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El sol de la mañana iluminaba suavemente la habitación del hospital, llenándola de una calidez reconfortante. Después de días de incertidumbre y miedo, la vida parecía haber recobrado su equilibrio. Mis amigos y familiares venían a verme en pequeños grupos, sus sonrisas llenas de alivio y gratitud por mi recuperación.

Aunque aún estaba cansada, mi cuerpo se sentía más fuerte con cada hora que pasaba. El médico había venido temprano esa mañana, confirmando que si todo seguía bien, podría salir del hospital en un par de días. La noticia me llenó de alegría, pero también de una extraña sensación de miedo. Volver a casa, regresar a mi vida normal, significaba enfrentar las emociones y decisiones que había estado evitando desde el accidente.

Sofía y mi tía estaban sentadas a mi lado, charlando en voz baja. Sofía, con su energía juvenil, parecía haber recuperado su espíritu alegre, aunque todavía podía ver el rastro del miedo en sus ojos cuando me miraba.

—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó mi tía, acariciando mi mano con ternura.

—Mejor, mucho mejor —respondí, esbozando una sonrisa—. No puedo esperar para salir de aquí.

—Nosotros tampoco podemos esperar a que vuelvas a casa —añadió Sofía, sonriendo ampliamente—. He estado haciendo una lista de películas que podemos ver juntas cuando te sientas mejor.

Su entusiasmo me hizo reír suavemente, y por un momento, me olvidé de todo lo que había pasado.

—Eso suena perfecto, Sofi. Me muero por una noche de películas contigo —le dije, sintiéndome más animada por el futuro.

En ese momento, la puerta se abrió y Richard entró, con una expresión mezcla de preocupación y alivio. Era la primera vez que lo veía desde nuestra breve conversación esa mañana, y al verlo, mi corazón se aceleró ligeramente, aunque no era el doloroso latido que había sentido antes.

—Hola, ¿cómo te sientes? —preguntó, acercándose a la cama y saludando a mi tía y a Sofía con una leve inclinación de cabeza.

—Mucho mejor. El médico dice que si todo va bien, podré salir en un par de días —respondí, observándolo con atención.

Richard asintió, aliviado por la noticia.

—Eso es genial. Todos hemos estado esperando que te recuperes... —dijo, pero había algo en su voz, una tensión apenas perceptible.

Mi tía, notando la necesidad de darnos un momento a solas, se levantó suavemente de su silla.

—Vamos, Sofía. ¿Por qué no vamos a la cafetería a buscar algo para comer? —sugirió, tomando a mi hermana de la mano.

Sofía pareció dudar por un momento, mirando a Richard y luego a mí, pero finalmente asintió y siguió a mi tía fuera de la habitación, dejándonos solos.

El silencio que siguió fue denso, cargado de las palabras que ambos sabíamos que debíamos decir, pero que ninguno de los dos parecía capaz de pronunciar. Finalmente, Richard fue el primero en romper el hielo.

—He estado pensando mucho en todo lo que ha pasado... en todo lo que hemos pasado —dijo, su voz suave pero firme—. Y no puedo dejar de sentirme culpable por lo que sucedió, por todo el dolor que te causé...

—Richard... —intenté interrumpirlo, pero él levantó una mano para detenerme.

—Por favor, déjame terminar —pidió, su voz temblando ligeramente—. Cuando te vi en esa cama, sin saber si ib...— suspiró ——Cuando te vi en esa cama, sin saber si ibas a despertar, me di cuenta de lo estúpido que había sido al dejar que todo llegara a este punto. Te alejé, te hice daño... y todo por mi propio orgullo y mis inseguridades —Richard continuó, su voz temblando por la emoción.

Lo miré, viendo el dolor reflejado en sus ojos. Este era el Richard que había conocido, el hombre que me había hecho sentir segura, amada. Pero también era el hombre que, con sus decisiones, había roto algo dentro de mí. Aun así, el amor que sentía por él seguía ahí, enterrado bajo capas de dolor y confusión.

—Richard, yo también cometí errores —le respondí suavemente, tratando de contener la emoción en mi voz—. Fui demasiado orgullosa, demasiado terca para ver lo que realmente importaba. Pero no podemos seguir así, hiriéndonos el uno al otro. No es sano.

