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El hospital era un hervidero de actividad constante, pero en la sala de espera de la unidad de cuidados intensivos, el tiempo parecía haberse detenido. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad para quienes aguardaban noticias, y el aire estaba cargado de una mezcla de ansiedad, miedo y un profundo sentido de impotencia.

Richard llegó al hospital en cuanto recibió la noticia. Había estado en su apartamento, tratando de concentrarse en cualquier cosa que lo distrajera de la confusión emocional en la que se encontraba, cuando su teléfono sonó. Al principio, pensó que sería algo relacionado con el trabajo, pero cuando escuchó la voz nerviosa de Lucía al otro lado de la línea, su corazón se detuvo.

—Richard... ella tuvo un accidente. Está en el hospital, en cuidados intensivos. Ven rápido —fue todo lo que Lucía pudo decir antes de romper a llorar.

Richard salió de inmediato, su mente en blanco, incapaz de procesar completamente lo que había escuchado. Mientras conducía a toda velocidad hacia el hospital, imágenes de ella, de su sonrisa, de sus peleas, y de todos los momentos compartidos inundaban su mente. No podía dejar de pensar en lo mal que habían terminado las cosas entre ellos, en todo lo que aún quedaba sin decir.

Cuando llegó al hospital, vio a Lucía y Mariana sentadas en la sala de espera, con los ojos hinchados de tanto llorar. Al ver a Richard, Mariana se levantó y corrió hacia él, envolviéndolo en un abrazo desesperado.

—No sabemos cómo está, no han dicho nada... —sollozó Mariana, aferrándose a él como si temiera que también se le escapara.

—¿Qué pasó? —preguntó Richard, su voz ronca por la preocupación.

—Tuvo un accidente automovilístico. Dicen que fue grave. Estaba inconsciente cuando la trajeron, y ahora está en cirugía... —explicó Lucía, su voz temblando mientras trataba de mantener la calma.

Richard sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Se dejó caer en una silla, sintiendo que la realidad lo golpeaba con toda su fuerza. No podía creer que todo esto estuviera sucediendo. La posibilidad de perderla, de no poder decirle lo que realmente sentía, lo llenaba de una angustia insoportable.

Poco a poco, otros amigos y compañeros comenzaron a llegar al hospital. Lucho y Carrascal fueron los siguientes en aparecer, con el rostro tenso y pálido. Ambos se quedaron en silencio cuando vieron la expresión de Richard, como si no hiciera falta decir nada más. Sabían que la situación era crítica.

—¿Alguna noticia? —preguntó Lucho, su voz apenas audible.

—Todavía nada. Siguen en cirugía —respondió Mariana, su voz débil.

Carrascal se sentó en una silla cercana, apretando los puños en sus rodillas. Había visto a Richard con ella, sabía que las cosas habían sido difíciles últimamente, pero eso no cambiaba el hecho de que él también la apreciaba, que todos en el equipo la apreciaban.

El tiempo pasó lentamente, y cada vez más miembros del equipo comenzaron a llegar, todos con la misma expresión de preocupación y miedo. James, Mojica, Daniel... todos se reunieron en la sala de espera, formando un círculo de apoyo silencioso. Las bromas habituales y las sonrisas habían desaparecido, reemplazadas por una sombría gravedad.

—Ella es fuerte... va a salir de esta —dijo James finalmente, rompiendo el pesado silencio que se había instalado en la habitación.

—Claro que sí. Es una guerrera —agregó Mojica, aunque su voz traicionaba la inseguridad que sentía.

Daniel estaba en shock

Richard apenas podía escuchar lo que decían. Su mente estaba atrapada en un bucle de recuerdos, en todos los momentos en los que había querido decirle cuánto la amaba, pero se había quedado callado. Pensaba en la última conversación que habían tenido, en cómo todo había quedado en el aire, sin una resolución clara. Ahora, más que nunca, deseaba haber tenido el coraje de ser sincero con ella desde el principio.

Juvena, llegó poco después. Al ver a su primo, corrió a abrazarlo, compartiendo su miedo y preocupación. No dijo nada, solo se quedó a su lado, sosteniéndolo en silencio.

El hospital seguía con su actividad habitual, con médicos y enfermeras pasando rápidamente por los pasillos, atendiendo a otros pacientes. Pero para el grupo de amigos y compañeros, el tiempo parecía congelado en esa sala de espera. Cada vez que una puerta se abría, todos levantaban la vista, esperando que fuera un médico con noticias, pero cada vez eran decepcionados.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, un médico salió del quirófano. Llevaba la expresión grave de alguien que había tenido que lidiar con una situación extremadamente delicada. Todos se levantaron de golpe, formando un semicírculo alrededor del médico.

—¿Cómo está? —preguntó Lucía, su voz quebrada por el miedo.

El médico suspiró antes de responder, midiendo cuidadosamente sus palabras.

—La operación fue complicada, pero logramos estabilizarla. Sin embargo, su estado sigue siendo muy grave. Hay daños importantes, especialmente en el cerebro. Tendremos que esperar para ver cómo responde en las próximas 24 horas. Es un momento crítico. Necesita descansar y recibir toda la atención que podamos darle —dijo, con una mezcla de profesionalismo y empatía.

Las palabras del médico resonaron en el grupo, que se quedó en silencio, tratando de asimilar lo que acababan de escuchar. Richard sintió que le faltaba el aire, que cada palabra del médico era un golpe en el pecho.

—¿Podemos verla? —preguntó Mariana, con la voz temblando.

—Solo pueden entrar dos personas a la vez, y por favor, sean breves. Es importante que no se agite —respondió el médico antes de marcharse.

Richard y Lucía se ofrecieron para entrar primero. Mientras caminaban hacia la habitación, el sonido de los monitores y las luces brillantes del hospital parecían apagarse, como si todo se desvaneciera en el fondo, dejándolos solo con la realidad de lo que estaba sucediendo.

Cuando entraron en la habitación, la vieron, rodeada de máquinas y cables, su cuerpo frágil e inmóvil en la cama. Su rostro estaba pálido, con la herida en la cabeza ahora cubierta por vendas. Verla así, tan vulnerable, tan diferente de la persona vibrante que conocían, fue un golpe brutal.

Richard se acercó a la cama, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a caer. Nunca había llorado delante de ella, siempre había sido el fuerte, el que intentaba mantener todo bajo control. Pero ahora, frente a la posibilidad de perderla, todo ese control se desmoronaba.

—Por favor, despierta... —murmuró Richard, tomando su mano entre las suyas, su voz quebrándose—. No puedes dejarnos... no puedes dejarme.

Lucía se mantuvo en silencio, dejando que Richard expresara todo lo que tenía dentro. Sabía lo mucho que él la amaba, incluso cuando las cosas no habían salido bien entre ellos. Sabía que, a pesar de todo, él la necesitaba más que nunca.

Se quedaron en la habitación unos minutos más, en silencio, antes de que el médico entrara para pedirles que salieran. Ambos salieron, dejando que otros amigos y compañeros entraran a verla, todos con el mismo temor y esperanza en sus corazones.

Esa noche, nadie durmió. Todos se quedaron en el hospital, esperando cualquier noticia, cualquier señal de mejora. Afuera, la noche se cerró sobre la ciudad, pero dentro del hospital, las luces seguían encendidas, testigos silenciosos de una batalla por la vida que aún no había terminado.

Mi jefe || Richard ríos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora