Capítulo 23

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El partido amistoso que estaba planeado jugarse esa tarde no se suspendió. A pesar de las protestas de los jugadores, nada podían hacer para que los altos mandos cambiaran de parecer. El "accidente" sufrido por Horacio fue considerado un "caso desafortunado", había dicho uno de los interrogados. No era motivo suficiente para detener un partido que había vendido más entradas de lo esperado.

Que el hecho haya sucedido justo después de que los medios comentaran la portada de aquella revista y que de alguna forma se haya ignorado que ambos hechos estaban plenamente conectados empeoraba las cosas.

—Entrenador —el llamado de Volkov hizo que el hombre se girara para verle de frente. El delantero se encontraba con el equipo a medio colocarse, su camiseta descansaba sobre uno de los hombros—. Necesito hablar con usted.

Faltaba casi media hora para el comienzo del partido, el vestuario era un caos. Muchos de los jugadores protestaban y algunos miembros del cuerpo técnico intentaban aminorar el descontento sin éxito.

—¿Qué sucede, Volkov? —cuestionó el entrenador español, intentando ignorar el dolor de cabeza que comenzaba a aflorar.

—No voy a jugar —la determinación en su voz era casi palpable. Adrián tenía la sensación de que no importaba lo que dijera, Volkov no cambiaría aquella decisión. Sin embargo, lo intentó.

—Ya nos falta un delantero, no puedo perder otro —dijo con firmeza.

—Tiene a Amari y Carter, ellos pueden jugar —Volkov tenía los hombros tensos, preparado para pelear.

Adrián lo contempló en silencio, recordando el momento en que el ruso había ingresado al equipo. Al principio era callado, y el cambio de idioma no ayudaba a que pudiera socializar como era debido. Aun así, jugaba como si su vida dependiera de ello, dejándolo todo en la cancha. A pesar del paso de los años, aún podía ver cómo intentaba con todas sus fuerzas pertenecer.

El entrenador comprendió lo que había estado frente a él desde un principio, desde el mismo momento en el que Horacio, por ser quien era, se acercó a Volkov comenzando una conversación que era más que nada unilateral, pues el ruso simplemente se limitaba a asentir si comprendía las palabras.

Lo había visto, el cambio del ruso a lo largo de los meses hasta que aquella noticia salió y este volvió a cerrarse en sí mismo. Quizás era momento de que las cosas cambiaran, no sabía lo que pasaba por la mente de Volkov, pero si su determinación era tal tendría que significar algo.

—¿Eres consciente de que serás amonestado si no juegas? —interrogó, debía recalcar las consecuencias de sus actos.

—Sí.

—¿Y que muy probablemente no puedas jugar el próximo partido?

—Sí.

El hombre suspiró, sabiendo que esa batalla estaba completamente perdida, e inmediatamente dejo ver una pequeña sonrisa de orgullo.

—Lo vas a hacer aunque te diga que no.

—Sí.

—Bien —aceptó—. A cambio, ve con Robert al hospital. Necesitamos saber de primera mano cómo se encuentra Horacio. Su representante me ha llamado, dijo que estaba estable, con varias magulladuras, pero nada de gravedad. Robert se encargará de confirmar eso.

Volkov asintió y rápidamente se dirigió a su casillero para volver a cambiarse. La sensación en su pecho no se había disipado; el miedo era palpable, incluso a pesar de saber que Horacio estaba fuera de peligro. No podía dejar de pensar en lo cerca que había estado de que algo fatal sucediera. ¿Y todo por qué? Por ser él mismo, por sentirse orgulloso de aquello por lo que ni siquiera debía preocuparse en primer lugar.

Fuera de juegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora