29.Se acerca el Fin

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Narra Conway

Diana se acercó a él y, sin mediar palabra, le quitó las gafas y se las puso. Él se despertó de inmediato. Noté cómo Freddy me miraba con cara de asco, mientras Gustabo trataba de contener la risa, e Isidoro hacía lo mismo.

—Dame las gafas —dijo él, arrebatándoselas bruscamente. Diana se acomodó el pelo y le sonrió con picardía.

—Eres tan mal padre que ni siquiera sabes quitar unas gafas —replicó ella. Gustabo no pudo evitar soltar una carcajada. El hombre, con su cresta azul y su ropa rockera, se levantó de malas maneras.

—Vienes a mi casa sin aviso, con tus amiguitos los polis, ¿y crees que te voy a tratar bien? ¿Qué esperabas, flores? —espetó él con sarcasmo. Diana se rió y se dejó caer en el sofá, oliendo la sábana que lo cubría.

—Eres un guarro de mierda —dijo ella, mientras él la levantaba cogiéndola de la mano y la empujaba hacia un lado.

—Qué fuerte estás, casi me tiras —se rió de nuevo, provocándolo. Él se agachó, como si fuera a cargarla sobre su hombro como un saco de patatas.

—Ni de coña, haberme criado —replicó ella, separándose de él bruscamente. Él, en cambio, señaló la puerta.

—Escucha, niñita, estás hablando con un Dios, y no quiero escuchar tus dramas —le dijo, mientras ella lo empujaba, haciéndolo caer en el sofá.

—La amabilidad no es mi fuerte —contestó Diana rápidamente, mientras el resto observábamos la escena en silencio.

—Ah, supongo que por eso me abandonaste —replicó ella. Freddy la miró con los ojos como platos.

—Intenta estar casado con tu madre —dijo él, levantándose del sofá para quedar frente a ella.

—Eres un padre de mierda —contestó ella con rabia, mientras él nos miraba a todos y se reía.

—Pobre Cora, ¿estás triste? ¿Quieres un besito? —se burló. Noah, que había estado en shock por la pelea, no sabía cómo reaccionar.

—No tan triste como tú sin tu mafia. Sabes, no he venido a pelear; por una vez, haz algo bien —Diana cambió su expresión a una más seria, mientras él seguía con su actitud burlona.

—Robo, drogo y mato a la gente, ¿esperabas bombones? —dijo él, mientras Diana se dirigía hacia la puerta, visiblemente enfadada.

—Solo te necesito por la navaja mariposa —dijo ella, comenzando a subir las escaleras, pero antes de hacerlo, oyó algo que la hizo detenerse.

—Te estoy dando todo al no darte nada. Hice lo que tenía que hacer —dijo él, volviendo a posicionarse frente a ella.

—No, solo hiciste lo mejor para ti. Nunca estuviste ahí y... Supongo que no tienes teléfono porque nunca vienes a decir hola. Te echo de menos —le dijo ella con tristeza, mientras él se reía de ella antes de darse la vuelta para irse.

—¿Estás de coña? ¿Esto es una broma, mínimo? Necesitas dejarlo ir. Eres más fuerte con esos problemas —le dijo él, dándole un tortazo en la espalda, a lo que ella respondió.

—¡Oh! ¡Gracias! —replicó Diana sarcásticamente, mientras se dirigía rápidamente hacia la puerta para subir. Él la agarró del brazo bruscamente.

—No fue fácil no cuidarte —admitió él. Diana se dio la vuelta, aún dolida.

—Mi atención te hubiera hecho más suave —dijo ella, mirando a Gustabo, que estaba tapándose la boca con una mano, tratando de contener la risa.

—¿Debería estar orgullosa? —preguntó ella con ironía. Él asintió, y Diana, como siempre, rodó los ojos.

—¿Qué tal si voy contigo y pasamos tiempo juntos? —propuso él de repente. La verdad es que ninguno de nosotros lo esperaba. Ella lo miró extrañada.

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