Epílogo

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El cielo gris sobre BayWood parece pesar tanto como el ambiente que rodea el funeral de Georgia. El viento frío acaricia las caras de todos los presentes, pero yo apenas lo siento. Estoy aquí, físicamente, pero mi mente está atrapada en otra parte, en recuerdos, en culpas, en lo que pudo haber sido.

Las palabras vacías del pastor flotan en el aire. Apenas puedo escucharlas, no tienen significado para mí. Mis ojos se pierden, escudriñando a cada uno de los presentes. La madre de Georgia llora desconsolada, su cuerpo sacudido por los sollozos mientras se aferra al brazo de su marido, quien la abraza con una mezcla de dolor y resignación. No puedo imaginar lo que debe estar pasando por su cabeza. Perder a un hijo, no hay mayor tragedia.

Miro a Leah, a quien Rory tiene firmemente sujeta. Su rostro está vacío, su mirada perdida en el suelo, y Rory, como siempre, está ahí para ella. Pasa su mano suavemente por su cabello, tratando de reconfortarla. Pero no sé si alguien puede consolar a Leah ahora. Lo que vivió en ese sótano, el horror que la acechaba... No quiero ni imaginar lo que debe estar reviviendo en su mente una y otra vez.

A mi lado está Ethan, inmóvil, su mandíbula marcada de tensión. Su mirada está fija en el ataúd de Georgia, y sé exactamente lo que está pensando. El fracaso. La culpa. Lo siento en cada respiración que toma, lo veo en sus ojos, en la rigidez de sus hombros. Él cree que fallamos. Yo también lo creo.

Sin pensarlo, coloco una mano alrededor de su brazo, buscando algún tipo de conexión en medio de este dolor compartido. Se vuelve lentamente hacia mí, y veo algo en su mirada que nunca antes había visto: un brillo de vulnerabilidad. Sus ojos están húmedos, y por un instante, parece que va a decir algo, pero no lo hace. Solo me coge la mano, apretándola con fuerza, como si ese simple gesto pudiera contener todo lo que no puede expresar. Le devuelvo una sonrisa triste, pero ambos sabemos que las palabras no serían suficientes.

El funeral termina, pero yo no me muevo. Me quedo junto a la tumba, mirando la lápida que lleva su nombre, Georgia Miller, la fecha de su nacimiento y de su muerte grabadas en piedra. La tierra está removida, fresca, aún en proceso de asentarse sobre el lugar donde ahora descansa. Me dejo caer de rodillas junto a ella, sintiendo la tierra fría bajo mis manos.

—Lo siento, Georgia —susurro, mi voz quebrándose. El viento se lleva mis palabras, pero sé que de alguna manera, las escucha.

Pasan los minutos, o tal vez horas, no lo sé. El tiempo aquí no parece importar. No quiero irme. No quiero dejarla aquí sola, aunque sé que ella ya no está realmente aquí. Todo lo que queda es la culpa, el peso de todo lo que no hice, de todo lo que podría haber hecho diferente.

—No he podido decirte que lo siento —una voz familiar interrumpe el silencio.

No necesito girarme para saber quién está detrás de mí.

—Al final, no tenías la culpa, ¿es eso lo que vienes a decirme? —respondo, mi voz apenas un susurro cargado de cansancio.

—Vengo a pedirte que te quedes —la voz de Carter es calmada, casi suplicante.

Una sonrisa irónica se dibuja en mis labios, cargada de tristeza. Quedarse. La palabra me parece un peso que no sé si soy capaz de cargar. Nos quedamos en silencio, ninguno de los dos dice nada. El nudo en mi garganta es tan fuerte que no me permite hablar, porque sé que si abro la boca, lo único que saldrá será un torrente de lágrimas que no podré detener.

—No huyas esta vez —insiste Carter, su voz tan suave que casi no la escucho.

Lo miro, enfrentándolo por primera vez desde todo lo que ocurrió. Está vestido de negro, igual que todos los demás, pero hay algo en él que me perturba. Tal vez sea el hecho de que sobrevivió a todo mientras Georgia no lo hizo. O tal vez sea el recuerdo de cómo me manipuló, cómo se metió en mi cabeza.

—¿Crees que eres el primero que me pide eso? —le respondo con amargura—. Ya he tenido esta conversación, Carter. Con Leah. Con Hughes cuando me ofreció un puesto en la comisaría. Con mis padres, con Ethan —mi voz se quiebra un poco mientras nombro a cada uno—. Y a ninguno le di una respuesta, porque no la tengo.

Carter me mira, su rostro endurecido pero sus ojos llenos de algo que no puedo descifrar.

—Siento que debo quedarme —continúo, con la voz temblorosa—, pero tengo miedo de no hacerlo por mí. Tengo miedo de quedar atrapada en este ciclo, en Baywood —el nombre del pueblo me pesa en los labios. Todo lo que ha pasado, lo que he perdido, está aquí.

Nos quedamos en silencio, el viento helado moviendo las hojas caídas a nuestro alrededor. Me levanto, miro por última vez el nombre grabado de mi mejor amiga y me doy la vuelta enfrentando a un Carter desolado, pálido y con ojeras bajo esos ojos verdes que me hipnotizaron hace seis años. El funeral del viejo George fue el día anterior. No pudo con todo, su corazón no resistió, y ahora Carter está solo.

—Superemos esto juntos... —susurra cuando llego a su lado. 

Por primera vez le miro y no siento nada. 

—Ya no hay nada que nos ate Carter, todo ha terminado. 

Carter no dice nada, pero en su rostro se refleja el peso de mis palabras. Nos miramos por un largo instante, hasta que decido alejarme a paso lento, dándole la espalda. 


—Sabes que jamás saldré de tu cabeza —dice burlón y con un toque de nostalgia.

—¡Lo sé! 

¿Debería quedarme? 

Tenemos una segunda oportunidad, me dijo en su día.

Tal vez algún día tendré una respuesta. Pero hoy, no es ese día. Mientras, haré lo que en su día no hice. Cuidar de los míos. Y la conexión que algún día tuve con Carter, desaparece en cuanto cruzo las puertas del cementerio de BayWood.

FIN 

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