La misma sensación

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El sudor me cubre la frente. Nervios, miedo, tensión... Solo quiero echarle la culpa al sol de media mañana que cubrió mi coche durante la reunión. Pero no, e s por culpa de la sensación de saber que estoy a punto de hacer algo que no debo, pero que igualmente voy a hacer. 

La granja del viejo George está a las afueras de BayWood, a un lado de la carretera regional. Un lugar tranquilo por la mañana, pero a nadie se le ocurriría venir de visita entrada la noche. Al menos no a mi. Menos aún sabiendo que detrás de los maizales que bordean la vivienda podrían ocultarse los ojos verdes que tanto hace que no veo. 

Tardo tanto en bajarme del coche, pensando si salir o no, que veo abrirse la puerta. Miro fijamente con miedo antes de soltar un suspiro de alivio. George sale a su porche de madera envejecida con una escopeta en la mano. No se supone que la imagen de un señor armado debería ser más alentador que verle a él...

—¿Quién anda ahí? —grita, dando un golpe con la escopeta en la madera.

Salgo del coche alisándome la ropa, más bien secándome el sudor para poder darle la mano amablemente. 

—Buenas tardes —me tiembla la voz mirando hacia todos lados buscándole con miedo—, me llamo Mela...

—Eres la hija de Stratford —suelta serio—, le dije a tu padre que no hacía falta que viniese a ver las espigas hasta la semana que viene. 

—No he venido a eso, señor.

—¿Entonces qué haces aquí, niña? —apoya la escopeta junto a la puerta. 

Me relajo al ver que suelta el arma, al menos. Pero su mirada sigue sobre mi, confundido y expectante. ¿A qué vengo? Si es que ni lo se. ¿Qué hago aquí? No pensé lo que hacía, en vez de coger la salida a mi casa simplemente cogí la siguiente... Por impulso.

—Yo... —bajo la vista, no sé que decir.

—No me hagas perder más el tiempo, ¿quieres?

Está enfadado, entre todas las arrugas que recorren su piel de anciano se le endurecen las de la frente, frunce el ceño y aprieta los labios. Me muestra una mirada casi asesina, coge su escopeta sin apartar la vista de mi y abre la puerta dispuesto a marcharse. Y vuelvo a hablar sin pensar, nerviosa ante la posibilidad de perder la oportunidad de... ¿verle? ¿Quiero verle? ¿Enfrentarme a él, a su mirada? A su todo...

—He venido a verificar que el protocolo de arresto domiciliario de lleva a cabo correctamente —no tengo tiempo ni de respirar.

—Haberlo dicho antes, ¿eres de la central de policía? —me mira de arriba a abajo cómo si dudara—. Cada vez sois más jóvenes.

Me indica con la cabeza que pase para adentro, además de dejarme la puerta abierta mientras él se aleja hacia el interior de la casa. Cuando pierdo de vista su vieja espalda encorvada, echo una mirada a los alrededores. No veo a nadie, sólo animales de granja pastando...

—¡Niña!

Subo al porche a las prisas ante el grito de George. El interior de la casa es oscuro, con poca decoración y bastante austero. Busco, casi por inercia, signos de la presencia de Carter en la casa, pero no encuentro nada. Ni unas míseras botas o un abrigo, nada.

—El chico se ha estado portando bien, como siempre. 

Escucho su voz ronca desde algún lugar de la casa, el tintineo de porcelana me indica por donde ir hasta la cocina, donde está sirviendo dos tazas de café. Dos y no tres.

—¿Azúcar o sacarina? 

—Sólo, muchas gracias, pero no me quedaré mucho tiempo. 

Se sienta en una de las sillas frente a una mesa circular en medio de la cocina y me ofrece asiento con una mano. Le sonrío amablemente y agarro la taza que me ha servido. 

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