Él asintió lentamente, como si cada palabra que yo decía lo estuviera golpeando con la fuerza de la realidad.

—Lo sé, y estoy dispuesto a hacer lo que sea para arreglarlo. No quiero perderte... no quiero que todo esto sea el final de lo que tenemos —dijo, su mirada fija en la mía, con una determinación que nunca antes había visto en él.

Mis pensamientos corrían a mil por hora. Había tanto que decir, tanto que resolver. Pero algo dentro de mí sabía que este era el momento de dar un paso hacia adelante, de no quedarme atrapada en el pasado.

—Richard, yo tampoco quiero que esto sea el final. Pero si vamos a seguir adelante, necesitamos ser honestos el uno con el otro, dejar atrás las mentiras y las dudas. Si de verdad me amas, demuéstralo con acciones, no solo con palabras —dije, mi voz firme pero suave.

Él se acercó un poco más, tomando mis manos entre las suyas, y me miró con una intensidad que me dejó sin aliento.

—Te lo prometo, no voy a dejar que te vayas otra vez. Voy a hacer las cosas bien esta vez... porque no quiero perder lo que tenemos —respondió, su voz llena de convicción.

Por un momento, ambos nos quedamos en silencio, dejando que la gravedad de nuestras palabras se asentara. Sentí un peso levantarse de mis hombros, como si finalmente hubiera comenzado a soltar el dolor que me había estado consumiendo. Richard estaba allí, dispuesto a luchar por nosotros, y yo... yo estaba dispuesta a darle esa oportunidad.

En ese momento, la puerta se abrió y Mariana y Lucía entraron, con una sonrisa al vernos tomados de la mano.

—¿Interrumpimos algo? —preguntó Mariana, con su habitual tono juguetón.

—No, para nada —respondí, esbozando una sonrisa—. Solo estábamos... hablando.

Lucía se acercó y se sentó al borde de la cama, observándonos con una mezcla de alivio y felicidad.

—Nos alegra verte tan despierta y bien. Estamos aquí para lo que necesites, ¿ok? —dijo, tomando mi mano con calidez.

—Lo sé, y gracias... a ambas —respondí, sintiendo un nudo de gratitud en mi garganta.

Richard se levantó entonces, soltando mis manos con una suavidad que me dejó sintiendo el vacío donde antes estaba su contacto.

—Voy a dejarlas un rato, necesito salir un momento —dijo, mirando a Mariana y Lucía antes de regresar a mí—. Pero estaré cerca. Si necesitas algo, solo llama.

Asentí, y él se inclinó para darme un suave beso en la frente antes de salir de la habitación. Una vez que se fue, Mariana y Lucía se sentaron más cerca, listas para reanudar nuestra charla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Lucía, observándome con atención.

—Extrañamente, me siento mejor. Como si finalmente hubiera empezado a sanar —le dije, sintiéndome más ligera al admitirlo.

Mariana me dio una sonrisa cómplice, antes de hablar.

—¿Eso incluye a Richard? —preguntó, con una chispa de curiosidad en sus ojos.

Suspiré, pensando en lo que acabábamos de hablar.

—Sí... creo que ambos estamos dispuestos a intentar arreglar esto. No será fácil, pero estamos comprometidos a hacerlo funcionar —les respondí, y me sentí más firme en mi decisión al decirlo en voz alta.

Lucía y Mariana compartieron una mirada antes de sonreírme.

—Eso es lo que importa. Estamos aquí para apoyarte en cada paso del camino —dijo Lucía, con un tono cálido que hizo que me sintiera aún más agradecida.

Nos quedamos un rato charlando, el ambiente relajado y lleno de cariño. Aunque el camino hacia adelante estaba lleno de incertidumbres, sabía que no lo recorrería sola. Tenía a mi familia, a mis amigos, y a un Richard dispuesto a luchar por nosotros.

Era un nuevo comienzo, una oportunidad para reconstruir lo que había sido roto, y esta vez, no la dejaría escapar.

Mi jefe || Richard ríos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora