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El mensaje de Richard resonaba en mi mente como un eco interminable: "No me rendiré, y lo sabes". Lo leí una y otra vez, sin saber qué sentir. Era como si cada palabra se grabara en mi corazón, dividiéndome entre el deseo y la razón, entre el amor y el miedo. Finalmente, apagué la pantalla del teléfono, dejándolo a un lado, y me recosté en la cama, tratando de encontrar algo de paz en la oscuridad.

El sueño fue esquivo. Me giraba de un lado a otro, incapaz de desconectar mi mente de todos los pensamientos y emociones que me inundaban. La conversación con Carrascal, la tensión con Richard, la confusión en mi propio corazón... todo se mezclaba en un torbellino que no me dejaba descansar.

El amanecer llegó más rápido de lo que esperaba. Me levanté de la cama sintiéndome como si apenas hubiera dormido. Mis ojos estaban hinchados y mi cuerpo pesado, pero sabía que tenía que enfrentar el día. No podía esconderme más.

Me tomé un momento para prepararme. Me duché con agua fría, esperando que eso me ayudara a despejar la mente. Mientras el agua caía sobre mí, me sentí atrapada entre dos mundos, uno en el que seguía aferrándome a lo que sentía por Richard y otro en el que intentaba protegerme de más dolor.

Finalmente, me vestí con una blusa sencilla y una falda, algo cómodo y sin complicaciones. No tenía ganas de arreglarme demasiado; solo quería pasar desapercibida, como si el día pudiera ser menos complicado si yo lo era.

Al llegar a la oficina, el ambiente estaba tenso, como si todos estuvieran al tanto de lo que había pasado la noche anterior, o tal vez solo era mi percepción, amplificada por mi propia ansiedad. Me dirigí a mi escritorio, sin saludar a nadie en particular, y comencé a revisar los correos electrónicos y tareas pendientes. Necesitaba sumergirme en el trabajo para no pensar en lo que me estaba comiendo por dentro.

Pero esa calma aparente no duró mucho. Mariana y Lucía se acercaron a mi escritorio, mirándome con preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó Lucía, su voz suave.

—Te ves un poco... agotada —añadió Mariana, con una mirada que no podía disimular su inquietud.

—Estoy bien, chicas. Solo no dormí mucho —respondí, intentando sonreír, aunque sabía que no convencía a nadie.

—¿Hablaste con Carrascal? —preguntó Lucía, sentándose en el borde de mi escritorio.

—Sí, hablamos anoche. Las cosas están... complicadas —admití, sintiendo cómo el nudo en mi estómago se apretaba aún más.

—Y Richard... —comenzó Mariana, pero no terminó la frase, como si no supiera cómo abordar el tema.

—No sé qué hacer con él —dije finalmente, bajando la mirada—. Me envió un mensaje anoche. Dice que no se rendirá.

Las chicas se miraron entre sí, compartiendo una expresión que no necesitaba palabras. Sabían lo difícil que todo esto era para mí, y lo mucho que me estaba costando mantenerme fuerte.

—No tienes que tomar ninguna decisión ahora mismo —dijo Lucía, tocando mi brazo en señal de apoyo—. Tómate el tiempo que necesites. Estamos aquí para ti.

Asentí, agradecida por tenerlas a mi lado. Pero sabía que no podía seguir evitando la situación por mucho tiempo. Tenía que enfrentar a Richard, a mis propios sentimientos, y decidir qué camino tomar.

El resto del día transcurrió lentamente. Intenté concentrarme en el trabajo, pero mis pensamientos seguían volviendo a Richard, a Carrascal, a todo lo que había pasado en los últimos días. Cada vez que sonaba mi teléfono, mi corazón se detenía por un segundo, temiendo que fuera otro mensaje de Richard.

Finalmente, la hora de salida llegó y me sentí aliviada. Recogí mis cosas y me dirigí a la puerta, esperando salir sin tener que enfrentarme a nada ni a nadie más ese día.

Pero el destino no estaba de mi lado. Justo cuando salía del edificio, vi a Richard esperando cerca de la puerta, su expresión seria, como si hubiera estado pensando en lo que iba a decirme durante todo el día.

—hablemos por favor—dijo, su voz firme, sin dejar espacio a la duda.

—Richard, no creo que ahora sea el mejor momento —respondí, intentando seguir mi camino.

—No, por favor. No sigas huyendo de mí —dijo, dando un paso hacia mí, su mirada penetrante.

Me detuve, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba. No podía seguir evitando esto, no podía seguir huyendo.

—Está bien. Hablemos —dije finalmente, cruzándome de brazos en un intento de protegerme de lo que sabía que venía.

—Sé que te he hecho daño, y sé que he sido un idiota —comenzó, su voz cargada de sinceridad—. Pero ...

—¿Y Camila? —pregunté, mi voz más aguda de lo que pretendía.

—Camila no es nada para mí. Nunca lo fue. Era un error, una distracción de lo que realmente quería... de lo que realmente quiero —respondió, su voz quebrándose un poco.

Las palabras flotaban en el aire entre nosotros, cargadas de significado y dolor. Sentía como si estuviera al borde de un precipicio, sin saber si debía dar un paso hacia adelante o retroceder.

—Richard, estoy cansada. Cansada de las promesas, de las palabras vacías. No sé si puedo confiar en ti otra vez —dije, mis ojos llenándose de lágrimas.

—No son palabras vacías esta vez. Lo juro. No sé cómo demostrarlo, pero haré lo que sea necesario. No puedo perderte —dijo, acercándose un poco más.

—no cambies por mi , mejor cambia por ti , lo necesitas —dije con desprecio

—Te lo demostraré. No sé cómo, pero lo haré. Solo... no te alejes de mí.  —su voz era un susurro, cargado de desesperación.

Nos quedamos en silencio, mirándonos, dejando que el peso de las palabras y las emociones se asentara. Sabía que estaba en un punto de inflexión, que lo que decidiera ahora podría cambiarlo todo.

—vete a casa—dije finalmente, dando un paso hacia atrás.

–no me rendiré. No esta vez —respondió, su mirada fija en la mía.

Asentí lentamente, sin decir más. Me giré y caminé hacia mi coche, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza, como si quisiera salirse de mi pecho. No miré atrás, no podía. Necesitaba tiempo, espacio para respirar y pensar.

Al llegar a casa, me desplomé en el sofá, sintiendo cómo el agotamiento emocional finalmente me alcanzaba. Las palabras de Richard resonaban en mi mente, mezclándose con mis propios pensamientos, creando una maraña imposible de desenredar, las chicas estuvieron ahí para mi y agradecí eternamente tenerlas a mi lado

Esa noche, recibí otro mensaje, esta vez de Carrascal.

—"¿Estás bien? Pensé en ti todo el día."

Suspiré, sintiendo cómo el peso de todo caía sobre mis hombros. No sabía qué responder, no sabía cómo manejar todo lo que estaba pasando.

—"Estoy sobreviviendo. Gracias por preocuparte."

Dejé el teléfono a un lado y me acurruqué en el sofá, deseando que el mundo se detuviera por un momento, solo para poder respirar. Pero sabía que eso no iba a pasar. Las decisiones, las conversaciones, las emociones... todo seguiría allí, esperando a que las enfrentara.

Y tendría que hacerlo, tarde o temprano. Pero por ahora, solo quería un momento de paz en medio de la tormenta.

Mi jefe || Richard ríos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora