El sol se filtraba a través de las cortinas de mi habitación, anunciando el inicio de un nuevo día. Pero no me sentía lista para enfrentar lo que venía. Mi cabeza aún daba vueltas por lo que había pasado la noche anterior. Los recuerdos borrosos de la fiesta de Lucho,el casi beso con Carrascal y, por supuesto, la confrontación con Richard en el baño y sobre todo la conversación que acababa de tener con Muñoz.Me levanté lentamente, sintiendo cada músculo adolorido, no solo por el cansancio físico, sino también por el peso emocional. Me vestí con ropa cómoda, jeans y una camiseta simple, sin muchas ganas de arreglarme. Apenas estaba tratando de entender mis propios sentimientos, y la idea de tener que enfrentar a los demás me llenaba de ansiedad.
Decidí salir a caminar un poco antes de ir al trabajo. Necesitaba despejarme. El aire fresco de la mañana me ayudó a calmarme un poco, pero mi mente seguía siendo un torbellino de pensamientos y emociones. ¿Qué iba a hacer con Richard? ¿Y con Carrascal? Todo estaba tan enredado que no sabía por dónde empezar a desenmarañarlo.
Finalmente, me dirigí a la oficina. Al llegar, el ambiente parecía más cargado de lo normal. Las miradas furtivas, los susurros entre compañeros... todo me hacía sentir como si estuviera caminando en un campo minado. Suspiré y me dirigí directamente a la sala de descanso, esperando encontrar un poco de tranquilidad.
Al abrir la puerta, me encontré con Mariana y Lucía, que estaban hablando en voz baja. Cuando me vieron entrar, se callaron de inmediato, lo que solo hizo que mi ansiedad aumentara.
—¿Qué pasa? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Nada, solo... se ha estado hablando mucho sobre la fiesta de anoche —dijo Mariana, mirando a Lucía como si no supiera cómo decirme más.
—¿Qué es lo que se dice? —insistí, sintiendo un nudo formarse en mi estómago.
—Que te vieron con Carrascal, y luego te fuiste con Daniel —dijo Lucía, finalmente.
Cerré los ojos por un momento, tratando de controlar la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse. No había hecho nada malo, al menos no conscientemente, pero sabía que las apariencias importaban, y más en un entorno como este.
—No pasó nada con Daniel, solo me ayudó a llegar a casa —dije, sentándome en una de las sillas y frotándome las sienes.
—Lo sabemos, pero... Richard estaba preguntando por ti esta mañana. Parecía... molesto —agregó Mariana, mordiéndose el labio.
Mi corazón dio un vuelco. ¿Molesto? ¿De qué? ¿Por qué? No tenía derecho a estar molesto después de todo lo que había pasado entre nosotros. Pero el solo hecho de pensar en tener que enfrentar esa conversación me hacía querer salir corriendo.
—Tengo que hablar con él —dije, más para mí misma que para ellas.
—Solo ten cuidado —dijo Lucía, tocando suavemente mi brazo—. No dejes que te manipule.
Asentí, sabiendo que tenía razón. No podía permitir que Richard jugara con mis emociones otra vez. Tenía que ser fuerte, por mí misma y por todo lo que había pasado.
Salí de la sala de descanso y me dirigí hacia la oficina de Richard, cada paso más pesado que el anterior. Sabía que esta conversación no iba a ser fácil, pero era necesaria. Toqué la puerta y entré, encontrándolo sentado en su escritorio, mirando fijamente la pantalla de su computadora.
—Necesitamos dialogar —dije, cerrando la puerta detrás de mí.
—Sí, necesitamos —respondió él, sin levantar la vista.
El silencio en la habitación era casi tangible. Sentía cómo la tensión aumentaba con cada segundo que pasaba.
—¿Qué quieres saber, Richard? —pregunté finalmente, cruzando los brazos frente a mi pecho.
—¿Qué pasó con Carrascal y Daniel? —preguntó, finalmente levantando la mirada. Sus ojos eran fríos, llenos de una mezcla de celos y dolor.
—Nada que te importe. Daniel solo me llevó a casa porque estaba mal, y Carrascal... —vacilé, sin saber cómo continuar—. No pasó nada.
—¿No pasó nada? —repitió él, levantándose de su silla y acercándose a mí—. ¿Estás segura de eso?
—Sí, estoy segura. Pero incluso si hubiera pasado algo, no es asunto tuyo, Richard. No después de lo que has hecho —dije, intentando mantenerme firme, aunque mi voz temblaba ligeramente.
—¿De verdad crees que no me importa? —su tono era bajo, casi amenazante—. Te dije que eras mía, y lo sigo pensando.
—¡No soy tuya! —respondí, dando un paso hacia atrás—. No puedes seguir diciendo eso mientras sigues jugando con mis sentimientos y... con Camila.
El nombre de Camila salió de mi boca antes de que pudiera detenerme, y vi cómo su expresión cambiaba, tornándose más dura.
—Camila no significa nada para mí. Nunca ha significado nada —dijo, acercándose aún más—. Pero tú... tú eres todo.
Sentí cómo mi resolución comenzaba a flaquear. Quería creerle, quería pensar que lo que decía era verdad. Pero, ¿cuántas veces había escuchado palabras similares antes, solo para que todo terminara igual?
—Richard, no puedo hacer esto. No puedo seguir lastimándome por ti —dije, mi voz apenas un susurro.
Él alargó la mano, como si quisiera tocarme, pero la dejé caer.
—Por favor, no te alejes —pidió, su voz quebrándose ligeramente—. No te alejes de mí.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos, pero las contuve con todas mis fuerzas. No podía permitirme caer en ese ciclo otra vez.
Él se quedó en silencio, observándome con una expresión que nunca había visto antes, una mezcla de tristeza y desesperación.
—Te daré tiempo —respondió finalmente, su voz ronca—. Pero no m rendiré. Lo prometo.
Salí de su oficina antes de que las lágrimas pudieran desbordarse. Necesitaba salir de allí, necesitaba aire. Me dirigí al baño y cerré la puerta detrás de mí, apoyándome en el lavabo mientras las lágrimas finalmente corrían por mi rostro.
Me miré en el espejo, viendo la mezcla de emociones reflejada en mis ojos. Que hijueputa vida la mía
El día pasó como un borrón, con mis pensamientos enredados en una maraña de sentimientos contradictorios. Sabía que no podía evitar a Richard para siempre, pero también sabía que no estaba lista para enfrentar todo lo que implicaba estar con él.
Esa noche, después de haberme encerrado en mi habitación durante horas, recibí un mensaje de Carrascal. Dudé en abrirlo, temiendo lo que podría decir, pero finalmente lo hice.
—"Podemos hablar? Necesito aclarar algunas cosas contigo."
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. No sabía si estaba lista para otra conversación emocionalmente agotadora, pero también sabía que no podía seguir evitando todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor.
—"Sí, podemos hablar. Ven a casa en una hora."
Me recosté en la cama, sintiendo el peso de las decisiones que tenía que tomar. No sabía qué iba a decirle a Carrascal, ni cómo iba a manejar todo lo que estaba pasando con Richard, pero sabía que tenía que hacerlo.
Esa noche, las palabras de Richard resonaron en mi mente una y otra vez: "No me rendiré". No sabía qué iba a hacer con esa promesa, pero sabía que iba a cambiar todo.