—¿Porque no le dijiste a Phillip que me subiera a mi cuarto?— casi tira el sartén con los huevos revueltos en sus manos al ver a su hermano con ropa nueva, muy diferente a la arremedada y vieja ropa que solía conseguirle, pero recordando que si había sido regalada ropa por el presidente, era muestra la habitación del niño que su bondad se extendía a él, no sabiendo si era algo amable o un método de manipulación para algo más grande —No tuvimos que haber dormido los dos aquí abajo.
—¿Qué se sintió poder tomar una ducha solo?— intentó cambiar de tema mientras servía su almuerzo en los platos que había puesto en la mesa. Después de ver la nota en las flores la noche anterior una ansiedad empezó a subir por su pecho, no lográndole poner nombre a de dónde venía esta, pero no sintiéndose segura en la misma habitación que esos regalos. Llevo las flores al patio donde se encargó de limpiar los rabillos dejándolos sin un solo pétalo, llevándolos a el pequeño huerto que tenía afuera y plantándolos en un espacio, teniendo a su lado la bocina, pensando en si lo mejor sería enterrarla, pero simplemente dejándola en una mesa de trabajo, como simple decoración pero afuera de su casa. Para cuando había terminado era más de media noche y miró a su hermano aún dormido en la sala, no teniendo fuerzas ni para despertarlo ni para estar sola esa noche, acostándose en el sofá más grande junto a él, quedándose dormida mirándolo como había hecho toda su vida, esta imagen dándole seguridad de que estaría cerca de él sin importar que pasara.
—La casa de Phillip también tenía ducha, solo que ellos no tenían agua caliente— lo vio caminar con emoción a la mesa viendo sus ojos iluminarse al ver la comida caliente y recién hecha frente a él —Es como cuando papá aún estaba aquí...— regresó a la cocina dejando el sartén en el fregadero y tomando las orillas de este, pensando lo mismo cuando vio comida fresca en el refrigerador y las alacenas llenas. Mientras crecía pasar hambre no era algo común para ellos, su padre se desvivía trabajando de todo lo que pudiera para siempre tener comida en su casa y que sus hijos tuvieran su barriga llena, evitando todo lo posible que trabajaran o hicieran otra cosa que no fuera estudiar, o al menos así fue hasta que Enzo cumplió 3 años y su madre cayó en cama para no volver a levantarse de esta. —Aemma, ¿Podemos ir a casa de Phillip?— pestañea varias veces mirando saliendo de sus recuerdos y viendo a el comedor junto a ella dividido por una gran ventana, viendo a su hermano mirarla con una gran tranquilidad en su mirada, pensando que hace tanto tiempo no lo había visto de esa manera.
—De hecho tenemos que ir, tienes que tener tu dosis— regreso a la mesa tomando asiento frente a el, viéndolo sorprendido por no escuchar una queja de él o una súplica de no hacerlo pasar por eso —¿No vas a quejarte? Tenía una sorpresa para convencerte de hacerlo...
—Me han estado dando la inyección dos veces a la semana, ya me estoy acostumbrando... además la madre de Phillip me regala un dulce si no me quejo— movió su comida en su plato, no recordando mucho sobre la madre de Phillip de las pocas veces que le había visto, solo recordando ese mal momento hace 7 años y su rostro gritándole, viendo por la expresión de paz en el rostro de su hermano que es imagen estaba borrada de su mente para fortuna de todos.
—¿Porque quieres ir a casa de Phillip?
—No le agradecí a sus padres por cuidarme, ¿crees que el Capitolio se enoje si les doy las rosas que dejaron en mi cuarto?— por un momento había olvidado el jarrón con rosas que también estaba en la habitación de Enzo, no deshaciéndose de ellas como lo había hecho con las suyas, pero asintiendo a su pregunta, pensando que entre más lejos tuviera su aroma de el lugar que se suponía debía descansar, mejor para ambos.
Ambos hermanos tomaron los costales de papas donde sus pertenencias estaban y las vaciaron en medio de sus dos habitaciones, empezando a descartar toda la ropa que ahora con sus nuevos guardarropas no sería de utilidad para ellos, así como cosas en estos nuevos armarios que nunca usarían por lo modernos que podrían ser, o al menos así era su plan, pero en cuanto vio a Enzo con una pila de camisas con bordados dorados y sacos de colores despampanantes lo detuvo, pidiéndole que los regresara a su armario, recordando lo más importante que había aprendido en su viaje, si querías que las personas del Capitolio te amaran, debían de sentir que eras uno de ellos, y la única manera de estar seguros en ese mundo que habían entrado era con el amor de las personas correctas, aunque fuera totalmente falso.
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LOTUS - Los Juegos del Hambre
Fanfiction"Bienvenidos a los 69 Juegos del Hambre, y que la Suerte, esté siempre de su lado"