienes que hacer horas extras.
Le di un abrazo, la verdad fue inconscientemente por la emoción, y él me abrazó también.
**¡Él me abrazó también!**
Luego, cuando nos separamos, le di las gracias y agarré las llaves con mis manos.
—La verdad, tengo otra secretaria, pero no hace el trabajo tan bien como tú —admitió.
—Lo sé. Sé que te coquetea, Lucho me cuenta todo. Además, es tu castigo por idiota —dije, sacándole el dedo del medio y entrando a mi casa. Vi por la ventana que sonrió y se marchó.
No lo podía creer, así que fui a buscar a mis amigas para contarles que ya tenía carro.
A la mañana siguiente, me levanté y me arreglé para ir al trabajo. Al llegar, todos me saludaron.
—¡Volvisteee! —dijo Daniel, llegando con una sonrisa a mi lado.
—Te extrañé —contestó Carrascal—. La chica nueva no imprime los papeles tan bien.
Reí y luego me dirigí hasta la oficina de Richard. Al ver a la chica sentada, le dije:
—Tu turno ya acabó.
Ella me miró mal y salió de ahí. Un momento después, entró Richard.
—Buenos días.
—Creo que es la primera vez que me dices buenos días —respondí, riendo.
—Lo siento. Sé que fui un imbécil, pero aún tengo tiempo de remediarlo, ¿no?
—No —respondí, sonriendo. Él también sonrió, sabiendo que era una broma.
Pasamos la mañana trabajando en silencio, pero la tensión de antes parecía haberse disipado un poco. Cerca del mediodía, Richard se acercó nuevamente a mi escritorio.
—Quería proponerte algo —dijo, con un tono más serio—. Estaba pensando en organizar una salida con todo el equipo este fin de semana. Algo para relajarnos y fortalecer el espíritu de grupo.
Lo miré, sorprendida por la propuesta.
—Suena interesante —dije, intentando ocultar mi sorpresa—. Creo que a todos les vendría bien.
—¿Puedes ayudarme a organizarlo? —preguntó, con una expresión sincera.
Asentí, notando que realmente estaba haciendo un esfuerzo por cambiar. Sin embargo, no pude evitar sentirme un poco cautelosa. A pesar de todo, era un primer paso.
El resto del día pasó rápidamente. Mientras me dirigía a mi coche nuevo al final de la jornada, me encontré con Richard nuevamente.
—Gracias por darme una oportunidad —dijo, con un tono humilde—. Sé que no lo merezco, pero voy a demostrarte que puedo cambiar.
—Lo veremos —respondí, sonriendo un poco.
Conduje de regreso a casa, sintiendo una mezcla de emociones. Sabía que todavía había mucho por resolver, pero al menos hoy había dado un pequeño paso hacia adelante. Estaba lista para enfrentar lo que viniera, sabiendo que tenía el apoyo de mis amigas y una nueva oportunidad para reconstruir mi confianza.
Llegué a casa y encontré a Mariana y Lucía esperándome con una pizza.
—¿Cómo fue el día? —preguntó Lucía, mientras me abrazaba.
—Intenso —respondí, riendo—. Pero creo que las cosas están empezando a mejorar.
Nos sentamos a comer y les conté todo lo que había pasado, incluyendo la propuesta de Richard.
—Eso suena prometedor —dijo Mariana, mientras servía las porciones de pizza—. Tal vez realmente esté cambiando.
—Ojalá —dije, tomando un pedazo de pizza—. Solo el tiempo lo dirá.