Ha terminado

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Llegamos a la casa de Nick Evans. Desde fuera, parece una más en un barrio cualquiera, con su fachada blanca y su porche de madera, como si todo lo que ha ocurrido no pudiera tener cabida en un lugar tan ordinario. Pero hay algo en el aire, algo que me pone los pelos de punta. El silencio de la casa es tan profundo que parece estar aguardando a que descubramos su secreto. Llamamos a la puerta, y el eco del golpe retumba en el porche. Nadie responde.Hughes, siempre meticuloso, insiste en que necesitamos una orden judicial.

—No sin una orden —dice con firmeza, los ojos fijos en la entrada.

Ethan, a mi lado, apenas contiene su frustración. Su mandíbula está tan tensa que puedo escuchar sus dientes rechinar. No hay tiempo para esperar. Y cuando miro su cara, ya sé lo que va a hacer antes de que lo haga.

—Al diablo con la orden —murmura, empujando la puerta de un golpe seco.

El crujido de la madera al ceder bajo la fuerza de Ethan rompe el silencio. Entramos con cautela, y la casa, al principio, parece completamente normal. Fotos familiares cuelgan en las paredes, las cortinas están perfectamente arregladas y todo está en su sitio. Los muebles tienen el aspecto de llevar años sin ser movidos, como si la vida dentro de estas paredes hubiese sido detenida por completo.

Pero hay algo debajo de esa superficie. Algo que no encaja. Cada paso que doy dentro de la casa parece más pesado que el anterior. Mi corazón late con fuerza, y no es por la acción de entrar sin permiso; es como si la casa misma estuviera advirtiéndome de lo que estaba por venir.

Seguimos avanzando por los pasillos, nuestros pies resonando sobre el suelo de madera. La tensión en el aire se hace palpable. Ethan inspecciona las habitaciones mientras Hughes espera, claramente incómodo con habernos saltado las reglas. Pero no importa. Todo lo que importa es encontrar a Leah.

De repente, mi pie tropieza con algo bajo una alfombra vieja y deshilachada. Me detengo, moviendo la alfombra con el pie. Allí está. Una trampilla.

Me agacho y coloco mi mano sobre la cerradura, sintiendo cómo el frío del metal me cala hasta los huesos. La adrenalina me recorre el cuerpo, haciendo que mis dedos tiemblen levemente. Miro a Ethan, buscando su aprobación. Sus ojos se encuentran con los míos, tensos pero firmes, y él asiente, levantando su pistola, preparándose para lo que sea que encontremos al otro lado.

Con un rápido movimiento, levanto la trampilla. El aire que sale de allí es denso, cargado de polvo y humedad. La oscuridad parece absorbernos, y un escalofrío recorre mi columna vertebral mientras descendemos las escaleras. Cada paso cruje bajo nuestros pies, el sonido se amplifica en la opresiva quietud del sótano.

Alzo la linterna, y la veo.

—Leah... —mi voz sale en un susurro ahogado, mi garganta cerrándose ante la visión de mi amiga.

Está allí, mi Leah, amarrada con cinta americana, su cara sucia de lágrimas, su cuerpo temblando de miedo. Mi pecho se aprieta, la imagen de Georgia muerta en el maizal se mezcla con la de Leah, viva pero destrozada. Corro hacia ella, mis manos temblando mientras le arranco la cinta de la boca. Leah respira entrecortada, sus ojos desbordando desesperación. Desato sus muñecas con torpeza, y tan pronto como la libero, se derrumba sobre mí, agotada.La abrazo con fuerza, mis propias lágrimas cayendo sin control. Es un alivio tan abrumador que apenas puedo respirar. La acuno, sintiendo cómo su cuerpo se sacude entre sollozos. Mi amiga está viva, pero destrozada por dentro.

Ethan, en silencio, se aparta, dejándonos espacio, pero no puedo ni levantar la vista. Estoy concentrada en Leah, en el calor de su cuerpo, en el sonido de su llanto. Me aferro a ella como si soltarla significara perderla de nuevo.

De repente, los ruidos de fuera nos sacan de ese pequeño instante de alivio.

—¡Alto! ¡Deténgase! —se escucha a lo lejos, la voz de un agente gritando desde el exterior.

Nos quedamos quietas, congeladas por el miedo. Leah tiembla entre mis brazos, y antes de poder procesar lo que está ocurriendo, el sonido de un disparo retumba en el aire, seguido por otro.

El eco de los tiros sacude el sótano. Me estremezco, y mis brazos se tensan alrededor de Leah. Ella se aferra a mí con fuerza, temblando, asustada. El silencio que sigue a los disparos es tan denso que parece ahogarnos. Mi mente corre en todas direcciones, preguntándose qué ha pasado allá arriba, si alguien más está en peligro. Quiero subir, pero no puedo dejar a Leah sola.

Unos minutos después, que se sienten como horas, Hughes aparece en la entrada del sótano, su rostro grave pero controlado.

—La ambulancia ha llegado, Leah ven conmigo, estás a salvo—dice con suavidad.

Leah me mira, sus manos se aferran a las mías, como si soltarme fuera lo último que quiere hacer. No puedo culparla. Aún no ha procesado lo que ha pasado, y yo tampoco.

—Nos vemos ahora  —le susurro, dándole una pequeña sonrisa, aunque no siento nada más que miedo por dentro—.Tengo que inspeccionar esto, no estaré lejos.

Leah asiente lentamente, aunque sus ojos están llenos de terror. Hughes la ayuda a subir, y la pierdo de vista mientras suben las escaleras.

El sótano se queda en un silencio abrumador. Solo escucho el latido de mi corazón en mis oídos, cada golpe recordándome que la pesadilla aún no ha terminado. Necesito respuestas. Algo que explique todo lo que ha pasado, algo que me permita cerrar esta maldita puerta.

Levanto la linterna y entonces lo veo.

A través de las motas de polvo que flotan en el aire, la luz ilumina un tablero en la pared. Me acerco con cautela, mi respiración se acelera. Está cubierto de fotos. Ellas. Cada una de las mujeres que hemos perdido. Georgia. Leah. Alexa. Y más de las que logro contar. Sus rostros me observan desde el pasado, congelados en el tiempo, como si estuvieran atrapadas en ese tablero de pesadillas. Me llevo una mano a la boca, conteniendo el horror que siento al verlas allí, sus sonrisas distantes y vacías.

Y entonces lo veo, colgando del tablero. Una careta. El antifaz del maestro de ceremonias. Jason.

Mi cuerpo se queda inmóvil. Cómo no lo vi antes. Esa noche en el parque, cuando todo comenzó, cuando me burlaban, cuando ese actor se mofó de mí mientras jugaba con mi miedo. Jason. Su risa, su desprecio, cómo convirtió aquel momento en la casa encantada en parte de su show delante de todo el mundo. Lo ignoré entonces, pensando que no era más que parte del show, un truco más en una noche de terror. Y aquí está, colgado ante mí, como una maldita prueba de todo lo que no quise ver.

Recojo todas las fotos, las pruebas, todo lo que encuentro. Mi cabeza es un caos de pensamientos, de imágenes. No sé si lo hago para el caso o para mí, para mantenerme cuerda, para tener algún control en medio de tanto horror.

Subo del sótano, el aire fresco me golpea, pero no siento alivio. Miro a lo lejos y veo a Ethan, junto con varios agentes en el límite del bosque. Un bulto cubierto por una lona está a sus pies. A lo lejos, las luces de las patrullas iluminan la escena, pero todo parece tan irreal. Me acerco, y cuando veo el cuerpo cubierto, sé que es Nick Evans. Lo encontraron, y ahora está muerto.

En otras circunstancias, ver un cadáver me habría provocado náuseas, tal vez incluso miedo. Pero ahora, todo lo que siento es alivio. Ha terminado.

Sin decir una palabra, me alejo y me acerco a la ambulancia donde Leah ya está siendo atendida. Me subo junto a ella, sin decir nada, y la abrazo con fuerza. Le beso la cabeza, sintiendo el calor de su piel, su respiración agitada, como si estuviera tratando de convencerse de que todo ha acabado. Está aquí, conmigo, y no va a desaparecer.

El motor de la ambulancia arranca, y en ese momento, el peso de todo lo que hemos vivido finalmente comienza a deslizarse de mis hombros. Y aún así, no encuentro la paz, porque jamás podré volver a tener a Georgia entre mis brazos. El peligro ha pasado, pero las cicatrices, esas, sé que quedarán.

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