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Canción del capítulo : "primera cita - Carin leon"

Me levanté temprano porque tenía que ir a una cita médica. Fui, me mandaron unos exámenes y volví a casa. Estaba sirviendo mi desayuno, obviamente ya iba tarde, pero qué mierda, si Richard me quiere despedir que lo haga.

Estaba comiendo con toda la paciencia del mundo hasta que me entró una videollamada de mi hermanita.

—¡Holiiiiiiiii! —dijo a través de la pantalla.

—Hola, ¿cómo estás? —respondí sonriendo.

—Bien, ¿y tú? —dijo ella.

—Desayunando, tengo que ir al trabajo.

—Es que te llamé porque estoy de vacaciones unos días y mi tía va a ir a visitar a mis primos. Generalmente me quedo sola, pero quería ver si podía ir a tu casa —dijo ella un poco apenada.

—Claro que sí, pareces boba, Sofía. No podré ir a buscarte, pero tomas un bus y él te deja en toda la estación de esta ciudad. No te muevas de ahí que iré por ti.

—Está bien, ¿puede ser hoy mismo?

—Sí, te amo, ya tengo que irme.

—También te amo, nos vemos —dijo ella con una sonrisa.

Me cepillé los dientes y salí para la oficina. Para serles sincera, odiaba estar ahí, odiaba la ley del hielo que me hacía Richard, odiaba amarlo, odiaba no besarlo y no tomarlo de la mano, odio no sonreír a su lado y que sus abrazos ya no se sientan cálidos, odio completamente que él sea la primera persona que yo haya amado y que todo esté así.

Me hizo feliz tanto tiempo que se sentía raro llorar por él. ¿Es posible que quieras que te consuele la misma persona que te volvió mierda?

Estaba a punto de llorar en mi auto, respiré hondo, me sentía tan sin esencia. Era casi medio día, le di un sorbo de agua a mi Yeti y me bajé del auto, caminé hasta la entrada con una cara totalmente seria. No eran buenos días últimamente.

Caminé hasta mi escritorio dejando mis cosas, saludé a las chicas con una cálida sonrisa que más bien era una mueca. Hasta que se me acercó Camila, ni siquiera la miré a los ojos, ignoré su presencia mientras me hablaba.

—Richard quiere verte en su oficina.

Caminé hasta allá con Camila siguiéndome y le cerré la puerta en la cara justo después de que entré.

—¿Qué necesitas? —dije mirando a Richard a los ojos.

—Necesito hablar contigo —respondió él poniéndose de pie al frente de mí.

No dije más nada y lo observé.

—Necesitamos terminar.

—¿Terminar qué? ¿O es que usted a mí me pidió que fuera su novia, bobo hijueputa?

Él suspiró con fuerza. —Ya no es lo mismo contigo, me di cuenta de que te he rogado mucho, cariño.

—¿De qué mierda hablas, Richard Ríos Montoya? Las únicas veces que me has rogado es porque la cagas —me acerqué más a él—, ¿o es que usted pretende que yo le ruegue cuando usted es el que la embarra?

—Cálmate, actúas como una niña siempre.

—¿Qué? —dije casi sin voz porque estaba a punto de llorar.

Él bajó la mirada.

—Richard, míreme a los ojos y dígame si usted se metió con otra.

—Richard, míreme —grité.

—No, no estuve con más nadie que no fueras tú últimamente.

—No te creo.

—Pero creo que encontré a alguien que me quiere.

—¿Que te quiere? —negué con la cabeza, ya sabía de quién estábamos hablando.

Él pasó las manos por su rostro.

—Eres un hijueputa —dije pegándole una cachetada.

—Si tú crees que una aparecida te quiere más que yo, adelante, ni siquiera me voy a oponer, pero como soy una niñita, malparido, jamás, y escúchame bien, jamás me vuelvas a buscar en tu miserable vida, porque eres un maldito miserable.

—No quiero que terminemos mal.

—Yo sí, yo sí quiero que terminemos mal y te desprecio de todo corazón —dije saliendo por la puerta y estrellándola.

Ahí estaba Camila, la empujé y caminé hasta mi escritorio. Sentía cómo la ira y la tristeza se mezclaban en mi pecho, haciéndome difícil respirar. Mariana y Lucía se acercaron de inmediato, sus rostros llenos de preocupación.

—¿Qué pasó? —preguntó Lucía, mirando la expresión de mi rostro.

—Richard. Terminamos. Ese maldito infeliz se va con Camila —dije, tratando de contener las lágrimas.

—Lo siento tanto. No te mereces esto —dijo Mariana, abrazándome fuerte.

—Sabía que esto iba a pasar. Pero duele. Duele mucho —dije, dejando que las lágrimas cayeran finalmente.

—Estamos aquí para ti, no estás sola —dijo Lucía, acariciando mi espalda.

Pasé el resto del día en un estado de aturdimiento. Las chicas se aseguraron de que no me quedara sola, pero mi mente seguía repitiendo la conversación con Richard. Cada palabra, cada gesto, todo se sentía como una puñalada en el corazón.

Al final del día, decidí que necesitaba un cambio de escenario. Llamé a mi hermana Sofía.

—Hola, ¿ya estás lista para venir?

—Sí, estoy en la estación. ¿Puedes venir a buscarme? —respondió ella, con una voz esperanzada.

—Claro, estaré ahí en unos minutos —dije, sintiendo una pequeña chispa de alivio.

Conducir hasta la estación de autobuses me dio tiempo para despejar mi mente. Cuando llegué, vi a Sofía esperándome con una sonrisa en el rostro. La abracé fuerte, sintiendo cómo su presencia me traía un poco de consuelo.

—Vamos a casa —dije, tomando su mano.

Esa noche, Sofía y yo pasamos tiempo juntas, hablando y riendo, tratando de olvidar el dolor que sentía. Ella me recordó que había más en la vida que Richard y que aún había muchas cosas por las que valía la pena luchar.

Pero sabía que el camino por delante sería largo y doloroso. Tendría que encontrar la manera de reconstruir mi vida sin él, y aunque no sería fácil, estaba dispuesta a intentarlo. Con Sofía y mis amigas a mi lado, sentía que podía enfrentar lo que viniera, incluso si eso significaba empezar de nuevo.

Mi jefe || Richard ríos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora