Las cosas no mejoraron con los días; empeoraron.Los días siguientes fueron una montaña rusa de emociones. Richard realmente hizo un esfuerzo por mostrarme que estaba comprometido. Empezó a salir menos tarde, y cuando tenía que trabajar con Camila, se aseguraba de mantenerme informada y de incluirme en sus planes.
Sin embargo, la situación con Camila solo empeoraba. Ella comenzó a mostrar su verdadera cara, haciéndome sentir incómoda y menospreciándome en cada oportunidad.
Un día, mientras caminaba por el pasillo hacia mi oficina, me encontré con Camila.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —pregunté, intentando mantener la calma.
—Claro, ¿qué necesitas? —respondió, con una sonrisa falsa.
—Necesito que entiendas que Richard y yo estamos trabajando en nuestra relación, y tus acciones no están ayudando —dije, tratando de ser directa.
—¿Mis acciones? Solo estoy haciendo mi trabajo. Si no puedes manejar eso, tal vez deberías reconsiderar tu relación —respondió, su tono frío y cortante.
—No estoy aquí para discutir. Solo te pido que mantengas la profesionalidad y el respeto —dije, sintiendo cómo la ira se acumulaba en mi pecho.
—Quizás deberías hacer lo mismo. No es mi culpa que Richard prefiera pasar tiempo conmigo —dijo, con una sonrisa sarcástica.
Respiré hondo, tratando de contener mis emociones. No quería darle el gusto de ver que me afectaba.
—Esto no es un juego, Camila. Te agradecería que mantuvieras la distancia —dije, girándome para irme.
—Buena suerte con eso —murmuró, lo suficientemente alto para que la oyera.
Me alejé, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con salir. No podía permitir que Camila me viera así. Me refugié en el baño, tratando de calmarme antes de volver a la oficina.
Cuando regresé a mi escritorio, mis amigas notaron de inmediato que algo andaba mal.
—¿Qué pasó? —preguntó Mariana, mirándome con preocupación.
—Camila. Está siendo... imposible. No sé cuánto más puedo aguantar esto —dije, dejando escapar un suspiro frustrado.
—No dejes que te afecte. Eres más fuerte que ella —dijo Lucía, dándome un apretón en el brazo.
—Gracias, chicas. Solo necesito un momento para recomponerme —respondí, tratando de sonreír.
El resto del día pasó en una neblina de emociones. Cuando finalmente llegué a casa, me desplomé en el sofá, sintiéndome agotada y desanimada.
Esa noche, Richard llegó más tarde de lo que habíamos quedado nuevamente. Entró en la sala con una expresión de cansancio y preocupación.
—¿Qué pasa? —preguntó, sentándose a mi lado.
—Camila. Hoy fue particularmente difícil. No puedo seguir lidiando con esto, Richard. Necesito que hables con ella —dije, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a caer.
—Lo siento. Hablaré con ella mañana mismo. No quiero que esto siga afectándote —dijo, abrazándome.
—Espero que lo hagas. No puedo seguir así —respondí, dejándome consolar por su abrazo.