Esta historia me tiene sin estabilidad emocional 😭
El día había sido largo, lleno de visitas, conversaciones, y momentos de esperanza, pero también de una profunda incertidumbre que nunca me abandonaba por completo. La luz del atardecer bañaba la habitación en un cálido resplandor, pero el brillo del sol no lograba disipar la sensación de algo oscuro que se cernía sobre mí.
Estaba agotada, tanto física como emocionalmente. Mi tía se había sentado junto a mi cama, acariciando suavemente mi brazo, mientras Sofía dormía plácidamente en la silla. La paz que su presencia me brindaba era lo único que me mantenía tranquila, pero justo cuando pensé que el día terminaría en calma, sentí algo en mi pecho.
Fue como un pinchazo, pequeño al principio, pero rápidamente se intensificó. Me congelé por un momento, tratando de entender qué estaba pasando. Entonces, la punzada se convirtió en una presión aplastante que me dejó sin aliento.
—Tía... —traté de llamar su atención, pero apenas podía hablar. Mi voz salió como un susurro ahogado.
El dolor se expandió rápidamente, como un fuego que consumía todo a su paso, y con cada segundo que pasaba, respirar se volvía más difícil. Sentí como si alguien estuviera presionando una losa pesada contra mi pecho, y cada intento de inhalar aire se convertía en una lucha desesperada.
—¡Tía! —logré decir con más fuerza, mi voz teñida de pánico.
Mi tía, que estaba a punto de acomodar la almohada detrás de mi cabeza, se giró hacia mí y su rostro se transformó en una máscara de puro terror cuando vio la expresión en mi cara.
—¡¿Qué te pasa?! —exclamó, corriendo hacia mí, su voz temblando de miedo—. ¡Dios mío, llama a los médicos, alguien, por favor!
Mariana y Lucía, que habían estado charlando en voz baja cerca de la puerta, se pusieron de pie de inmediato cuando escucharon los gritos de mi tía. Mariana corrió hacia el botón de emergencia y lo presionó repetidamente, mientras Lucía se acercaba a mi cama, sus ojos llenos de preocupación.
—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando? —preguntó Lucía, sin poder ocultar el miedo en su voz.
—No... puedo... respirar... —jadeé, aferrándome a las sábanas, intentando mantener la compostura mientras mi corazón latía con tanta fuerza que sentía que iba a explotar.
La puerta de la habitación se abrió de golpe y varios médicos y enfermeras entraron corriendo. Todo se volvió un caos a mi alrededor, las voces se mezclaban, las órdenes se daban con urgencia, y los monitores comenzaron a emitir pitidos frenéticos que solo intensificaban mi pánico.
—¡La paciente está presentando signos de un evento cardíaco! ¡Preparen la sala de emergencias, ahora! —ordenó uno de los médicos, moviéndose rápidamente para tomar el control de la situación.
—¡Sofía, sal de aquí! —gritó mi tía, intentando proteger a mi hermana del caos que se estaba desarrollando en la habitación.
Sofía, con los ojos llenos de lágrimas, se quedó paralizada por un momento, incapaz de moverse. Pero Mariana la tomó de la mano y la sacó rápidamente de la habitación, tratando de mantener la calma para no asustarla más.
En ese preciso instante, Daniel llegó al hospital junto a Richard, Lucho, Carrascal y James. Todos habían venido a visitarme, pero lo que encontraron fue algo que no esperaban. Daniel fue el primero en ver a Mariana y Sofía salir apresuradamente del cuarto, y supo de inmediato que algo estaba mal.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó Richard, su voz cargada de desesperación, mientras corría hacia la habitación.
—Richard, no puedes entrar —dijo Lucía, bloqueando la puerta con su cuerpo—. Los médicos están con ella... algo está mal con su corazón...
Richard se quedó inmóvil, su rostro pálido como la cera, mientras escuchaba los sonidos caóticos provenientes del interior de la habitación. Sabía que no podía hacer nada, pero la impotencia lo estaba destrozando.
