Confía en mi

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TerrorVille, o lo que es lo mismo, la peor decisión de mi vida. Lo que lo cambió todo. Tantos años esperando a poder ser mayor de edad y venir a las míticas noches de Halloween. ¿Y todo para qué? Para que Halloween, al menos en mi mente, se volviese eterno. 

—Los adolescentes de ahora vienen aquí a —hace el símbolo de las comillas— iniciarse, o algo así.

Hemos aparcado a unos metros de la entrada. Las letras del parque están a falta de un clavo para desprenderse, ya no hay nada del brillo cegador que me sorprendió aquella noche. De columna a columna hay una cinta policial que prohíbe el paso, o que lo intenta, pero es obvio que una banda de plástico no va a hacer que un adolescente ebrio no pase. 

—¿Después de tanto tiempo no han hecho nada con este lugar?

—Ahora es propiedad de un empresa comercial, quieren derribarlo para construir un almacén o algo por el estilo. Pero de momento mantengo la obra paralizada. 

Le miro confusa, él mantiene la mirada fija en las ruinas de TerrorVille.

—¿Mantienes? 

—Conseguí una orden para que no pudieran hacer nada mientras la investigación sobre el caso se mantenga activa —abre la puerta del coche y hace amago de salir—. Ahí dentro puede haber cualquier pisa que se nos haya pasado por alto. 

La verdad es que lo dudo, pero no seré yo quien eche para atrás las esperanzas de encontrar algo. Al salir del coche, una brisa fría recorre mi cuerpo, pero no sé si es por el tiempo o por la sensación que transmite este lugar. El parque es una ruina en sí misma. La niebla cubre los escombros como lo hizo aquel día. Ya no hay luces de neón que iluminen el lugar ni música que le dé ese ambiente terrorífico que antes atraía a los visitantes. Ahora, sin la ilusión que lo envolvía, este sitio parece más muerto que nunca. La gente evita este lugar como la peste. Excepto, claro, los adolescentes insensatos como yo, que alguna vez creyeron que Terrorville les daría la noche de sus vidas.

Sigo a Ethan hasta la entrada, mientras mi mente vaga por los recuerdos de lo que fue este parque. Miro de reojo el coche a lo lejos, en el aparcamiento, y es como si intentara calcular cuántos segundos me llevaría llegar hasta él en caso de ver una figura negra entre las sombras o a alguien con una cara pintada de esqueleto. Lo pienso, lo imagino, pero sacudo la cabeza para deshacerme de esas ideas. Tengo que concentrarme.

Ethan comienza a hablar, sin mirarme, dándome la espalda con una postura casi taciturna.

—Lo que pasó aquella noche fue una desgracia... —dice en voz baja, sus ojos clavados en los escombros.

El parque abandonado es un cementerio de atracciones. Los viejos carritos de la montaña rusa están oxidados y retorcidos, encajados en la estructura como si se hubieran estrellado. El carrusel, alguna vez colorido, ahora es una estructura esquelética con caballos mutilados y sin color. Las casetas de feria están cubiertas de maleza, como si la naturaleza hubiera decidido recuperar lo que le pertenece.

Me acerco a su lado y suspiro, sintiendo el peso de este lugar.

—¿En serio tenemos que entrar? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.

—Solo si tienes fuerzas —me responde sin girarse, su tono indiferente.

Me quedo en silencio, sopesando sus palabras. ¿Las tengo? No estoy segura.

—Si no, puedes quedarte sola en el aparcamiento... —añade, con una sonrisa burlona que me saca de mis pensamientos.

Le doy un leve puñetazo en el pecho, sonriendo a pesar de la tensión. Él se ríe también, y en ese momento, la oscuridad del parque parece menos abrumadora, al menos por un segundo.

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