Llevaba dos días sin apetito y con vómito. Estaba abrumada. Me despedí de mi hermana, que aún dormía, y tomé un taxi ya que Mariana y Lucía ya se habían ido porque realmente iba tarde. Mientras el taxi avanzaba lentamente por las calles, me sentía cada vez más preocupada y agotada. Mis pensamientos eran un torbellino de confusión y miedo.Llegué y todo estaba en silencio. Caminé lentamente hasta el campo donde los chicos entrenaban y ahí estaban las chicas. Me senté junto a Mariana y Lucía, que me miraban con cara preocupada.
—¿Ya te sientes mejor? —preguntó Mariana, con el ceño fruncido.
—No tanto —respondí, suspirando.
—Ay, amiga, hazte la prueba —dijo Lucía, mirando hacia el campo.
La noche anterior les había comentado a las chicas que me sentía mal hace días y que mi periodo no me llegaba. Suspiré con frustración.
—No puedes hacer esto sola, tienes que decirle —dijo Mariana mirando hacia el campo y todas hicimos lo mismo. Los chicos estaban en una prueba de salto y correr. Richard estaba un poco distraído del fútbol y prácticamente todos los días lo regañaban. A veces me sentía mal por él.
—Le diré —dije finalmente, después de un largo tiempo en silencio.
Mariana y Lucía asintieron sin decir una palabra. Pasamos las dos horas viendo el entrenamiento. El día se me hizo largo y, al caer la noche, vi a Camila salir de la oficina de Richard con una sonrisa.
Recogí mis cosas en una mochila pequeña que llevé hoy. Caminé hasta la oficina de Richard mientras veía cómo las instalaciones poco a poco se quedaban solas.
—Necesito unos minutos —dije al entrar.
—Claro —dijo él, cerrando la puerta detrás de mí.
—No me baja —solté de repente.
Él quedó en shock, tragando en seco.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó él acercándose. Yo me alejé.
—Iremos a la farmacia, compraremos una prueba, me la haré y saldremos de dudas.
—Está bien, vamos —dijo él, caminando junto a mí.
—¿Trajiste tu carro? —preguntó mientras salíamos al estacionamiento.
—No, no me sentía bien para manejar.
—¿Ey, todo bien? —preguntó frenando en seco.
—No te importa —dije, entrando a su auto.
Fuimos a una farmacia cerca de su casa. Durante el camino, inconscientemente puso su mano en mi pierna como de costumbre. Mi piel se erizó totalmente y giré mi cabeza hacia la ventana. Al parecer, él se dio cuenta de lo que había hecho y carraspeó la garganta, quitando la mano y acomodándose incómodamente en el asiento para ponerla en la palanca de cambios.
Llegamos a una farmacia y él se bajó a comprar la prueba. Me inundó la nostalgia al recordar las situaciones con él, pero no iba a llorar. Llegamos a su casa.
—¿Lista? —preguntó, su voz suave pero tensa.
—Tan lista como puedo estar —respondí, tomando aire profundamente.
Subimos a su habitación en silencio, cada paso resonando en mis oídos como un eco pesado. Entré al baño y cerré la puerta detrás de mí, quedándome sola con mis pensamientos.
Me miré en el espejo un par de veces, tratando de encontrar algo de fuerza en mi reflejo. Finalmente, abrí la caja de la prueba de embarazo, leyendo las instrucciones con manos temblorosas. Hice lo que indicaba: oriné en el dispositivo y lo coloqué en una superficie plana, esperando el tiempo que decía en las instrucciones. Tres minutos, que parecían una eternidad.
Salí del baño y él se acercó casi corriendo, viendo mi cara de decepción.
—Tampoco estamos tan niños para tener un hijo —dijo él, rompiendo el silencio.
—¿Quieres que te recuerde que me dijiste que era una niña? —lo miré fulminante—. Aparte, no hay nada estable entre nosotros donde criar a un niño.
Él se quedó en silencio. Fueron los diez minutos más largos de mi vida. Finalmente, levanté la prueba lentamente y solo tenía una raya.
—Es lo mejor —susurré, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza.
Él asintió sin decir una palabra y nos dirigimos a la salida de su casa.
—Tengo que irme porque Sofía está en casa posiblemente esperándome —dije.
—Me encantaría conocer a Sofía —dijo con una pequeña sonrisa mientras conducía.
—En algún momento puede ser, porque ya se va mañana —contesté seca.
Gracias a Dios las calles estaban solas y el camino fue bastante corto.
Me bajé del auto al mismo tiempo que él.
—Gracias por traerme —dije, caminando hasta la puerta de mi casa.
—Espera —dijo, acercándose.
—Quiero despedirme —dijo, acercándose a mí.
Yo tragué seco y suspiré.
—Lo de nosotros es un fracaso —contesté, mirando al suelo.
—Esta será la última vez que te besaré —dijo, agarrándome de la cabeza.
Negué con la cabeza lentamente, intentando zafarme de su agarre.
—Mucho te aguanté, Richard. No es justo. Le hice caso a la razón y tú dijiste claramente que habías encontrado quien te quisiera.
Antes de que pudiera decir algo, volví a hablar con la voz entrecortada.
—Sé que te duele —me interrumpió.
—Esta será la última vez —dijo, besándome con fuerza.
—No quiero que me des falsas promesas ni que me pidas perdón. Tu orgullo jodió esto, acabaste conmigo —dije, mirándolo a los ojos, pero me perdí en su mirada.
Él me besó, un beso presionado, lento, con pasión pero sin lengua, más que todo roce de los labios. Me separé sin decir nada y entré a mi casa. Las chicas ya estaban dormidas, al parecer. Pero entré a mi habitación sollozando para no despertarlas.
Me senté en mi cama, abrazando mis rodillas y dejando que las lágrimas cayeran. La realidad de lo que había pasado me golpeó con fuerza. No estaba embarazada, pero la relación con Richard estaba rota de una manera que no sabía si podía arreglarse. Tenía que ser fuerte, no solo por mí, sino por las personas que me querían y me apoyaban. Pero, en ese momento, solo quería dejarme llevar por el dolor y la tristeza.
Me levanté y fui al baño, me lavé la cara y miré mi reflejo en el espejo. Mis ojos estaban rojos e hinchados, y mi piel pálida. Me recogí el cabello en un moño desordenado y regresé a mi habitación. Me tumbé en la cama, tratando de respirar profundamente para calmarme. El día había sido agotador emocionalmente y necesitaba descansar.
Finalmente, el cansancio me venció y me quedé dormida