💠 Capítulo 7 💠

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(Narra Barbi)

La discoteca era un espectáculo para los sentidos, pero no en el buen sentido. Al cruzar la entrada, me sentí abrumada por la atmósfera cargada de luces de neón rojas que bañaban todo en un resplandor casi infernal. No era la típica discoteca de Marbella, la decoración lujosa y extravagante superaba con creces cualquier lugar en el que hubiéramos estado antes. La pista de baile era enorme, con un DJ encaramado en una especie de altar central, rodeado de pantallas que proyectaban imágenes caleidoscópicas en sincronía con la música que retumbaba en nuestros cuerpos.

Alrededor de la pista, una docena de barras relucientes estaban ocupadas por bartenders que parecían más modelos que camareros, moviéndose con agilidad entre botellas de cristal y copas que reflejaban las luces rojas. A cada lado de la discoteca había salones con sofás de cuero negro, donde grupos de personas parecían estar sumidos en conversaciones secretas. En la terraza, el ambiente no era menos imponente. Otra barra, otro DJ, y mesas distribuidas con una elegancia casi intimidante, desde donde se podía ver el puerto yates de lujo fondeados en el agua tranquila.

A medida que avanzábamos entre la multitud, las conversaciones a nuestro alrededor se mezclaban con la música, creando una cacofonía que me hacía sentir desconectada de todo. Claramente, este no era nuestro ambiente habitual. Nosotras, que solíamos divertirnos en sitios más relajados, nunca habríamos imaginado estar en un lugar donde una copa costara 60 euros. En Marbella, gastar 20 euros en una copa era algo normal, pero 60 era sencillamente absurdo, un precio que ni siquiera en nuestras noches más locas habíamos contemplado.

—¿Quién pagaría 60 euros por una copa? —murmuró Clara a mi lado, su incredulidad evidente.

—Gente que tiene más dinero que sentido común, supongo —respondió Martina con una mezcla de asombro y desprecio.

Me detuve un momento, intentando captar alguna señal, algo que nos pudiera guiar en esa misión de rescate que se sentía más surrealista por momentos.

—Vamos al baño —les dije—. Necesitamos un lugar más tranquilo para hablar.

Las chicas asintieron y nos dirigimos al baño, un espacio que, a pesar del lujo, ofrecía un poco de aislamiento del ruido ensordecedor de la pista de baile. Las paredes estaban revestidas en mármol negro, con grandes espejos y luces suaves que contrastaban con el resto de la discoteca. Aunque la música seguía sonando, aquí se sentía más distante, amortiguada por las gruesas paredes.

Nos acercamos a los espejos y fingimos que nos retocábamos el maquillaje mientras manteníamos una conversación en susurros.

—No podemos quedarnos juntas todo el tiempo. Tenemos que dividirnos —dije, observando mi reflejo en el espejo mientras aplicaba un poco de brillo en los labios—. Así cubrimos más terreno y llamamos menos la atención.

Clara, que estaba aplicando un poco de rímel, asintió.

—Sí, de acuerdo. Yo puedo subir a la planta de arriba. Parece que hay una zona VIP o algo así.

—Buena idea. Martina, tú puedes ir a la terraza. Yo me quedaré abajo, en la pista —propuse.

—Vale —dijo Martina, aunque noté que no tenía sus habituales comentarios sarcásticos. Parecía distraída, y cuando miré su reflejo en el espejo, vi que estaba completamente absorta en su teléfono.

—Martina, ¿con quién hablas? —pregunté, tratando de sonar casual, pero con un toque de curiosidad.

Martina levantó la vista, y por un segundo, sus ojos reflejaron una mezcla de sorpresa y nerviosismo que no pasó desapercibida.

—Es... mi madre —dijo, pero había algo en su tono, algo que no me convenció del todo.

—Ah, claro —respondí, aunque sabía que no era cierto. La sonrisa en su rostro mientras miraba el teléfono no coincidía con lo que decía.

No podrás olvidarme Donde viven las historias. Descúbrelo ahora