💠 Capítulo 9 💠

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(Narra Barbi)

No podía dejar de mirar el mensaje de Paola. Mi corazón latía con fuerza, y sabía que no podía perder un segundo más. Guardé el teléfono y me giré hacia la puerta, apresurándome para salir de la discoteca y encontrarla. Alex me llamó desde algún lugar a mi izquierda, pero no tenía tiempo para explicaciones. Salí corriendo hacia la salida, abriéndome paso entre la multitud que se movía al ritmo de la música, ignorando las miradas curiosas de la gente a mi alrededor.

Cuando finalmente llegué a la puerta, los guardias me pidieron el sello que me permitía volver a entrar. Les mostré mi muñeca, y uno de ellos, sin dejar de mirarme con desconfianza, me dejó pasar. Al salir, el aire fresco de la noche me golpeó en la cara, un alivio momentáneo en medio del caos.

Miré alrededor, y allí estaba Paola, de pie junto a la entrada, con una expresión que mezclaba miedo y desesperación. Cuando me vio, se apresuró hacia mí, y antes de que pudiera decir nada, comenzó a hablar atropelladamente, su voz temblando.

—Barbi, no sabes lo que me han pedido... —dijo, sus palabras saliendo en un torrente de ansiedad—. Ruslan, el tipo con el que hablé, dice que si no hago lo que me piden, le contarán todo a mis padres... y a la esposa de Rodrigo. ¡No puedo dejar que eso pase! Y ahora quieren que trabaje para ellos... como una chica de imagen, pero no es solo eso, también quieren que venda droga...

Intenté procesar todo lo que me estaba diciendo, sintiendo una mezcla de incredulidad y horror. Esto estaba yendo demasiado lejos, mucho más allá de lo que había imaginado cuando todo esto comenzó.

—Pao, tranquila —le dije, tomando sus manos entre las mías, tratando de calmarla—. Lo resolveremos, ¿vale? Pero primero, necesitamos encontrar a Clara y Martina. No contestan los mensajes, y necesitamos estar todas juntas para pensar en qué hacer.

Paola asintió, aunque sus manos seguían temblando. Sabía que estaba al borde de un ataque de pánico, y la única forma de evitarlo era mantenerla ocupada. Nos dirigimos de vuelta a la entrada de la discoteca, pero cuando intentamos entrar, el guardia se interpuso en nuestro camino.

—¿El sello? —preguntó, mirando a Paola.

Yo mostré mi sello, pero Paola, que había salido sin uno, comenzó a buscar en su bolso, aunque ambas sabíamos que no lo tenía.

—Ella estaba conmigo, pero tuvo que salir —intenté explicarle al guardia, pero él no parecía dispuesto a escucharnos.

—Lo siento, no puedes entrar sin sello —dijo, cruzando los brazos.

Estaba a punto de insistir, cuando otro guardia se acercó, susurrándole algo al oído. El primer guardia miró a Paola de nuevo, esta vez con una expresión diferente, como si finalmente entendiera quién era.

—Déjala pasar —dijo el segundo guardia, dirigiéndose a su compañero—. Ella es... ya sabes quién es. Esta noche empieza su tarea.

Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar esas palabras, pero traté de no mostrar mi preocupación. El primer guardia asintió y se hizo a un lado, dejándonos pasar de nuevo al interior de la discoteca.

—Vamos, Pao. Encontraremos a las chicas, y luego hablaremos de todo esto —dije, intentando sonar más segura de lo que me sentía.

Entramos de nuevo en la discoteca, y nos sumergimos en la multitud, buscando desesperadamente a Clara y Martina. Cada segundo que pasaba sin encontrar a las chicas aumentaba mi ansiedad. Entonces, finalmente, vi algo que me hizo detenerme. Clara estaba en el baño, pero no estaba sola.

Estaba rodeada por un grupo de chicas que no conocía, todas aparentemente un poco borrachas, que intentaban consolarla. Clara estaba sentada en el suelo, llorando desconsoladamente, su rostro hundido en sus manos. Las otras chicas le decían cosas como "Eres tan guapa, no llores", pero era evidente que no sabían cómo ayudarla realmente.

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