—¿Dónde está? —preguntó Daniel, con la voz entrecortada, acercándose a Lucía—. ¿Qué le está pasando?
—Está mal, Daniel, muy mal... —respondió Lucía, las lágrimas comenzando a correr por su rostro—. No pueden estabilizarla...
Daniel sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Se quedó helado, mirando la puerta cerrada como si al atravesarla pudiera hacer algo, cualquier cosa para ayudarla.
—Esto no puede estar pasando... —murmuró, llevando una mano a su cabeza, intentando procesar lo que estaba ocurriendo.
Dentro de la habitación, los médicos trabajaban frenéticamente para estabilizarme. Sentí un pinchazo en mi brazo cuando uno de ellos me colocó una vía intravenosa. Otro me presionó una mascarilla de oxígeno contra la cara, pero incluso así, el aire apenas parecía llegar a mis pulmones.
—¡La presión arterial está cayendo! —gritó una de las enfermeras, mirando el monitor con creciente preocupación.
—¡Preparen el desfibrilador! —ordenó el médico principal, y de inmediato, una enfermera apareció con el dispositivo, colocándolo a mi lado.
—No... quiero... morir... —pensé, pero apenas podía enfocarme en nada más que en el dolor que parecía devorarme desde dentro.
Los monitores comenzaron a emitir pitidos ensordecedores. Mi visión se oscureció rápidamente, y sentí como si el mundo entero se estuviera desvaneciendo. Las voces a mi alrededor se convirtieron en murmullos lejanos, y todo lo que quedaba era la oscuridad, profunda y total.
—¡No la pierdan! —escuché vagamente la voz del médico, mientras todo se apagaba.
Afuera, Richard apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. No podía soportar la idea de perderme, no después de todo lo que habíamos pasado. Quería gritar, quería romper algo, pero se quedó congelado, escuchando los sonidos que venían desde la habitación.
—¿Va a estar bien? —preguntó Carrascal, su voz apenas un susurro, pero nadie tuvo el valor de responderle.
Finalmente, las puertas se abrieron de golpe, y los médicos salieron corriendo con la camilla donde estaba mi cuerpo, rodeado de cables, tubos y monitores. Richard me vio, mi rostro pálido y sin vida, y su corazón se detuvo por un momento.
—¡No! ¡No te la lleves! —gritó, tratando de acercarse a mí, pero fue detenido por una de las enfermeras que lo empujó hacia atrás.
—¡Richard, no! —gritó Lucho, sosteniéndolo, mientras Richard luchaba por liberarse—. Ellos están tratando de salvarla. Tienes que dejar que hagan su trabajo.
—¡No! ¡Déjame ir con ella! —gritó Richard, con la voz rota por el dolor, pero Lucho y Carrascal lograron mantenerlo en su lugar.
Daniel, que había estado en silencio, incapaz de moverse, finalmente habló, su voz llena de desesperación.
—¡Tienen que salvarla, por favor! ¡No pueden dejar que esto termine así! —gritó, acercándose a Lucho y Richard, intentando encontrar alguna forma de consuelo en medio del caos.
Los médicos me llevaron rápidamente al quirófano, mientras todos los demás se quedaban en el pasillo, observando cómo desaparecía detrás de las puertas dobles. El silencio que quedó después fue ensordecedor.
Sofía lloraba desconsoladamente en los brazos de Mariana, y Lucía trataba de consolar a mi tía, que estaba completamente derrumbada por la impotencia.
Richard cayó de rodillas al suelo, con la cabeza entre las manos, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
Daniel, incapaz de contenerse más, se apoyó contra la pared, con los ojos cerrados, luchando por mantener la calma, pero el dolor en su pecho era insoportable. Él también sentía que me estaba perdiendo, y la idea de eso era más de lo que podía soportar.
Y mientras todos esperaban, llenos de miedo y desesperación, yo luchaba en la oscuridad, aferrándome a la vida, sin saber si lograría volver a ver la luz.