💠 Capítulo 30 💠

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(Narra Massimo)

Ver a Bárbara tan angustiada me provocaba un nudo en el estómago. Sabía que teníamos que encontrar a Paola, pero también sabía que mi padre tenía todas las respuestas. Pensé que tal vez Paola no había regresado a su casa porque todavía estaba en la mía, o mejor dicho, en la de mi padre. Decidí llamarlo para verificar. Después de un par de tonos, respondió con su voz habitual, llena de seguridad y frialdad.

—¿Qué pasa, Massimo? —preguntó, con un tono que parecía mezclar autoridad y despreocupación.

—Padre, ¿dónde estás ahora? —intenté sonar casual, pero mi voz tenía un ligero temblor.

—Estoy en Puerto Banús, ocupado con algunos negocios —contestó con indiferencia, y pude imaginar su mirada, fría como el acero.

Conociéndolo, entendí que eso podía significar muchas cosas, ninguna de ellas buena. Colgué el teléfono y me volví hacia Bárbara, intentando mantener una fachada de serenidad.

—Creo que sé dónde podría estar Paola —le dije, esforzándome por mantener la calma en mi voz.

El rostro de Bárbara se iluminó con una mezcla de esperanza y temor. Sin perder un segundo, nos dirigimos a mi casa.

Al llegar, justo antes de entrar, tomé a Bárbara de las manos y la miré a los ojos, esos ojos que siempre lograban traspasar cualquier barrera que pusiera.

—No sabemos si Paola está aquí, pero pase lo que pase, estoy contigo. La conexión que tengo contigo nunca la he tenido con nadie más, y quiero que sepas que no tengo nada que ver con los negocios de mi padre. Puede que parezca rudo y autoritario, pero no quiero que dudes de mí.

Bárbara me miró con esos ojos que parecían ver directamente dentro de mí, y asintió con una pequeña sonrisa, esa que siempre conseguía tranquilizarme. Nos besamos, un beso suave y lleno de promesas silenciosas. Juntos, entramos en la casa.

Al cruzar la puerta, vimos a Paola en el sofá. Sus ojos estaban rojos e hinchados, y sostenía un montón de fotos y documentos en sus manos temblorosas. Al vernos, se levantó de un salto y corrió hacia Bárbara, lanzándose a sus brazos. La escena era desgarradora; se abrazaron con fuerza, compartiendo lágrimas y susurros de consuelo.

Me mantuve a un lado, permitiendo que se consolaran mutuamente. Sentía la intensidad del momento y sabía que era importante que ellas dos se hablaran primero. Cuando se separaron, Bárbara me presentó.

—Paola, este es Massimo —dijo, haciendo un gesto hacia mí—. Massimo, esta es Paola.

A pesar de las lágrimas, Paola logró esbozar una sonrisa.

—Vaya, Barbie, no me habías dicho que tu chico era tan guapo. Qué envidia —bromeó, tratando de aligerar el ambiente.

Todos nos reímos, un momento de alivio en medio de la tensión. Massimo se ofreció a preparar café mientras nosotras nos sentábamos a hablar sobre todo lo que estaba pasando. Paola nos contó lo que había descubierto sobre Rodrigo, su verdadera identidad, y cómo se había aprovechado de ella.

—No podemos seguir así —dijo Paola, con la voz cargada de determinación—. Tenemos que hacer algo, pero no sé qué.

—Podemos llamar a las chicas, pero no estoy segura de si es lo mejor —respondió Bárbara—. Podríamos ponerlas en peligro.

Decidimos que por ahora, lo mejor era no decirles nada. Teníamos que volver a la discoteca esa noche, si no queríamos que los padres de Paola descubrieran todo el asunto. Pero teníamos que encontrar una manera de salir de este lío.

Finalmente, Paola se marchó para prepararse, y Massimo se acercó a mí.

—Quédate un rato más —me dijo con una sonrisa traviesa.

—Debería irme a prepararme —protesté, aunque en el fondo no quería irme.

Massimo no me dejó terminar. Me tomó por la cintura y me acercó a él, sus ojos fijos en los míos.

—No te vayas aún —susurró, su voz era como un imán que me atraía hacia él.

(Narra Barbi)

Al principio, pensé en irme a preparar para la noche, pero una parte de mí deseaba quedarme. Me mordí el labio, dudando, mientras Massimo me observaba con una sonrisa traviesa que me hizo temblar.

—Debería irme a prepararme —insistí, aunque mi voz no sonaba muy convincente.

Él se acercó lentamente, sin apartar la mirada de mis ojos. La intensidad de su mirada me acorraló contra la pared. Cada vez que se acercaba, mi corazón latía más rápido, inundando mis sentidos.

—¿Y perderme un momento más contigo? No lo creo —susurró con una voz tan suave y grave que me envolvía.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda mientras sus labios se posaban en mi cuello, rozando mi piel con suavidad, eran besos que poco a poco iban succionando mi piel con mayor intensidad. Susurraba palabras que apenas alcanzaba a escuchar, pero que me hacían sonreír y suspirar al mismo tiempo, esto estaba siendo demasiado para mí, él era demasiado para mí.

—Sabes exactamente cómo hacer que me quede —admití, cerrando los ojos y dejando que mis manos encontraran sus hombros.

Massimo sonrió, adoraba esa maldita sonrisa. En un movimiento fluido, me levantó en sus brazos, llevándome hasta el sofá. Me senté a horcajadas sobre él, tan cerca que podía sentirle en mi zona baja. Él parece notar cuánto me gusta estar así y me acaricia con más intensidad. Empecé a desabotonar su camisa, mis dedos temblando ligeramente. Era la primera vez que lo veía tan de cerca y a plena luz, no pude evitar sonrojarme al admirar los contornos de su cuerpo, perfecto y definido.

—¿Te gusta lo que ves? —dijo él, arqueando una ceja con una sonrisa divertida.

—Te encantaría que fuera así, ¿verdad? —contesté, mirándole directamente a los ojos. Algo que sabía que lo volvería loco.

—Se que es así. Y sí, me encanta —dijo con voz profunda—. Al igual que se las ganas que tienes de que toque ahora mismo, tu cuerpo me lo está pidiendo.

No pude evitar sonreír ante sus palabras, ¿tanto se me nota que necesito sus manos sobre mí?

—Entonces, ¿por qué no lo haces? —pregunté, mientras mis manos se movían por sus brazos firmes y musculosos.

Él rió suavemente, atrapado en mi mirada.

—Me encanta que seas así de decidida —confesó, inclinándose para besarme. Sus labios encontraron los míos en un beso apasionado, nuestras lenguas rozándose sin ningún tipo de timidez.

Podía sentir la fuerza contenida en su abrazo, la forma en que sus manos se movían con seguridad y ternura a lo largo de mi espalda y mis nalgas, apretándolas con consistencia. El tiempo pareció detenerse mientras nos perdíamos el uno en el otro. Podía notar como toda mi sangre comenzaba a bajar a mi clítoris, notaba como me palpitaba, hasta el punto de no poder aguantar más, necesitaba sentirlo dentro de mí.

—No me hagas esperar más, por favor... —dije, casi rogándole.

—Me preguntaba cuánto tiempo aguantarías, y esperaba que no fuese mucho, yo tampoco aguanto más —confesó, mientras estiraba la mano hacia mi bolso.

(Narra Massimo)

Sabía que Barbi había empezado a llevar preservativos en el bolso desde que me conoció. No me lo dijo ella, lo descubrí hace bastante poco. Y me moría de ganas de ver su cara cuando se enterase de que yo lo sabía. Cuando me vio cogerlo se quedó sorprendida, sus mejillas ligeramente encendidas, eso me encantaba.

—Espero que lleves unos cuantos más... —confesé, esperando ver su reacción.

—Tranquilo, todas las veces que lo hagamos me parecerán pocas —me susurró al oído, eso me hizo perder el control.

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Comentario de la autora: Agradezco todo el apoyo que me dais con vuestros votos y comentarios, son muy importantes para mí porque me ayudan a mejorar, ¡gracias! 🩵

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